Ciencia Nueva. Revista de Historia y Política | e-ISSN 2539 - 2662

Vol. 5 Núm. 1 Dossier | Enero - Junio de 2021 - Pereira, Colombia





Anales y Memorias
Homenaje póstumo a la memoria del historiador Ricardo de los Ríos Tobón

DOI: https://doi.org/10.22517/25392662.24772 - pp 299-305



Obituario: Ricardo de los Ríos Tobón


Obituary: Ricardo de los Ríos Tobón



Imagen de prueba

Ricardo de los Ríos Tobón
(1940-2021)
Ingeniero Eléctrico y Magíster en Historia “Honoris Causa”
por la Universidad Tecnológica de Pereira.

Pero no olviden Ustedes que hay un gran puente. Uno que todos debemos cruzar porque nadie está exento de tal obligación. Es el puente que se tiende entre el momento de nacer y el de morir. Es el puente que hay entre la vida y la muerte… Un puente que estoy acabando de cruzar.


“CARLOSDÉ”
Ricardo de los Ríos Tobón (2019)


Según el escritor y periodista Augusto López Arias, estas fueron las palabras de Carlos de los Ríos Barreneche días previos a su muerte que fue meticulosamente aguardada. Su hijo, Ricardo de los Ríos Tobón, las tomó para cerrar el que fue su libro más querido “Carlosdé”, la biografía de su padre. Hoy nos sirve para abrir este texto que quisiera plantear en un tono personal, pues le debo las últimas palabras a quien consideré mi amigo.


No olvido la primera vez que volvimos a hablar luego de más de diez años. Ricardo recordaba mejor que yo la forma cómo nos habíamos conocido. En ese tiempo yo era un “pichón de historiador”, como él decía. Me encontraba en Bucaramanga haciendo el pregrado pero lo conocí en Pereira, en el recién fundado edificio “Lucy Tejada”, una gran infraestructura destinada a la cultura y en la cual logró ganar un espacio importante la Academia Pereirana de Historia que Ricardo ayudó a formar. Los detalles de nuestra primera conversación los he obtenido a través de él, pues aunque hago el esfuerzo, no logro recordarlos. En cambio, tengo muy presente esa llamada que nos volvió a unir. Yo estaba en el proceso final de realización de mi tesis doctoral y había entendido en el balance historiográfico de Luis Javier Ortíz publicado bajo el título de “Caldas, una región antigua y nueva, tradicional y moderna, local y nacional”, la importancia de la obra de Ricardo. No puedo negar que influenció en buena medida la hipótesis que había construido en mi tesis, lo cual me dio el mérito de tener el título de doctor en historia. Hablar con el autor de las ideas que me dieron semejante oportunidad, era para mí muy importante, pero lo fue más, al encontrar una persona no solo tan cordial y generosa, sino entusiasta; tanto así, que de aquella llamada Ricardo tomó la decisión de iniciar sus estudios en la Maestría en Historia.


Desde entonces comenzamos una profunda relación que sólo se vio interrumpida por su partida. Fueron tal vez siete años en los que mantuvimos una fluida comunicación. Lo fui aprendiendo a conocer a retacitos, como leyendo un libro en desorden, saltando de un capítulo a otro, que es la forma como uno conoce a las personas. Hoy, con la distancia, trato de organizar para mí ese “libro” e interpretar el significado que ha tenido en mi vida y en la profesión a la que decidí dedicarme.


Seguramente el primer capítulo del que habría que hablar es el de la dimensión que podríamos llamar “académica”. Y digo que podríamos llamar, porque para Ricardo no estoy seguro que el mundo académico haya sido un aspecto desvinculado completamente de su personalidad. En una conversación informal apelaba con igual facilidad a una fuente en latín, lengua que conoció gracias a su paso por el colegio de Cristo en Manizales y que casi lo convierte en cura, a una sacada de una telenovela, pasatiempo que le encantaba. También le gustaba decir que “Clío”, como él llamaba a su afición por la historia, era una amante con la que se recogía cada noche robándole horas al sueño, pues las del día se las tenía que dedicar a su trabajo de ingeniero armando hidroeléctricas por todo el país. Pero además esos trasnochos estaban conectados con su propio pasado, pues aunque leyó de todo y fue un gran conversador por su don de gentes y cultura general, su pasión se centró en la búsqueda por desentrañar el misterio que conlleva observar un paisaje en nuestra región, explicar su geografía y como ésta se conectaba con las historias de quienes la han habitado.


