Ciencia Nueva. Revista de Historia y Política | e-ISSN 2539 - 2662

Vol. 5 Núm. 1 Dossier | Enero - Junio de 2021 - Pereira, Colombia





Dossier
“Prácticas públicas de la historia. Contextos locales, diálogos globales”

DOI: https://doi.org/10.22517/25392662.24492 - pp 158-179



El fuego que arde bajo el mármol: historia y teoría para entender la destrucción de monumentos en el caso de George Floyd


The fire that burns under the marble: history and theory to understand the destruction of monuments in the case of George Floyd


Recibido: 30 de septiembre de 2020

Aceptado: 11 de mayo de 2021



Resumen


El reciente asesinato de George Floyd desató una gran cantidad de movilizaciones sociales, dentro de las cuales destaca la destrucción de monumentos. Sin embargo, ¿por qué motivos la agresión de la multitud se canaliza sobre estos espacios de memoria?, y ¿cómo pueden ser leídos dichos gestos de destrucción? Estas dos preguntas son las que atraviesan a este texto. Para darles respuesta, seccionamos el escrito en tres partes. 1. Un recorrido histórico que permita entender quiénes son los confederados y por qué motivos son considerados emblemas del racismo. 2. La coyuntura histórica en la que se dio la proliferación de monumentos confederados y cuáles eran los objetivos de estos monumentos. 3. Una elaboración teórica que permite leer la destrucción de monumentos como un acto participe de una rivalidad entre experiencias de tiempo.


Palabras clave: monumento, George Floyd, confederados, experiencia de tiempo, racismo


Abstract


The recent assassination of George Floyd unleashed many social mobilizations, among which the destruction of monuments stands out. However, for what reasons is the aggression of the crowd channeled against these memory spaces? and how can such gestures of destruction be read? These two questions are the ones that run through this text. To answer them, we section the writing into three parts. 1. A historical journey that allows us to understand who the Confederates are and for what reasons they are considered emblems of racism. 2. The historical conjuncture in which the proliferation of Confederate monuments occurred and what were the objectives of these monuments. 3. A theoretical elaboration that allows reading the destruction of monuments as an act that participates in a rivalry between experiences of time.


Keywords: monument, George Floyd, confederacy, experience of time, racism.



El asesinato de George Floyd generó gran conmoción en los Estados Unidos y en el mundo. Las marchas de solidaridad por su homicidio comenzaron a esparcirse por diferentes geografías. El enojo popular caminó entre las calles de New york, recorrió los espacios urbanos de Sídney, atravesó Estambul, hizo parada en London y continuó por las calles de Berlín. Las expresiones de la ira emergieron en distintos formatos, desde los más pacíficos como el acto artístico que tuvo lugar en Siria por manos del artista Aziz Asmar1, quien dibujo un mural en honor a George Floyd tomando por lienzo las ruinas de las paredes bombardeadas por el ejército israelí hasta los actos que, bajo el lente de los medios de comunicación, se presentaron como ejercicios de vandalismo, tal fue el caso de los saqueos ocurridos en las avenidas comerciales de New York2.


Un hecho interesante del asesinato de George Floyd es que dejó en un estado de exposición las lógicas de violencia racial que circulan no solo entre los callejones de Estados Unidos, sino en todo el globo. En Australia se aprovechó la ocasión para denunciar la persistente opresión que sufren las comunidades indígenas; en Francia los eslóganes se dirigían contra las violencias sistemáticas que sufren las personas de color en los suburbios; en Alemania se leían pancartas que gritaban «Germany, you are not inocent»3, y en Brasil los hechos sirvieron como punto de apoyo para manifestarse contra las estructuras raciales que sobreviven en el país y que han sido retroalimentadas por el actual presidente Jair Bolsonaro4.


Sin embargo, la gramática de las protestas mostró al mundo más de una cara. Lo que aquí nos interesa analizar debido a su peculiar gesto, como al debate que ha generado en los círculos académicos y sociales, es la destrucción y la agresión hacia los monumentos. Estas escenas de destrucción, a partir del acontecimiento de George Floyd, se han hecho presentes no solo en los Estados Unidos, sino que han atravesado el Atlántico y se han acantonado en algunos países europeos con una larga historia de relaciones con el esclavismo.


En los Estados Unidos se vieron las más fuertes movilizaciones sociales que arremetieron contra los monumentos ligados a una visión colonial y esclavista, principalmente aquellos que rememoran a los grandes personajes de la Confederación. Las regiones que más disturbios y destrucción de estatuas tuvieron fueron todas aquellas que se ubican en la parte sur del país; hecho comprensible, pues geográficamente fueron las zonas donde mejor se instaló el esclavismo durante el periodo colonial e incluso después de la independencia.


Es así como las movilizaciones sociales que buscaban desaparecer y destruir a los monumentos confederados se esparcieron rápidamente por Florida, Virginia, Alabama y otros estados más. Sin embargo, también proliferaron los defensores de este pasado, tradición y herencia confederada, tal es el caso del colectivo Virginia Sons of Confederate Veterans5. De la misma manera, el exmandatario mayor de los Estados Unidos, Donald Trump, lanzó sobre sus hombros la misión política y social de defender a capa y espada la permanencia de los monumentos, mostrándose así como un paladín que defendía la narrativa del pasado confederado y su espacialidad de la memoria, al grado que él mismo se etiquetó como «un guerrero de la cultura»6.


Sin embargo, quedan las preguntas: ¿cómo leer o explicarnos estas rivalidades que ponen en tensión la memoria colectiva sobre el pasado confederado?, ¿por qué una lucha política situada en el presente tiene que incorporar a su agenda algo tan específico como una sanación del pasado? y, no menos importante, ¿por qué este saldar cuentas con el pasado se ha abalanzado contra los emblemas confederados?


La esclavitud y los confederados: la historia de un racismo estructural


Para comenzar a darle respuesta a estas preguntas, hemos decidido elaborar un pequeño recuadro histórico que nos permita entender por qué motivo los confederados y sus símbolos dentro del imaginario popular son representados como imágenes de la supremacía blanca y de la defensa de un pasado marcado por las brechas raciales y la esclavitud. Sin embargo, advertimos que este recorrido no piensa ser demasiado profundo, pues eso podría conducirnos a perder de foco el verdadero objetivo del artículo. Nosotros, por el contrario, nos inclinamos por una revisión superficial que nos permita entender la forma en la que se dio esta construcción del sur y de los confederados como un espacio y unos personajes espejo del racismo y de la desigualdad. Para ello, nos remontamos a un recorrido que va desde la declaración de independencia hasta la guerra de Secesión. Esto nos permitirá comprender la forma histórica en la que se construyeron estas representaciones y como posteriormente quedan encriptadas en los espacios de la memoria.


Si decidimos empezar por el momento que pertenece a la declaración de independencia de los Estados Unidos es porque en dicho periodo, 1776, ya se pueden observar síntomas y circunstancias específicas que van a permitir explicar las diferencias estructurales no únicamente alrededor de los problemas raciales, sino incluso de las divisiones estructurales que van a separar al norte del sur. Independientemente de los motivos que llevaron a la revolución y posteriormente a la independencia de las trece colonias —de entre los cuales se puede contar la guerra de los siete años7; el aumento de la imposición fiscal que Jorge III estableció desde 1764, especialmente la ley del timbre que surge en 17658; el empoderamiento de una elite colonial9, entre otras cosas—, lo que nos interesa, por el contrario, es señalar dos puntos: 1. Los aspectos demográficos y 2. La organización política y sus posteriores dificultades una vez que se obtuvo la independencia. Asimismo, problematizar la relación de estos puntos con la esclavitud.


