Ciencia Nueva. Revista de Historia y Política | e-ISSN 2539 - 2662

Vol. 5 Núm. 1 Dossier | Enero - Junio de 2021 - Pereira, Colombia





Anales y Memorias
Homenaje póstumo a la memoria del historiador Ricardo de los Ríos Tobón

DOI: https://doi.org/10.22517/25392662.24699 - pp 331-336



Discurso para el acto de recepción del título magíster honoris causa en Historia


Speech for the reception of the honorary degree magíster honoris causa in History


Recibido: 28 de diciembre de 2020

Aceptado: 1 de febrero de 2021


Ricardo de los Ríos Tobón1


Pereira, Noviembre 27 de 2020


Señoras, Señores:


Hoy estoy contento. Se ha cumplido el sueño de un niño. Recuerdo claramente que, en 1950, en el Colegio de Cristo, en Manizales, estando en quinto de primaria, ese niño, que era imbatible en historia de Colombia y que ganaba fácilmente todos los combates escolares, soñaba, y así se lo dijo a su padre, con ser un señor importante en el conocimiento de la historia. Hoy ese niño está contento de haber cumplido el sueño porque hoy, con el título recibido de mi Universidad, me siento «un señor importante en la historia».


Por eso empiezo dando las gracias. Gracias a mi universidad que, para darme el título de ingeniero electricista, en 1969, me obligó a tomar siete semestres de matemáticas (porque tuve que repetir dos), donde me gradué con un modesto 3,8 de promedio, pero que me dio tales bases de ingeniería que pude trabajar durante cuarenta años en grandes proyectos energéticos del país, con un relativo éxito; universidad que ahora me declara magíster en Historia sin hacerme repetir ningún semestre.


Gracias al honorable Consejo Superior por su decisión y por las elogiosas palabras del texto de la Resolución 004 y al señor rector, ahora presidente de la Asociación Colombiana de Universidades, por su amable carta y por el liderazgo en este proceso.


Y gracias, muy especiales, a Jhon Jaime Correa Ramírez, quien fue el de la idea (o el embeleco) de hacerme magíster a pesar de mi resistencia inicial, por considerarlo un honor superior a mis méritos, y quien hizo realidad su idea ante la Maestría, la Facultad de Ciencias de la Educación, el Consejo Académico y el Consejo Superior.


Es que, amigos, desde siempre me apasionó la historia. Recuerdo con placer el libro «Grandes Navegantes» que me regalaran en mi primera comunión, en Belén de Umbría. Y recuerdo que desde niño hice recortes de periódico y apuntes sobre temas de historia. Con decirles que mi primer libro lo escribí a los doce años en una libretica negra. Era la biografía del Padre Rubén Isaza Restrepo, quien había sido mi primer rector en el Seminario de Manizales y había sido promovido a obispo. Aún conservo la libreta con catorce páginas escritas con letra infantil.


Luego, en mi intensa vida humanística de once años de seminario, un día encontré que la historia, mi historia, tenía su diosa, la musa Clío. Entonces me enamoré de ella, con todas las consecuencias que trae un enamoramiento desproporcionado.


Pasé luego a mis estudios y práctica de la ingeniería, seguí trabajando en mis ratos libres en la acumulación de archivos sobre temas históricos y fui desarrollando un relato sobre Caldas, cuando era grande, y sobre Manizales.


Y estando en el montaje de la planta termoeléctrica de Paipa, hacia 1982, vi que Caldas había abierto un concurso nacional en ensayo, al que decidí enviar mi relato, previa una organización de textos.


Recuerdo que, como el tiempo para entrega de propuestas acosaba y el trabajo en la planta más aún, un día resolví escaparme dentro de la misma obra y lo hice escalando más de 200 pasos de una escalera de gato, por la chimenea de 70 metros de la planta, y arriba, en un espacio para el análisis de gases y sentado en una rejilla, rematé en seis horas laborales mi propuesta sobre la historia de Caldas para enviarla a la sede del concurso.