De ese amorío nocturno surgió: “Orígenes y colonización hasta 1850. Historia del Gran Caldas”, un texto que fue escribiendo “sin ninguna pretensión”, según él mismo lo decía, hasta que llegó la oportunidad en 1981 de postularlo para el II Concurso de Literatura Caldense en la modalidad “ensayo”, cuyos jurados se enorgullecía en decir que habían sido los historiadores Álvaro Tirado Mejía y Javier Ocampo López, así como el hecho de haberle ganado a la reconocida profesora de la Universidad de Caldas, Luisa Fernanda Giraldo, quien había participado en el mismo certamen. La obra salió a la luz en 1983 dentro de la colección “Biblioteca de Autores Caldeses” impresa por la Imprenta Departamental de Caldas en Manizales. Cuando le llegó el anuncio del logro, Ricardo se encontraba en el montaje de una termoeléctrica en Tasajero, cerca a Cúcuta, lo cual le mereció el mote de “poeta” entre sus compañeros ingenieros que no entendían mucho de su pasón humanista.


Pero más allá de la anécdota del premio y la publicación, lo cierto es que el libro que está estructurado de una manera tradicionalmente cronológica para la región del “Gran Caldas”, como él la llama; tiene una novedad que seguramente evidenciaron los jurados y posteriormente los lectores que han derivado de él las principales hipótesis de Ricardo sobre la conformación territorial de Caldas. Esa novedad consiste en encontrar diversos fenómenos y problemáticas vinculados al ritmo de la “colonización” y a lugares específicos en las que esta se dio. De esta manera, sin utilizar fuentes de archivo, y básicamente con la bibliografía que había para los años 70 del siglo pasado, el ingeniero logró evidenciar y probar la subregionalización histórica del territorio de Caldas. Probablemente le faltó mayor método para el manejo de las fuentes y la deducción de argumentos sin extenderse en 10 capítulos, esas habilidades las conocerá décadas más tarde al ingresar a la Maestría en Historia, pero entonces, su ímpetu le decía que aún quedaba mucho por expresar, razón por la cual incluyó en el título del libro Vol I, pues iría a escribir otros tres volúmenes de los que hablaba incluso meses antes de su partida definitiva.


Y es que Ricardo era así, incansable. Pensaba en proyectos y en posibles investigaciones constantemente. Cada conversación abría las puertas a algo nuevo. Este sería el segundo capítulo del libro de su vida, su personalidad. Proyectaba una imagen serena y agradable al trato, lo cual se confirmaba al entablar una conversación con él. Sabía escuchar y su mirada inteligente delataba la bondad de su actuar. En varias ocasiones lo oí expresar comentarios a favor de los grupos políticos de derecha de la política colombiana, pero siempre fue más por una suerte de terquedad que derivaba del linaje conservador del que procedía, que de un convencimiento ideológico, pues en el contexto de universidad pública en el que nos movíamos, en no pocas ocasiones tuvo que lidiar con posturas completamente opuestas a las suyas, lo cual supo hacer con elegancia y sutileza, pero sobre todo con el más profundo respeto por el otro, e incluso con entendimiento.


Ricardo nunca juzgaba, más bien tratada de interpretar el contexto. Muchas veces tuve que excusarme de sus constantes invitaciones a tomar “vinito”, o al menos un tinto, y siempre sentí una sincera comprensión. Con su esposa era igual. Ella, con una notable personalidad más fuerte que la de él, saltaba en plena conferencia para decirle que se le acabó el tiempo, o le interrumpía con llamadas telefónicas constantes cuando él se encontraba en una actividad académica. Pero nunca lo escuché quejarse, mas que abnegado, sentía que le tenía una gran comprensión y seguramente un gran amor. Una vez me dijo, “es que ella es una muchachita pinchada de Manizales, y yo fui capaz de enamorarla”, con esa frase me dijo todo lo que ella significaba para él.