En 1776, una vez que se ratifica la declaración de independencia, las colonias norteamericanas tuvieron que atravesar por diversos problemas que se les ponían enfrente para poder progresar como nación. Uno de los mayores obstáculos fue la incertidumbre sobre cómo organizarse políticamente10. Había la necesidad de establecer si la organización política tenía que realizarse mediante una unión que homogenizara y centralizara el poder o si, por el contrario, se tenía que proceder hacia una autonomía de los diferentes estados. Así fue como, en 1781, se definió el primer esfuerzo orquestado entre los 13 estados soberanos11: Los Artículos de la Confederación. En ellos, especialmente en el artículo 2, se dictaba que los 13 estados pactantes mantenían su libertad y su independencia para defender las decisiones de gobierno que más conveniente creyeran12.


La definición de este nuevo proyecto político, conformado por 13 estados que defendían y mantenían su autonomía, no fue motivo para desvanecer las otras problemáticas que arrastraban desde la guerra de independencia. Uno de los primeros inconvenientes que se tenían era la grande deuda que había sido adquirida para poder combatir a los ingleses, pero también un adeudamiento que era resultado del deseo de querer incorporarse a la escena del capitalismo global del siglo XVIII y XIX. El Congreso, como medida urgente para saldar la deuda, requirió de los estados una cantidad monetaria de 8 millones de dólares13. Sin embargo, la cifra no pudo ser recolectada, lo que generó que en 1785 el Congreso ya no tuviera la capacidad de hacerle frente a sus adeudos14.


En 1787, el imaginario político de varios de los estados comenzó a replantearse la posibilidad de expeler el entonces pacto de gobierno que otorgaba capacidad de autonomía a los 13 estados. Así pues, comenzó a rondar la idea, principalmente en el norte, de orquestar una nueva organización política que les diera salida a todos estos problemas, de los cuales destacamos dos: la deuda y la esclavitud. Es así como se comenzó a dibujar en el horizonte la posibilidad de un nuevo proyecto que va a ser el de la Unión.


Este nuevo planteamiento político generó fricciones entre los estados del sur y los del norte. En el norte, los estados abrazaban la idea de una disolución de las autonomías para así poder edificar un poder central que tuviera mayor control y capacidad de decisión sobre los problemas de gobierno. En el sur, en cambio, existía un recelo que era generado por los impactos que podría tener la desaparición de las autonomías y el posicionamiento de un poder central. Uno de los mayores temores del sur era que en esa nueva configuración del poder iba a existir la posibilidad de nuevos entramados que seguramente impondrían un desbalance en los cotos de poder de cada estado, lo que otorgaba la posibilidad, según su criterio, de que un territorio ejerciera capacidad de influencia y de sometimiento frente a los otros estados15. Asimismo, la principal problemática del sur era que el norte se empeñaba cada vez más en abolir la institución que era más redituable para ellos: el esclavismo16.


Para este año, 1787, la demografía había elevado sus números. Ya la cantidad de negros, libres y esclavos se había elevado a 1,5 millones, de los cuales 1,3 millones eran esclavos17. La distribución de estos era la siguiente: tres cuartas partes estaban dispersos en los estados del sur y el resto en el norte. Cabe destacar que ninguno de los negros tenía libertades políticas o sociales.


Entonces, el proyecto político de la Unión significaba para el sur un potencial golpe mortal para el desarrollo de su economía. Esto no significa que fuera un régimen de producción totalmente dependiente del sistema esclavista, pues tanto en el norte, al igual que el sur, desarrollaron economías hibridas que ponían a convivir la esclavitud junto a procesos industrialización18. Sin embargo, las industrializaciones del norte y del sur no tuvieron la misma velocidad y tampoco las mismas temporalidades. El sur, sin ser totalmente dependiente al trabajo de los esclavos, tenía mayores dificultades si esta institución llegaba a desaparecer.


La preocupación del sur por mantener la institución de la esclavitud obedece a su implantación dentro del mercado mundial, sobre todo de una mercancía en específico: el algodón. En 1790 fue la entrada de los estados del sur al circuito de mercado para la producción, distribución y circulación a gran escala de esta mercancía19. Años posteriores, en 1795, se da la ratificación para la exportación de algodón rumbo a Inglaterra, esto gracias al Tratado de Jay20. De esta manera, los Estados Unidos pasaron de ser un nuevo actor en la producción y distribución de esta fibra a convertirse en uno de los productores más importantes a nivel global. Para la primera década del siglo XIX, los Estados Unidos ya eran el primer distribuidor que surtía algodón a Inglaterra21.


Justo por este nuevo papel protagonista en el cultivo y la exportación de algodón, los estados del sur mantenían una actitud negativa frente al proyecto del norte, el cual consistía en abolir la esclavitud y en imponer la Unión. Como recién mencionamos, en el sur existía una mayor dependencia al trabajo de los esclavos, que, aunque no fuera una dependencia total, sí afectaba en caso de desaparecer. La productividad de este cultivo se sostenía, en gran parte, con el sudor de los negros. Es decir, para que el sur pudiera surtir la demanda global de algodón, era necesario defender la existencia de la esclavitud, principalmente porque esta región no estaba aún tan industrializada como el norte22.


Otro de los motivos por los que el sur mantuvo un posicionamiento tan agresivo frente al abolicionismo se debe a los factores demográficos. En el sur, como mencionamos líneas arriba, radicaban tres cuartas partes de la población de negros. Liberarlos significaba plantearse la pregunta: ¿Qué se va a hacer con ellos una vez que sean libres? Ante este cuestionamiento aparecían algunas opciones bastantes problemáticas para la mentalidad de ese momento. Integrarlos a la población y darles derechos civiles era algo imposible de pensar, aunque ya existían argumentos que profesaban esta idea23. Otra alternativa era regresarlos a África, una opción bastante costosa para su ejecución. El exterminio, tal y como se practicó con las comunidades nativas del oeste24 cuando se les conquistó, también figuró como una alternativa. El mayor temor del sur era que los negros, una vez liberados, idearan abrazar la delincuencia y la vagancia25. En resumen, para el sur, la liberación de los esclavos presentaba bastantes aristas y cada una de ellas parecía ser bastante conflictiva.


Ahora, de todos los factores que pudieron haber influido para reconfigurar la percepción de la esclavitud, nos gustaría rescatar de forma puntual a dos de ellos. En primer lugar, está la presión de Inglaterra para abolir a esta institución. El afán de la potencia europea por desmantelar la esclavitud, tanto en su territorio como en Norteamérica, era deudor de una nueva dinámica económica y política en la que la esclavitud y la venta de esclavos dejaron de ser actividades vitales para el desarrollo de la industria inglesa26, lo mismo aplicaba para las industrias de los estados del norte. Mantener a un esclavo implicaba otorgarle un sustento, ropa, alimento, etc. Así pues, el trabajo asalariado con el tiempo se presentó como una relación de trabajo mucho más útil y económica27. En segundo lugar, existió un despertar religioso28 que dejó sentir sus ideales en el terreno político y social. Una de las primeras consignas de estos grupos fue la necesidad de eliminar la institución de la esclavitud por considerarla amoral, indignante y perniciosa para los valores que declaraba la constitución de los Estados Unidos29. Los principales grupos que se unieron a la cruzada contra la esclavitud fueron aquellos que estaban vinculados a los cuáqueros o también conocidos como «American Friends»30.


Así pues, los intentos por defender y abolir la esclavitud no hicieron más que profundizar las diferencias de proyectos políticos que existían entre los estados del norte y los del sur. La animadversión entre estas dos geografías continuó hasta el final de la guerra civil o también conocida como guerra de Secesión. En 1860, los temores de los estados del sur comienzan a volverse realidad. Es en esta fecha cuando queda electo un republicano que tiene tras de sí un fuerte proyecto abolicionista: Abraham Lincoln31.