Y, sorpresivamente, mi texto fue declarado el mejor, por el exigente jurado conformado por Javier Ocampo López, Álvaro Tirado Mejía y Nicolás del Castillo Mathieu, en una competencia con intelectuales humanistas. Precisamente, esa novedad hizo que, desde La Patria, en Manizales, enviaran a un periodista a entrevistar, en Paipa, al electricista que había superado a los escritores caldenses.


Pero recuerdo también que cuando viajé a recibir el premio a dicha ciudad, en esos días (y por ley de Murphy), se presentó en la obra un problema eléctrico, y el director general de la misma, el holandés Visser, me contaron que exclamó: «Tiene que estar muy mal una obra donde el encargado del área eléctrica se va para otra ciudad a recibir un premio de poesía».


Con mi premio en la primera participación en un evento académico sobre historia, yo pensé que Clío, mi musa, ya empezaba a corresponder a mis amores. Pero qué desilusión. La musa no acudía a las citas y me miraba como a un aficionado.


Cuando, a mis 76 años me presenté al director de la Maestría en Historia de la UTP para solicitar un cupo escolar, le dije que Clío para mí era como una moza porque solo había podido recibirla a altas horas de la noche, estando yo bien cansado y en un pequeño cubículo del campamento de alguna gran obra eléctrica nacional. Pero yo estaba «cañando» porque Clío casi nunca acudía a las citas. Es que yo era solamente un tegua en el mundo de profesionales de la ciencia del que ella era patrona.


Sin embargo, seguí con lo mío: vinculación con las academias de historia de Pereira, Caldas y Quindío, artículos en prensa, seriados, ponencias en congresos de historia, divulgación de investigaciones etc., porque comprendí que las academias de historia son la herramienta precisa para vincular la enseñanza académica de la historia a la comunidad. Todo aquello era mi gusto, casi mi pasión, así a Clío pareciera importarle tan poco.


Con el mismo entusiasmo asistí a los dos años presenciales del curso de la Maestría, donde tuve el raro gusto de sentarme en una silla universitaria después de 46 años, y el gusto mayor de haber recibido una estructura más académica para mis investigaciones, a pesar de que Clío nunca hubiera querido sentarse en una silla, a mi lado.


Es que, después de medio siglo de desamores, hoy puedo definir a Clío o, al menos puedo darles siete razones para que no vayan a enamorarse de ella:


Sí ven, amigas y amigos, es un error enamorarse de Clío. El problema es que yo lo predico, pero no lo práctico.


Voy a ponerles un ejemplo de su tiranía. Yo, como ingeniero electricista de grandes proyectos en Colombia y aún fuera, tuve el gusto de llegar a un potrero, a veces lleno de culebras, trabajar dentro de un gran equipo, y a los dos o tres años salir, mirar hacia atrás y dejar una imponente estructura que produce kilovatios con vapor o un horno petrolero clasificando el crudo por convección o una hidroeléctrica entregando energía. Y uno sale satisfecho y mira feliz hacia atrás.


En cambio, miremos a un historiador o, peor, a un aficionado a la historia, un rábula, como se diría entre los abogados. Descubre un tema de investigación y se lanza en su búsqueda. A pesar del tapabocas y de los guantes, traga ácaros en algún archivo municipal o parroquial por dos años; hace relaciones entre fuentes; lee cincuenta libros sobre el tema; financia, por su cuenta, cuatro o cinco viajes a Bogotá al Archivo General de la Nación o a la Biblioteca Nacional; trasnocha; pelea en la casa por tanta dedicación al asunto, y aprende a inferir, esa palabra mágica que consiste en escarbar, a veces por mera intuición, en una hipotética fuente de investigación y hacerlo tan bien que allí termina apareciendo un tema de interés. Hasta que termina su investigación, bien escrita en Word (aunque a veces a máquina de escribir), empastada quizás y siempre bajo el brazo del orgulloso investigador.


Algún amigo la muestra en la universidad, pero le dicen que parece no haber rigor académico y que dos pares muy exigentes mirarían el texto para una posible publicación. La lleva entonces a la Academia y le dicen sus colegas que no hay presupuesto. Entonces, va a la Secretaría de Cultura y le contestan que debe concursar, aunque ese año no existe la línea de historia entre los estímulos.