En alguna ocasión me mencionó que todos teníamos una única forma de ser en cuanto a la personalidad, la cual aparecía en cada uno en la niñez, se atenuaba por cuestiones prácticas en la madurez, pero resurgía y se acentúa en la vejez. Por eso, “el que fue generoso en la infancia, en la vejez volverá a serlo con más ahínco que antes. Es algo que he podido confirmar gracias a que tengo amigos que conozco desde que estábamos en la escuela”, decía.


Era un hombre de familia. Aunque no me habló mucho de sus tres hijos varones, supe desde que me vio con mi hijo que para él ellos eran lo más importante. Una de sus nietas se fue de forma prematura, siendo niña, evocarla le nublaba los ojos de una forma que sólo volví a percibir cuando estaba próxima su propia partida. Me dio concejos de paternidad. “Un abrazo por la mañana acabados de levantar es muy importante para mantener el vínculo con ellos”.


El tercer capítulo de este libro que me construí sobre la vida de Ricardo, podría ser su papel como gestor y promotor social. Por cosas del destino tuve que ser su profesor, tuve que ponerle tareas y corregir sus deberes; ambos lo tomamos con la seriedad del caso pero simultáneamente como un divertimento, siendo conscientes que era el rol que teníamos que jugar en esa escena de nuestras vidas. Viéndolo desde esa perspectiva, pude observar que él era quién lideraba entre sus compañeros lo que había que hacer, tenía una respuesta para todos y en su biblioteca siempre tenía un texto para recomendarles. Fue generoso con los préstamos de sus libros. Así mismo se empeñó en que tenía que sacar la Academia Pereirana de Historia adelante. Me insistió en entrar, me hablaba de sus planes, de lo que deseaba hacer como presidente y de la importancia que ésta tenía. El consideraba que la Academia de Historia podría servir de plataforma para que los más jóvenes se interesaran por la historia, y estaba convencido que la consciencia histórica sería un motor de transformación social. Esto lo llevó a realizar uno de los trabajos de los que más orgulloso se sentía, la historia de Caldas en cómic que publicó en el diario La Patria de Manizales.


Leyendo la biografía que realizó de su padre, “Carlosdé”, pude entender que el interés por fomentar en la infancia el conocimiento histórico, proviene de una visión que tenía sobre sí mismo como niño interesado por la historia. No puedo afirmarlo, pero siento que aunque estudió y laboró como ingeniero, sentía que la historia le cambió la vida y quería que eso ocurriera en otras personas. No obstante, esta condición fue muy particular por su propia relación con el pasado, y es que Ricardo encarnaba la conexión de dos mundos, de este que ahora tenemos, resultado de la acelerada urbanización y caracterizado por la miseria, con aquel bucólico del paisaje rural del café, cuando circulaba el ferrocarril, el que tenía como música de fondo bambucos carrileras o tangos de cantina, el de los pueblos, la finca, la misa del domingo y también el de la violencia partidista. Él sabía hablar de las dos cosas, y cuando uno le preguntaba por algo, centraba su mirada en algún lejano recuerdo, tal vez recordando lo que alguna vez escuchó o vio de sus mayores y que con una inteligencia y humor particular, sabía interpretar con un giro de creatividad que nos dejaba sorprendidos.