En esta rivalidad entre norte y sur, el oeste terminó por aliarse con los vecinos del norte, ya que sentían que sus intereses estaban más emparentados con dicha región32. Ante esta presión y arrinconamiento, por parte de las estrategias del norte, algunos estados del sur optaron por separarse de la Unión y declararse una nación independiente en la que cada estado mantenía su soberanía; de ahí el nombre de «confederados». De todo lo anterior, se derivó que estados como Carolina del Sur, Alabama, Texas, Luisiana, Misisipi, Florida, Virginia y Tennessee decidieran abandonar el proyecto de la unión y ser de los primeros en adscribirse al proyecto de la Confederación.


Ante los ataques militares del norte, que en 1862 tienen una importante victoria al tomar la ciudad más importante del sur: Nueva Orleans33, el sur esperaba ejecutar una política diplomática del algodón34. Esta maniobra intuía que cuando las potencias europeas resintieran la falta de algodón iban a optar por meterse en el conflicto y apoyar la causa confederada. Lo que los estados del sur desconocían era que, en 1862, Europa ya tejía grandes redes comerciales a través del colonialismo oriental; en el caso del algodón podían suplir dicha carencia con sus recursos en Egipto35. Por tanto, los estados independientes del sur se ven cada vez más abandonados y acechados por los estados del norte, quienes por su industrialización podían abastecer más rápido a sus hombres de armas y alimentos.


En 1865, con la caída de Richmond, capital confederada, se esfumó por los aíres la esperanza de coronar este proyecto político que se le oponía a los intereses de la Unión. A pesar de la derrota, los estados y los fieles a las ideas de la Confederación siguieron la defensa de una bandera que promulgaba los valores de una supremacía blanca y que, justo por esa razón, veían con buenos ojos la existencia de la esclavitud. Además, como observamos en este apartado, el sur resguardaba motivos demográficos, económicos y políticos para establecer una ofensiva contra el abolicionismo.


Una vez reconstruida la unión, tanto en el norte como en el sur, pero con mayor preponderancia en este último, se dictaron leyes segregacionistas que, a pesar de que los negros ya habían conquistado su libertad, les impedían ser totalmente asimilados a la esfera pública. Muestra de ello es la formación de grupos como el Ku Klux Klan o los códigos negros, en los estados del sur. En los Estados Unidos, la imagen de la lucha confederada quedó como una memoria que exaltaba los valores blancos y la defensa de la esclavitud, al igual que las prácticas de la segregación racial. Sin embargo, lo que nos interesa ahora es ofrecer un sondeo sobre cómo esa memoria se injerta en el espacio.


Los caminos de la memoria y los monumentos confederados


Los monumentos no son simples creaciones decorativas, artísticas o embellecedoras del espacio. El monumento obedece a una lógica social y cultural muy específica que merece ser profundizada. Alois Riegl36 fue uno de los primeros intelectuales alemanes en tratar de esclarecer el uso y la función del monumento. Según las palabras del autor, estos monolitos sociales lo que pretenden es acentuar hazañas, valores, características y personalidades que buscan perpetrarse en el presente, al igual que conservarse en una onda de tiempo disparada al futuro. Su intención, además, es instruir a las generaciones y que estas introyecten esta carga de valores, enseñanzas o prácticas que el monumento desea transmitir.


La intención de este apartado, al igual que del siguiente, es dar cuenta que estos monumentos intencionales, como los llama Riegl, no solo conservan las grandes acciones, hazañas y valores de personajes representativos, sino que también son parte de un engranaje mucho más complejo que pone a funcionar y se dedica a sostener cierta experiencia de tiempo. Así pues, revisemos el proceso y la lógica histórica que acompaña a la colocación y proliferación de monumentos confederados, al igual que la organización de tiempo que buscan establecer.


En primer lugar, es necesario dimensionar que para poder entender a cabalidad la colocación de los monumentos confederados es necesario tener en cuenta su relación con la construcción narrativa mejor conocida como «Lost Cause». La interpretación histórica de «La causa perdida» fue una construcción discursiva que buscaba presentar una perspectiva diferente sobre la guerra de Secesión. Más aún, una mirada confederada y sureña sobre el desenvolvimiento de los hechos durante la guerra civil estadounidense37.


Esta interpretación confederada sobre el devenir de la guerra buscaba inculcar una visión que enfatizaba el heroísmo y la grandeza de la causa confederada, además de enaltecer a las más prominentes figuras militares del sur. Según su forma de mirar los hechos, la guerra y la discordia geográfica no provino en ningún momento del deseo de abolir la esclavitud. Pues, según esta narrativa histórica, el esclavismo era un sistema de producción económica que era sumamente redituable tanto para el norte como para el sur. Incluso, se menciona que el esclavo era feliz en su condición de sumisión.


Así pues, la versión histórica de «la causa perdida» fue un dispositivo discursivo que sirvió para sobrellevar los sabores amargos de la derrota y para sanar las heridas aún abiertas en las trincheras confederadas. Además, este discurso histórico también sirvió para elogiar los valores, la causa e, incluso, a los soldados afiliados a la lucha confederada. La construcción de la memoria y del pasado sureño necesitó de la dispersión de diferentes instrumentos que fungieran como transmisores de esta visión confederada. Por dicha razón, se desplegaron instrumentos pedagógicos, simbólicos y conmemorativos que ayudaran a construir esta versión de los hechos38. Las estrategias empleadas abarcan festejos de fechas significativas, canciones, libros de texto, novelas y, por supuesto, una fuerte campaña de construcción de monumentos39.


La mayor parte de los monumentos confederados no solo se levantaron inmediatamente terminada la guerra civil, sino que su aparición empuja distintas temporalidades y obedece a circunstancias históricas que esclarecen su presencia. Es durante los años de reconciliación, que van de 1865 a 1876, que comienzan a proliferar algunos de los más emblemáticos monumentos que homenajean a los grandes hombres y a los grandes momentos de la lucha confederada. El norte, como forma de limar asperezas, estuvo de acuerdo en que el sur librara toda una política de la memoria para enaltecer a sus más importantes personalidades, por ejemplo, a Robert E. Lee40.


Estos recorridos de la memoria, encarnados en los monumentos, banderas e incluso nombres de avenidas o escuelas, veneraban a hombres que aparecían ante gran parte de la sociedad como existencias heroicas que representaban valores que había que regresar al presente o, en su defecto, mantener vivos. Valores e ideas que muchas de las veces cruzaban con narrativas raciales y de la supremacía blanca. Tal es el caso del industrial sureño Julian Carr, quien, en 1913, tras una ceremonia que inauguraba un monumento confederado, mencionó vehementemente que había que admirar al pasado confederado, pues habían luchado por cuatro años para defender sus ideales, pero, sobre todo, por haber defendido la supremacía de la raza anglosajona41.


La construcción sistemática de estos monumentos no fue solo el compaginar el pasado con el presente debido a un afán melancólico de venerar un tiempo perdido. Las memorias de bronce, mármol, caliza y alabastro no se limitaban a honrar a los muertos, pues su labor también cumplía un rol importante en los objetivos y en las intenciones del presente, principalmente en los proyectos de la supremacía blanca. Así pues, los monumentos no son materialidades que protegen a un pasado petrificado, sino que en ellos siempre se estratifican complejos temporales que los vuelven superficies cargadas de tiempo(s). Dicho de otra manera, estos monumentos respondían a un proyecto de colonización espacial que, a través del uso del pasado, potencializaba la agenda del presente y cimentaba los caminos de los días del mañana.


La colocación de estos espacios de memoria, entonces, respondían a una agenda y a una lucha de valores que se disputaban el presente, el pasado y el futuro. Aquí una serie de políticas que molestaron a los supremacistas blancos y que se empeñaron en suprimir: durante 1865, a través de la 13.a enmienda constitucional, se daba punto final a la esclavitud y se declaraba su abolición42. Posteriormente, en 1868, la 14.a enmienda constitucional declaraba de manera oficial la ciudadanía de todas las personas afroamericanas, este fue un paso importante ya que se logró la igualdad ante la ley y una seguridad jurídica de la que antes estaban desposeídos43. Por último, la 15.a enmienda constitucional emitió el derecho al voto para todos los ciudadanos; gesto jurídico que incorpora a las voces soterradas de los negros para participar en las decisiones de la vida pública.