Entonces se decide, con unos ahorritos suyos más el préstamo de un pariente, consigue los siete millones de pesos que cuesta la edición de su texto y visita a diario la tipografía, hasta que tiene entre manos a su hijo, a su flamante obra. La muestra primero en la Academia donde sus colegas lo aplauden. Pero al momento de ofrecerlo, dos académicos lo compran, otro dice que solo tiene quince mil en el bolsillo y que después le da los veinticinco faltantes, otros miran el libro y lo devuelven. Entonces Usted debe empezar la faena de vender su obra, y en un año alcanza a colocar veinte de los trescientos ejemplares.


Hasta que llega el fatídico día en que su esposa le dice con ternura: Oiga, mijo. Esas cajas con los libros ya llevan dos años debajo de esa cama. ¿Por qué no se los lleva a su amigo Adrián Osorio, el de los libros de segunda en la Librería Roma para que él los venda y usted recupere al menos algunos pesitos?


Respetado auditorio: ¡no es por la calidad del texto! ¡No es por la suerte! ¡No es por el tema! Es Clío que no ayuda, por déspota y desorganizada.


Pero muchos, conmigo a la cabeza, la seguimos amando para que se cumpla en nosotros, sus enamorados, la bella estrofa del portugués Eugenio de Castro: «Es medio amor, amar con esperanza, y amar sin ella, verdadero amor». Por eso sigo y seguiré en la brega, y ojalá, de pronto ahora, con mi flamante título de magíster en Historia, ella, mi Clío, llegue a fijarse en mí. Aunque me comparta con muchos otros, como acostumbra.


Porque, en balance, creo haber mejorado en este medio siglo de amores con ella, ya que mi primer libro, como les dije, fue una biografía de catorce páginas, a los doce años y en letra infantil. Y ahora, acabo de entregar a mi familia la biografía y producción humanística de mi padre, en el contexto histórico y político del Gran Caldas, en un lujoso texto de 880 páginas, en dos tomos.


Al menos en cantidad, se ha visto un progreso.


Bueno, amigas y amigos, y como dice el bambuco de la señora Rosario: «Ya les conté mi historia y sigo mi rumbo». Porque ahora debo hacer una dedicatoria y presentarme formalmente.


Este título honorífico, que me honra desmedidamente, lo dedico primordialmente a un angelito de cinco años, mi nieta, que lleva once de haberse ido, precisamente un 27, como hoy, y que se ha dedicado a hacerme milagros sin que yo se los pida. A mi esposa Gloria y a mis hijos, siempre leales y solidarios. A mis compañeros de las Academias. Y de manera peculiar a mis compañeros de estudio de la maestría, algunos ya graduados, a quienes explico que el título recibido no me exime de la tesis, sino que me permite convertirlo en un libro, La Historia de la Violencia Interpartidista en el Gran Caldas entre 1930 y 1965, el cual garantizo que dará de qué hablar el próximo año.


Y aprovecho para saludar a mi primo, colega ingeniero, amigo y divulgador de la historia, Alfredo Cardona Tobón, a quien considero más merecedor del título que acabamos de recibir.


Y ahora sí debo presentarme formalmente:


Señor rector de la Universidad, señor decano de ingenierías, señor decano de Ciencias de la Educación, señor director de Ingeniería Eléctrica, señor director de la Maestría en Historia:


El ingeniero electricista por la utp y magíster en Historia por la misma UTP, ¡de los Ríos Tobón Ricardo, se presenta!


Gracias.




1 (1940-2021). Ingeniero electricista y magíster honoris causa en Historia. A lo largo de su vida combinó la actividad profesional como ingeniero en importantes proyectos a nivel nacional con la investigación histórica sobre la región del Gran Caldas. Colaboró en la fundación de la Academia Pereirana de Historia y se dedicó también a la divulgación de la historia regional en medios de comunicación locales.