Gran veneración y respeto por sus ancestros tenía Ricardo. Entendió el contexto de donde provenían, y aún con sus faltas, amó ese pasado y quiso interpretarlo. Nos prometió un libro sobre la violencia en el occidente de Caldas vista desde la perspectiva conservadora, que nunca llegó. A cambio nos dejó a “Carlosdé”, que finalmente era la fuente de su inspiración, su padre, natural de Riosucio, proveniente de las familias “blancas” y “civilizadas”, el jefe del directorio conservador y promotor de la creación del Departamento de Risaralda, el singular personaje que se robaba la atención de todos mientras su hijo mayor lo reparaba con admiración. Y de ahí obtuvo un torrente de conocimiento, pues mientras Carlosdé actuaba, Ricardo interpretaba, tal y como el científico social que siempre quiso ser y que solo en su vejez pudo interpretar con total holgura.


En la conclusión de este libro de la vida he podido leer a un Ricardo siempre compresivo, siempre alegre, siempre con un proyecto en marcha; a un investigador que logró poner en el centro de la atención de la historiografía local temas que eran su pasión y que pasaron a ser fundamentales como la creación y destrucción de Caldas, la relación entre geografía e historia, y los procesos poblamiento; a un padre abnegado, esposo y amigo.


Con la desaparición de Ricardo también se pierde parte de la historia regional. Le quedaron pendientes muchos proyectos, me alegro que juntos pudimos realiza un trabajo que él tituló “De las trochas de indios al ferrocarril cafetero” que reconstruye parte de la historia de los caminos de Pereira. Otros tantos proyectos se nos quedaron en marcha, como muchos tintos que dijimos que nos íbamos a tomar y nunca lo hicimos, era el entusiasmo de dos amigos que no se agotaba en una sola conversación.


Para los historiadores del eje cafetero, los de la Academia Caldense de Historia, el Centro de Estudios Históricos de Manizales, la Academia de Historia del Quindío, la Academia Pereirana de Historia, el Ateneo de Risaralda, la Maestría en Historia de la Universidad Tecnológica de Pereira, existe un reconocimiento por el legado de Ricardo de los Ríos Tobón. Su obra ha servido de referente a los estudiosos, no solo de esa región, sino de los interesados en los procesos de conformación y del ordenamiento territorial del estado colombiano.


Fue un promotor de la historia en diversos escenarios. Su trabajo en medios de comunicación como el periódico La Patria de Manizales es una excelente muestra de “historia pública” al trasladar sus investigaciones a otros lenguajes como el cómic; como presidente de la Academia Pereirana de Historia impulsó la investigación de la historia local y se preocupó por fomentarla en las aulas escolares como una asignatura independiente; como miembro del Comité Curricular de la Maestría en de Historia de la Universidad Tecnológica de Pereira fue artífice de numerosas iniciativas que lo llevaron a publicar textos sobre los caminos, los medios de transporte, la ingeniería, la colonización, la creación de los Departamentos del Eje Cafetero y la violencia en el Viejo Caldas; como miembro de la Asociación Colombiana de Historiadores fue uno de los más acuciosos asistentes a los congresos colombianos de historia, al punto que impulsó la creación del Capítulo Eje Cafetero, convirtiéndose en su primer presidente.


Su partida deja un gran vacío en el gremio de los historiadores, pero nos honra saber que fue parte de aquellos que buscan en el pasado las verosímiles explicaciones de nuestro presente nacional.


Ricardo: estas son las últimas palabras que te dirijo, aunque mantendré en mi recuerdo nuestras conversaciones fraternas y muy enriquecedoras, las últimas que me dijiste ese medio día en que nos despedimos por última vez fueron: “va jugando…” como decías siempre que teníamos un proyecto en marcha, como tantos que no pudimos terminar, pero no importa, entendí que lo más importante de todo fue conocerte y construir nuestra propia historia.



Imagen de prueba

Orígenes y colonización hasta 1850. Historia del Gran Caldas. Vol. I. Obra ganadora del primer premio del 2o Concurso de Literatura Caldense, Ensayos. Presentación de Beatriz Londoño de Castaño. Biblioteca de Escritores Caldenses. Manizales: Imprenta Departamental de Caldas, 1983.


1 Director de Ciencia Nueva, Revista de Historia y Política. Profesor de la Escuela de Ciencias Sociales y de la Maestría en Historia de la Universidad Tecnológica de Pereira