Sin embargo, a pesar del abolicionismo, los grupos de supremacía blanca se encargaron de combatir dichas remodelaciones jurídicas y sociales, ya sea por la vía de las instituciones, como fue el caso del presidente Andrew Johnson, quien eximió a todos los esclavistas44, o por vías ilegales y clandestinas, como la formación del grupo paramilitar conocido como el Ku Klux Klan, quienes desde 1866 hostigaron a las comunidades negras para asegurar las segregaciones raciales y los valores de la supremacía blanca.


Así pues, la multiplicación de monumentos tuvo lugar en una coyuntura política y social en la que las comunidades negras empezaron a ganar terreno en la esfera social, pero también es un momento en el que grupos y disposiciones jurídicas se encargaron de velar por los viejos valores de la supremacía blanca y defender la distribución racial del espacio. El periodo de tiempo en el que los monumentos confederados comienzan a ser abundantes va desde el periodo de reconstrucción hasta las fechas en las que terminan las leyes de Jim Crow,45 en 196546.


En su mayoría, estos monumentos fueron financiados por los propios herederos e hijos de los soldados confederados. Por ejemplo, el grupo conocido como United Daughters of the Confederacy, de 1900 a 1921, se montó a la tarea de colocar numerosos monumentos que permitieran que las nuevas generaciones conocieran y defendieran los valores confederados de sus antepasados47. De hecho, la tarea de grupos como este no se limitó al emplazamiento de monumentos con la intencionalidad de instruir a las generaciones futuras y presentes, su trabajo sobre las narrativas del pasado también se aplicó hacia los libros de texto. Ellas rechazaban toda visión de la historia que colocara a la esclavitud como la propulsora de la guerra civil; asimismo, elogiaban las acciones de grupos como el KKK48.


De 1920 a 1940 se dio una segunda oleada de monumentos49 confederados que se esparció por todos los Estados Unidos, especialmente en el sur. El periodo de instalación de estos espacios de la memoria no es casual ni arbitrario. Es justo en ese lapso que la comunidad negra daba una fuerte lucha para poder conquistar sus derechos que aún estaban en entredicho50. Además, es en ese mismo periodo que se observa todo un florecimiento de creatividad afroamericana que empieza a impactar en la cultura americana, especialmente en la literatura y en la música51.


La historiadora Jane Dailey, debido a todo lo anterior, demuestra que los monumentos confederados, que comenzaron a proliferar en ese espacio de veinte años, eran una forma de intimidación que buscaba tener a raya a todos esos colectivos de negros que deseaban tener mayor participación en la vida pública y obtener mayores derechos52. Era una forma metafórica de recordarles el dolor que habían pasado y las concepciones de inferioridad que los supremacistas tenían sobre ellos53. No es gratuito que muchos de estos memoriales se hayan colocado frente a los juzgados54 en los que la comunidad negra iba a reclamar sus derechos de ciudadanos. Las figuras de Robert E. Lee o de algún soldado confederado eran solamente una de las tantas formas de decirles que no iban a permitir que dislocaran estas fronteras raciales. El monumento confederado pasó así de ser una conmemoración a una huella que buscaba dejar bien claro el orden de las relaciones de poder.


Los monumentos y el sentido de la historia


A continuación, lo que nos interesa contestar es: ¿Cómo explicamos la rivalidad que existe sobre el pasado confederado y sus representaciones encarnadas en los monumentos?, ¿por qué estas luchas en el presente tienen que acudir al pasado para poder mover el rumbo de su agenda?, ¿cómo podemos leer teóricamente estos gestos? Para ello, regresamos a los datos que dimos en el primer apartado. Pudimos observar que hay más de un tipo de posicionamiento: 1. Un posicionamiento que se aboca a la destrucción de los monumentos, pues en ellos subyace una trama social que responde a una visión y a una pragmática atravesada por el racismo y por la segregación. 2. Un posicionamiento que defiende la conservación de los monumentos, debido a que ellos son parte de la memoria del país y del pasado colectivo, además de que detrás de ellos, según estas opiniones, hay mucho más que el simple racismo. 3. Posiciones como las de Dylann Roof55, quien ven en los monumentos una tradición racista que se tiene que perpetuar por todos los tiempos.


Para comenzar a dar respuesta a este laberinto de problemáticas, vamos a tomar por referente tres conceptos que nos van a servir de guías para el entendimiento de estos gestos de destrucción y también para explicar estas rivalidades que disputan la permanencia o la erradicación de monumentos. Dichos conceptos son los de narración histórica, cultura y sentido del tiempo.


Rüsen nos menciona que la cultura es la matriz hermenéutica encargada de dotar a los individuos de sentido práctico. La cultura aquí no debe entenderse como la antítesis de la naturaleza y tampoco como las simbolizaciones comunes que se ubican en una comunidad o en un territorio. Para Rüsen, la cultura es una dimensión práctica de la vida humana56; es a través de ella que nosotros somos capaces de interpretar al mundo y, debido a eso, a actuar sobre el mismo. Así pues, las colectividades y los individuos solo pueden orientarse prácticamente en la medida que existe una interpretación por detrás. Entonces, la cultura pasa a ser una productora de sentido que nos permite interpretar y orientarnos en el exterior, el interior y también generar experiencias de tiempo. Las interpretaciones y las simbolizaciones resultado de la cultura van a convertirse en la brújula de las acciones colectivas e individuales.


Lo histórico, meditándolo a partir de la cultura, según como la entiende Rüsen, es una simbolización del tiempo que termina por desdoblar ante los individuos una experiencia que le da sentido al pasado, presente y futuro. Las formas en las que la cultura ejecuta estas operaciones de sentido en el tiempo son cuatro principalmente. 1. Percepción: es la exploración de los cambios temporales en una escala tanto interna (individual) como externa (colectiva) 2. Interpretación: es la forma en la que dotamos de sentido a los hechos del pasado. En este mismo punto, los hechos pretéritos son simbolizados a partir de las normatividades del presente. 3. Orientación: es una brújula histórica que pretende que los hechos del pasado sean guías en las acciones del presente y así conquistar objetivos para el futuro. 4. Motivación: determinar las voluntades y conducir las emociones a través de una formación de sentido que esté atravesado por objetivos57.


La intercomunicación entre estos cuatro apartados tiene por resultado la simbolización o la experimentación del tiempo histórico. Amén de lo anterior, el tiempo histórico no tiene que ver exclusivamente con el pasado, sino que, como observamos, es la producción de una imagen pretérita a partir de las normatividades del presente y con un uso práctico que sirva para conquistar un futuro.


Sin embargo, entre la cultura —las claves interpretativas a través de las cuales nos orientamos para actuar— y la simbolización del tiempo subyace un espacio que no hemos analizado: la narración. Esta es la que permite asentar el camino que va de la cultura al sentido del tiempo; es el punto medio que vuelve la operación posible. Por narración no nos circunscribimos a la escritura de la historia o a la operación historiográfica (se le incluye, más no se cierra en ella), sino que abarcamos un amplio abanico de actuaciones y gestos que colaboran y se incluyen en esto que nombramos narrativa: el rumor, las ceremonias, los rituales, los medios de comunicación y también los monumentos. Siguiendo a Ricoeur, la experiencia del tiempo siempre necesita de un otro, nunca se da en soledad, siempre necesita de dispositivos que la actualicen y que le aseguren una supervivencia58. En el caso de este artículo, el monumento es ese otro que actualiza cierta experiencia de tiempo.


Por otra parte, aunque la cultura mediante la narración cumpla con una producción de sentido que da los parámetros interpretativos para orientarse prácticamente en la vida, además de generar una experiencia temporal que se introyecta en los sujetos, ello no tiene que significar que exista una interpretación, narración o sentido monopólico que atraviese de manera total a todos los individuos. Incluso, cuando existe una cultura hegemónica que pretende producir sentidos y experiencias de tiempo que sirvan para la legitimación de sus intereses, el intento siempre resulta fallido. Hoy día, la historia, la antropología e incluso el psicoanálisis nos han enseñado que todo lenguaje que se quiera colocar en una posición dominante siempre va a tropezar con la agencia de los sujetos sociales. El sentido busca ser global pero los individuos siempre lo están practicando, es decir, continuamente lo bifurcan y lo fragmentan en múltiples experiencias que ya no se limitan a este centro de poder. En el caso de la narración sucede lo mismo: no hay una narrativa definitiva, sino múltiples narrativas que interactúan conflictúan y rivalizan en la esfera pública59. Cada una de estas narrativas está cargada de diferentes intereses, objetivos y experiencias de tiempo.


La narrativa histórica, regresando a Rüsen, tiene más de una forma de generar sentido alrededor de las experiencias de tiempo, pues, como recién mencionamos, no existe experiencia definitiva, sino múltiples sentidos y experiencias que continuamente se interpelan y rivalizan. Por ello, la tipología de la narrativa histórica, de acuerdo con su función general de generar sentido, experiencia del tiempo y orientación práctica, se dividiría en cuatro apartados: tradicional, ejemplar, crítica y genética. Nosotros nos vamos a enfocar solo en las tres primeras60.


En la narrativa histórica tradicional son los valores perennes, antiguos y eternos los que marcan una herencia que es necesario conservar para mantener la estabilidad y la salud del tiempo presente. De igual manera, es imperioso velar por la permanencia de estas tradiciones para así mantener certezas y seguridades en el futuro. El sentido del tiempo en la narrativa tradicional es un tiempo eterno, continuo que debe actuar para defender el orden antiguo de las cosas. Casi siempre se ocupa este tipo de narrativa para legitimar o amparar poderes establecidos61.


La mayoría de las veces, la narrativa histórica tradicional necesita reforzarse de otros tipos de narrativas que la auxilien en su tarea de perpetuarse. Es justo en ese objetivo que entra en escena la narrativa ejemplar. Para que los méritos, valores y comportamientos que defiende y necesita la narrativa tradicional no floten en una mera abstracción se necesita aterrizarlos en imágenes o figuras concretas que sirvan como ejemplo de vida. La narrativa ejemplar, bajo esta consigna, produce puntos de anclaje que permitan otorgar en el presente un abanico de valores y de acciones que se convierten en casos ejemplares para conducir la vida práctica del presente y también del futuro. La experiencia del tiempo ejemplar, justo por su trabazón con la narrativa tradicional, se muestra como una figura lineal que, a través de casos del pasado, debe dotar de orientación a las actuaciones del presente y conducir hacia un futuro que sostenga esos mismos valores62.


La narrativa crítica, por el contrario, es aquella que rompe con los patrones, costumbres, leyes y experiencias que son generadas por las narrativas tradicionales y ejemplares. La narrativa critica pone en crisis la experiencia y la situación del presente. Asimismo, cuestiona las experiencias de tiempo que están a la merced de las condiciones actuales. Es por ello por lo que la narrativa crítica pone de cabeza a los flujos temporales que van del pasado al futuro y viceversa. La narrativa crítica busca desmantelar los contínuums tradicionales para así lograr la construcción de nuevas experiencias de tiempo que sirvan para consolidar futuros horizontes atravesados por marcos de vida más equitativos. En otras palabras, son contrahistorias, ya que para construir primero arremeten contra los saberes y las imágenes de tiempo ya establecidas63.


Por último, las narrativas genéticas son todas aquellas que tratan de darle dirección a las sociedades ante los cambios que se generan alrededor de lo individual y también de lo colectivo. La experiencia temporal de este tipo de narrativa tiene por característica que no rehúye del cambio, tampoco de las alteraciones sociales. Al contrario, contempla la vida colectiva como una dinámica que tiene en su núcleo el desdoblamiento continuo de factores que generan alteraciones en el ritmo temporal64.


Rüsen menciona que de las cuatro narrativas recién expuestas no se puede hablar de una sola que prevalezca sobre todas las demás. Tampoco quiere decir que en todo el barullo social tenga que existir una sola narrativa y ninguna más. Como lo mencionamos líneas arriba, estas narrativas interactúan, tienen cruces y también rivalizan. Sin embargo, según el filósofo alemán, existe un estilo de progresión natural entre las propias narrativas: él menciona que hay un tránsito entre la narrativa tradicional, ejemplar y genética. Es decir, cada una de estas narraciones se complementa. Por el contrario, la narrativa crítica es la que irrumpe para dislocar a las tres anteriores. Es la crítica la que fractura los flujos tradicionales de tiempo y abre los canales para conquistar otro tipo de percepción entre pasado, presente y futuro.


¿Cómo usar este bagaje teórico para el entendimiento de la destrucción de los monumentos? La destrucción de los monumentos, en vista de todo lo anterior, no puede ser considerada tan fácilmente como un acto vandálico que busca afectar a la comunidad en un momento de ira; tampoco debe entenderse como un anacronismo torpe que desconoce el pasado y que, debido a esa ignorancia del contexto, juzga a los personajes del pasado con los valores del presente. Cada una de estas respuestas, y otras tantas, forman parte de resoluciones sencillas que no se atreven a mirar la complejidad que existe por detrás del acto. Por el contrario, nosotros quisiéramos proponer una lectura que permita pensar la destrucción de monumentos como parte de distintos episodios políticos que se caracterizan por la rivalidad de experiencias temporales y, por tanto, de narrativas históricas que batallan en la esfera pública.


Tal y como se dijo al inicio de este apartado, la cultura juega un papel clave para la orientación práctica de los sujetos sociales. Sin embargo, dentro de la cultura existen distintos agenciamientos que se encargan de simbolizar la realidad y el tiempo de forma diferente. En el caso de los monumentos confederados y su relación con los colectivos que los defienden, específicamente con los supremacistas blancos, existe una narrativa tradicional que produce una experiencia de tiempo muy precisa. Estos individuos y comunidades se pliegan a una identidad que se construye por una simbolización del tiempo que se engrana en una perspectiva particular del pasado, presente y futuro.


El pasado que dota a estos supremacistas de una orientación práctica es el pasado segregacionista, racista de la Confederación y de los intentos que esta dio para defender y preservar la institución de la esclavitud. No obstante, hay que tener cuidado de no establecer linealidades: el pasado pone parte de los cimientos para generar interpretaciones que orienten prácticamente a los sujetos durante el presente, y el presente impone sus normatividades para seleccionar un pasado que oriente prácticamente a los sujetos para llegar a un futuro. Es decir, es una relación dialéctica en la que los tiempos se construyen mutuamente.


El uso del espacio, en este caso encarnado en los monumentos, es una estrategia que sirve para representar y construir un pasado, al igual que para generar una tradición social del tiempo. En pocas palabras, no puede darse experiencia temporal que no recurra al place-ma-king, es decir, a la generación de un espacio instrumental que ayude a construir esta perspectiva tradicional65. Más aún, las identidades siempre se producen, en parte, por la interferencia de mecanismos espaciales que fungen como generadores de identidad66 a través de toda una semiótica del espacio67.


Si estos monumentos son parte de un sentido tradicional del tiempo es porque forman parte de un conglomerado de dispositivos narrativos que se encargan de mantener vivo un pasado que dota a los actores de una orientación práctica cargada de valores atravesados por los intereses y objetivos de la supremacía blanca. Al mismo tiempo, si estos monumentos sirven para seleccionar y mantener viva la imagen del racismo de la guerra civil y la Confederación es debido a que su contexto presente los enmarca en una agenda que empata con esos valores y prácticas raciales. Esto no quiere decir que el racismo del presente sea el mismo de hace cien años, sino que la normatividad y los objetivos del presente encuentran un apoyo de legitimación para sobrevivir en un futuro una vez que se anclan y vinculan a esta imagen del pasado. Mencionamos que, según Rüsen, las narrativas y experiencias de tiempo tradicional se caracterizan por el afán en perpetrar las reglas, costumbres y prácticas por un tiempo indefinido en una linealidad ininterrumpida. Estos colectivos de supremacistas, por tanto, tienen una necesidad vehemente de defender los monumentos, pues son parte de la narrativa que diseña su experiencia temporal; son estos monumentos los que encarnan los valores máximos que deben permanecer durante toda la eternidad. Vulnerar los monumentos es atacar a parte de los dispositivos narrativos encargados de dotarlos de sentido práctico, de identidad y de sentido de tiempo entre pasado, presente y futuro.


La narrativa y el sentido de tiempo ejemplar, tal como mencionamos anteriormente, solo son un complemento que opera para potencializar los efectos de las narrativas y las experiencias temporales elaboradas por las estrategias de la narración tradicional. El uso de personajes emblemáticos como Robert E. Lee u otros confederados sirve para tornar visibles las acciones de los grandes hombres y cómo estas deben ser emuladas en los firmamentos del presente. Por ejemplo, líneas arriba, mencionamos al colectivo United Daughters of the Confederacy, quienes se valían de los monumentos como un arma pedagógica que tenía por finalidad instruir las generaciones del presente y las del futuro. La aplicación de estas reglas, valores y conductas de hombres ilustres se efectúan con el propósito de perpetrar y extender las experiencias temporales conquistadas por la tradición.


Las narrativas críticas, por el contrario, son las que hacen estallar a las narrativas tradicionales y ejemplares. La destrucción de los monumentos confederados por movimientos como Black Lives Matter es un gesto metafórico de narrativas y experiencias temporales críticas que buscan negar las fuerzas de los valores, tradiciones, costumbres e imaginarios que continuamente perpetran prácticas de segregación y de racismo. Esto de ninguna forma quiere decir que los monumentos sean los culpables por la existencia estructural de una violencia racial. Tampoco quiere decir que la destrucción de los monumentos erradique la segregación y la violencia endémica. Jamás hemos querido sostener algo similar. Como dijo el alcalde de Virginia, la remoción de los monumentos no va a terminar con el problema, solo es un pequeño paso en una lucha que tiene un camino extenso por recorrer. Asimismo, al inicio mencionamos el argumento del gobernador, quien decía que ya era hora de mirar al futuro y por ello se tenía que maniobrar cambios en el pasado68.


El sentido de la destrucción de monumentos debe inscribirse en una lucha multidimensional por producir otra experiencia de tiempo que no tenga por base una tradición y una ejemplaridad atravesada por una gama de intencionalidades violentas y raciales. Estos grupos, como Black Lives Matter69 y otros más, cuestionan el pasado a partir de un proyecto presente que busca abrir la posibilidad de otros futuros posibles. Uno de los activistas del movimiento menciona que a los jóvenes negros se les ha robado el futuro y que las acciones que toman deben ser leídas como un intento por volver a tomar ese futuro y construir un mundo en el que las vidas negras sean vidas que también merecen vivir70. Por tanto, la destrucción de estos símbolos confederados no puede descifrarse sin estas tácticas presentes que buscan conquistar otro tipo de futuros y luchar por la vida.


Para estos colectivos, la remoción y la destrucción de los monumentos se sostiene en la tarea de debilitar las orientaciones prácticas que nutren a muchos de los grupos de supremacía blanca: individuos que toman por referente la bandera confederada, al KKK o a los viejos esclavistas del sur para defender y legitimar las segregaciones actuales. Es decir, la segregación y la violencia racial del presente continuamente reaviva estas imágenes del pasado y viceversa, el pasado continuamente legitima las acciones del presente para así prolongarlas a un futuro. Las narrativas críticas lo que buscan es dislocar este contínuum. La destrucción de monumentos, asimismo, puede leerse como un momento de aceleración en el que la sociedad renegocia71 ese pasado tradicional y genera el momento para la generación de un nuevo orden de memoria y de tiempo. La destrucción de lo viejo para el nacimiento de lo nuevo72.


Debido a ese cuestionamiento de una experiencia temporal tradicional y ejemplar, las narrativas críticas problematizan la permanencia de los monumentos, pues ellos son la metáfora espacial de las experiencias de tiempo tradicional. En realidad, entonces, se problematiza una experiencia de tiempo. El cuestionamiento no es solo hacia los monumentos, sino que también incluye a las leyes de la ciudad, el acceso a ciertos espacios que aún están vetados para los negros como escuelas y trabajos, etc. Insistimos, es una lucha multidimensional y los monumentos son solo una fracción.


Dicho de otra manera, y como forma de hipótesis, las narraciones y las experiencias de tiempo no solo se encarnan en las mentalidades colectivas e individuales; tampoco se limitan a plasmarse y orientar a las prácticas, gestos, intereses, etc. Las experiencias del tiempo tienen por necesidad el producir un orden espacial que sirva para su desdoblamiento y para su propia actualización. Algunas de estas narrativas y experiencias temporales tienen mejores oportunidades de acantonarse en el espacio público y la esfera social para así resguardar, replicar y producir imágenes del pasado que sirvan para legitimar o nutrir los intereses del presente y abrir los caminos al futuro.


Así pues, el orden espacial que se construye para favorecer y defender estas narrativas tradicionales tiene por característica el ser hostil con otro tipo de memorias o con otro tipo de experiencias temporales. Esto no quiere decir que sean espacios, narrativas y experiencias definitivas, pues las irrupciones críticas son muestra de cómo la tradición, las leyes y la ejemplaridad pueden ser dislocadas para configurar nuevas relaciones con el tiempo y con el espacio. Sin embargo, las narrativas tradicionales siempre van a hacer lo posible para que esas otras experiencias de tiempo sean eyectadas del espacio. Por ejemplo, en 2014, en Ferguson, un policía asesino a un afroamericano de nombre Michael Brown. Junto al cuerpo, abandonado en la acera por horas, los vecinos de la comunidad empezaron un homenaje al hombre abatido: colocaron algunas de sus pertenencias significativas, fotografías, cartas, etc. La respuesta de los policías fue destruir el memorial con un camión. El memorial fue nuevamente instalado y las autoridades nuevamente lo derribaron con el mismo camión. Las memorias afroamericanas no tienen lugar en el espacio. Es más, las muertes de negros en los Estados Unidos pasan a olvidarse gracias a un enorme papeleo y a un asfixiante proceso burocrático que termina por hundir los crímenes en los campos del olvido73.


Así como los negros son aplastados o expulsados del espacio, lo mismo puede decirse de los latinos, musulmanes, gays, trans, queer, pobres, etc. Cada uno de estos grupos minoritarios son violentados por las narrativas tradicionales y ejemplares. Las experiencias del tiempo de las que son víctimas tienen la cualidad de perpetrar prácticas de violencia, segregación, desigualdad, odio, etc. Las narrativas críticas, en cambio, son las que interrumpen esta continuidad y fracturan el orden espacial, al igual que el orden del tiempo. Las experiencias críticas del tiempo, en parte, nacen de la necesidad de justicia y del deseo de conquistar otros mundos posibles en los que podamos redimir incluso a todos los olvidados. Así pues, la destrucción de monumentos es el resultado de sentidos críticos del tiempo que buscan ajusticiar el pasado, el presente y el futuro. Y este tipo de lucha no puede dejar de lado el cuestionamiento de las narrativas tradicionales y las metáforas espaciales que las nutren, en este caso los monumentos.


Conclusión


En conclusión, fueron cuatro los puntos principales. 1. En primer lugar, cómo el evento del asesinato de George Floyd desató una serie de movimientos sociales que arremetieron contra los monumentos y las estatuas que tienen un vínculo histórico con el esclavismo o con las prácticas de segregación racial. En el caso de los Estados Unidos, el ataque se dirigió, en su gran mayoría, hacia los monumentos confederados. 2. En segundo lugar, el hecho de atacar la memoria de los confederados obedece a todo un largo proceso histórico en el que el sur defendió con fiereza la existencia y la permanencia de la esclavitud y de la inferioridad de los negros. Es debido a ese mismo proceso histórico que el sur y los confederados quedan cristalizados como una memoria y una imagen de la supremacía blanca. Para no caer en descontextualizaciones, mencionamos que dicha postura a favor de la esclavitud obedecía a cuestiones económicas, culturales y demográficas. 3. Posteriormente, trazamos un mapa con el objetivo de volver visible que la proliferación de monumentos confederados, desde inicios de la reconstrucción hasta el final de las leyes de Jim Crow, tenía una intencionalidad de intimidación hacia las comunidades negras. Esta multiplicación de monumentos llegó justo en el momento en el que los negros buscaban conquistar sus derechos, pero también es el momento en el que mayor asedio sintieron. Las representaciones confederadas, entonces, buscaban intimidar y también conectar en el presente con las agendas de supremacía blanca y defender el orden de los valores segregacionistas y racistas. Así pues, el monumento, además de ser un lugar de memoria, era un emplazamiento que buscaba mantener y expresar el orden de las relaciones de poder. Gran parte de los monumentos confederados deben su colocación a estas experiencias de tiempo tradicionales que pretendían mantener las estructuras y las prácticas raciales y desiguales. 4. Por último, acompañándonos de Rüsen y de su tipología de narrativas tradicionales, ejemplares y críticas, argumentamos la hipótesis de que la destrucción de monumentos, a manos de movimientos sociales como Black lives matter, no debe caer en críticas simplistas de vandalismo o de un anacronismo en el que supuestamente el error es juzgar las imágenes del pasado a través de los valores y las luchas del presente.


Por el contrario, la destrucción de monumentos debe ser un gesto dimensionado dentro de una rivalidad entre experiencias de tiempo. Es decir, el monumento se convierte en un dispositivo instrumental que sirve para sostener a ciertas simbolizaciones del tiempo. En el caso de los supremacistas, este emplazamiento es tomado para abrazar una imagen del pasado, atravesada por valores raciales y de exclusión, y así tener una orientación práctica en el presente para posteriormente conquistar un futuro en el que dichos valores imperen. Estas experiencias de tiempo tradicionales, que se valen del monumento y lo toman de instrumento, tienen la característica de poner en juego una trama temporal que se define por una linealidad eterna e ininterrumpida en la que deben prevalecer los valores y las prácticas tradicionales, en este caso las del racismo. El monumento es efecto y sostén de las experiencias de tiempo tradicionales y ejemplares, las cuales se niegan a cualquier modificación en las prácticas y en los modos de relación con el pasado, presente y futuro.


Por el contrario, la narrativa crítica desdobla una experiencia de tiempo que busca dislocar los efectos y las operaciones de estas temporalidades tradicionales y ejemplares. La búsqueda política de justicia y la necesidad de construir y conquistar otros futuros posibles empujan a estos colectivos a elaborar una crítica del tiempo en la que se pone en tensión los saberes, las memorias y las metáforas espaciales del pasado y sus vínculos con el presente y el futuro. Así pues, la destrucción de monumentos, en el caso de las protestas por George Floyd, obedece a una experiencia crítica que busca alterar el contínuum de las prácticas y de las percepciones estructurales que pretenden sostener un horizonte de valores segregacionistas, racistas y supremacistas. No es una crítica ignorante y anacrónica sobre los esclavistas, es una crítica sobre los mecanismos de racismo puestos en el presente, los cuales no dejan de retroalimentarse a través de estos ganchos temporales que conectan pasado y futuro. Los movimientos como Black lives matter, a través de gestos como la destrucción de monumentos, buscan desconectar esas experiencias de tiempo y abrir la puerta hacia nuevos vínculos entre pasado, presente y futuro que posibiliten nuevas relaciones entre los cuerpos, el espacio y el tiempo.




1 Egresado de la Licenciatura en Historia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México, estudiante de Maestría en Historia en la Universidad Iberoamericana. Docente y colaborador en el Instituto de Investigaciones Estéticas en la Universidad Nacional Autónoma de México para la formación del Fondo Documental Jorge Alberto Manrique.


1 Joseph Hincks, «In Solidarity and as a Symbol of Global Injustices, a Syrian Artist Painted a Mural to George Floyd on a Bombed Idlib Building», Time, 6 de junio de 2020.


2 Dominic-Madori Davis, «Shattered storefronts and ‘eat the rich’ graffiti: Photos show the aftermath of destruction in luxury stores that were looted and vandalized during the protests», Business Insider, 1 de junio de 2020.


3 Borzou Daragahi, «Why the George Floyd protests went global», Atlantic Council, 10 de junio de 2020, acceso el 15 de mayo de 2021, https://www.atlanticcouncil.org/blogs/new-atlanticist/george-floyd-protests-world-racism/.


4 Jessie Yeung, «June 7 George Floyd protest news», CNN, 8 de junio de 2020.


5 La organización de los hijos de los confederados veteranos nace en 1896 en Richmond, Virginia. El objetivo de asociaciones y colectivos como este fue el de preservar los valores, el coraje y los principios de la lucha confederada. En el caso de este grupo su referente histórico más preciado es Jefferson Davis.


6 Eugene Scott, «Trump’s ardent defense of Confederate monuments continues as Americans swing the opposite direction», The Washington Post, 1 de julio de 2020.


7 Erika Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América (México: El Colegio de México, 2018), 56.


8 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 58-60.


9 Adams, Los Estados Unidos de América (México: Siglo XXI, 2019), 21.


10 Adams, Los Estados Unidos de América, 30.


11 Adams, Los Estados Unidos de América, 34.


12 Adams, Los Estados Unidos de América, 34.


13 Adams, Los Estados Unidos de América, 36.


14 Adams, Los Estados Unidos de América, 36.


15 Adams, Los Estados Unidos de América, 65.


16 Adams, Los Estados Unidos de América, 67.


17 Adams, Los Estados Unidos de América, 68-69.


18 Anthony E. Kaye, «The Second Slavery: Modernity in the Nineteenth-Century South and the Atlantic World», The Journal of Southern History 75, n.° 3 (2009): 627-650.


19 Alan Olmstead y Paul Rhode, «Cotton, slavery, and the new history of capitalism», Explorations in Economic History (2017): 1-44


20 Olmstead y Rhode, «Cotton, slavery, and the new history of capitalism», 30.


21 Olmstead y Rhode, «Cotton, slavery, and the new history of capitalism», 37.


22 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 73.


23 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 73.


24 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 79.


25 Adams, Los Estados Unidos de América, 75.


26 Adams, Los Estados Unidos de América, 98.


27 Adams, Los Estados Unidos de América, 98.


28 Javier Maestro, «El dilema norteamericano. De la esclavitud a la institucionalización de la discriminación racial», Studia Historica. Historia Contemporánea n.° 26 (2008): 53-78.


29 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 85.


30 Louis Billington, «British Humanitarians and American Cotton, 1840-1860», Journal of American Studies 11, n.° 3 (2009): 313-334.


31 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 115.


32 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 117.


33 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 135.


34 Pani, Historia mínima de Estados Unidos de América, 136.


35 Pankaj Mishra, De las ruinas de los imperios. La rebelión contra occidente y la metamorfosis de Asia (España: Galaxia Gutenberg, 2015), 123.


36 Aloïs Riegl, The Modern Cult of Monuments: Its Character and Its Origin, Oppositions 25 (1982): 20-51.


37 Alan T. Nolan, «The Anatomy of the Myth», en The Myth of the Lost Cause and Civil War History, ed. Gary Gallaher y Alan Nolan (Estados Unidos: Indiana University Press, 2010), 10-21.


38 Gaines Foster, Ghosts of the Confederacy (New York: Oxford University Press, 1988), 158.


39 Cabe recalcar que la memoria y el pasado confederado, bajo la interpretación de «la causa perdida», tuvo un despegue por distintos colectivos que montaron sobre sus hombros esta tarea de construir una perspectiva histórica alterna sobre la guerra civil. En un primer momento fueron las mujeres: esposas, madres, hermanas que se dieron a la tarea de fundar una memoria de sus abatidos en el conflicto. Posteriormente, fueron los grupos de veteranos. Aunado a estos últimos, se unieron los grupos de hijos e hijas de los confederados. Cada uno de estos colectivos coadyuvo mediante festejos, conmemoraciones, difusión de revistas, creación literaria, monumentos y demás, todo para cumplir el propósito de presentar un orden de la memoria que reivindicara la causa sureña. Gilpin Faust, «Altars of Sacrifice: Confederate Women and the Narratives of War», The Journal of American History 76, n.° 4 (1990): 1200-1228.


40 William Fitzhugh Brundage, «I’ve studied the history of Confederate memorials. Here’s what to do about them», Vox, 18 de agosto de 2017, acceso el 15 mayo de 2021, https://www.vox.com/the-big-idea/2017/8/18/16165160/confederate-monuments-history-charlottesville-white-supremacy


41 Fitzhugh Brundage, «I’ve studied the history of Confederate memorials. Here’s what to do about them».


42 Maestro, «El dilema norteamericano. De la esclavitud a la institucionalización de la discriminación racial», 65.


43 Maestro, «El dilema norteamericano. De la esclavitud a la institucionalización de la discriminación racial», 65.


44 Maestro, «El dilema norteamericano. De la esclavitud a la institucionalización de la discriminación racial», 66.


45 Jim Crow fue un personaje que caricaturizaba a los hombres negros, el actor que lo llevaba a cabo era Thomas Dartmouth Rice. La sátira se volvió tan popular que el nombre Jim Crow fue ocupado de forma despectiva para referirse a los negros. De 1870 a 1965 estuvieron en funcionamiento diversas medidas segregacionistas que imponían una separación espacial entre blancos y negros, mismas que se ratificaron como «leyes de Jim Crow». La medida primero se implementó en el transporte público y en las escuelas. Sin embargo, posteriormente la segregación incorporó nuevos espacios y otras prácticas: restaurantes, barrios, cementerios, etc.


46 Los monumentos confederados siguieron replicándose en fechas posteriores a 1965. Sin embargo, es en ese lapso, que va desde la reconstrucción hasta el termino de las leyes de Jim Crow, donde se va a poder observar una rápida y fuerte proliferación de monumentos. Travis Timmerman, «A Case for Removing Confederate Monuments», en Ethics, Left and Right: The Moral Issues that Divide Us, coord. por Bob Fisher (New York: Oxford University Press, 2020), 513-522.


47 Travis Timmerman, «A Case for Removing Confederate Monuments».


48 Ryan Best, «Confederate Statues Were Never Really About Preserving History», FiveThirtyEight, acceso el 14 de septiembre de 2020, https://projects.fivethirtyeight.com/confederate-statues/


49 La primera oleada de monumentos confederados se da inmediatamente termina la guerra de Secesión. Las esposas, hijas, hijos y familiares de los soldados invirtieron dinero para la colocación de monumentos y que estos sirvieran para honrar la memoria y la causa de sus muertos. La segunda oleada de monumentos puede ubicarse desde inicios de la guerra hispanoamericana en 1898, hasta finales de las leyes Jim Crow.


50 Best, «Confederate Statues Were Never Really About Preserving History».


51 Maestro, «El dilema norteamericano. De la esclavitud a la institucionalización de la discriminación racial», 77.


52 Best, «Confederate Statues Were Never Really About Preserving History».


53 Best, «Confederate Statues Were Never Really About Preserving History».


54 Solo por mencionar un ejemplo: mientras las leyes de Jim Crow se mantenían vigentes, dentro del capitolio de Virginia se erigieron bustos y monumentos tanto de Robert E. Lee como de otros generales confederados, por ejemplo, Stonewall Jackson.


55 El caso de Dylann Roof es un caso de un joven que el 17 de junio de 2015 entró a la iglesia de Charleston y matóo a nueve personas afroamericanas. El joven, minutos antes de perpetrar el crimen, había escrito un texto que buscaba disparar una guerra racial.


56 Jörn Rüsen, «Sense of History: What does it mean?», en Making Sense of History, coord. Por Jörn Rüsen (Estados Unidos: Berghahn Books, 2006), 40-64.


57 Rüsen, «Sense of History: What does it mean?», 49.


58 Paul Ricoeur, «Memory-Forgetting-History», en Making Sense of History, coord. por Jörn Rüsen (Estados Unidos: Berghahn Books, 2006), 9-20.


59 Ricoeur, «Memory-Forgetting-History», 11.


60 Jörn Rüsen, «Historical Narration: Foundation, Types, Reason», History and Theory 26, n.° 4 (2008): 87-97.


61 Rüsen, «Historical Narration: Foundation, Types, Reason», 90.


62 Rüsen, «Historical Narration: Foundation, Types, Reason», 90.


63 Rüsen, «Historical Narration: Foundation, Types, Reason», 90.


64 Rüsen, «Historical Narration: Foundation, Types, Reason», 90.


65 Keith Basso, Wisdom Sits in Places: Landscape and Language Among the Western Apache (Albuquerque: University of New México Press, 1996), 101.


66 Angela K. Martin, «The Practice of Identity and an Irish Sense of Place», Gender, Place & Culture journal 4 (1997): 89-114.


67 Maurice Halbwachs, La memoria colectiva (Argentina: Miño y Davila Editores, 2010), 171-197.


68 Alisha Ebrahimji, «Confederate statues are coming down following George Floyd’s death. Here’s what we know», CNN, 1 de julio de 2020, acceso el 15 de mayo de 2021, https://edition.cnn.com/2020/06/09/us/confederate-statues-removed-george-floyd-trnd/index.html


69 Black Lives Matter es una organización civil que nace en 2013, las fundadoras del proyecto fueron tres mujeres afroamericanas de nombre: Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi. El proyecto surge despues de que se le diera absolución a George Zimmerman, asesino del joven afroamericano Trayvon Martin. El movimiento cobra más fuerza en 2014 despues de que en Missouri asesinaran a Michael Brown y en New York a Eric Garner. Uno de los principales objetivos del movimiento es denunciar la brutalidad policiaca que arremete contra las poblaciones negras y los continuos ejercicios de racismo que aún perduran en Estados Unidos y otras partes del mundo.


70 Keeanga-Yamahtta, Taylor, Un destello de libertad: de Black Lives Matter a la liberación negra (España: Traficantes de sueños, 2017), 157.


71 Stuart Hall, «Encoding/Decoding», en Media and Cultural Studies, editado por Meenakshi Giri Durham y Douglas M. Kellner (uk: Blackwell publishing, 2001) :163-174.


72 Dario Gamboni, The Destruction of Art: Iconoclasm and Vandalism since the French Revolution (New York: Reaktion Books, 2013), 63.


73 Taylor, Un destello de libertad…, 73.



Referencias


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