Dossier
Los Dragones y los ríos: los viajeros latinoamericanos en la China «roja»
Dragons and rivers: about Latin American travelers in «red» China
Ciencia Nueva, revista de Historia y Política
Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia
ISSN-e: 2539-2662
Periodicidad: Semestral
vol. 6, núm. 1, 2022
Recepción: 27 Diciembre 2021
Aprobación: 28 Marzo 2022
Resumen: A lo largo de las décadas de 1950 y 1970, decenas de visitantes a China dejaron constancia de los cambios más significativos que habían presenciado. La «literatura de viajes» es un insumo para pensar diversas transformaciones asociadas a la Revolución de 1949. En el caso que nos interesa aquí, colocamos la dimensión ambiental en el centro del análisis. Se analizan dos elementos fundamentales que aparecen en los distintos diarios de viaje como ejemplos de humanización del paisaje: los ríos y los insectos.
Palabras clave: viajeros, China, ríos, historia ambiental.
Abstract: Between the 1950s and 1970s, dozens of visitors to China recorded the most significant changes they had witnessed. The «travel literature» is an input for thinking about various transformations associated with the revolution. In the case we are interested in here, we place the environmental dimension as one of the most common forms. We analyze two fundamental elements that appear in the different travel diaries as examples of the humanization of the landscape: rivers and insects.
Keywords: travelers, China, rivers, environmental history.
Una anécdota contada en un aula de clase en la Universidad Nacional Autónoma de México hace unos años, probablemente falsa, sirve como ingreso al tema que vincula los diarios de viajes y la historia ambiental. En ella, el líder de la Revolución china de 1949, Mao Tse-Tung, presentó ante un grupo de periodistas extranjeros un proyecto de construcción de una presa. Uno de los informadores cuestionó al líder chino sobre la falta de tecnología e insumos varios para la realización de tal proyecto, a lo cual, él habría respondido: «No tenemos tecnología, pero tenemos chinos». Esta anécdota contada en un aula de clase podría ser interpretada como un acto despótico de quien instrumentaliza la vida de sus súbditos. Sin embargo, al paso del tiempo, con la mediación de lecturas como las que produjeron los numerosos viajeros que emprendieron el camino hacia la República Popular China y que expresaron admiración por las transformaciones sociales y ambientales que presenciaban, es claro que aquella anécdota ficticia interpelaba un registro más importante. Una gran parte de lo que se configura en ella es la de un increíble y atípico voluntarismo con respecto a la relación de los pueblos, sociedades e individuos con el paisaje.
Hoy, aprovechando este texto, nos gustaría pensar que en aquella anécdota el periodista que inquiría la respuesta del líder era uno de los muchos viajeros latinoamericanos que se sintieron impactados ante el tamaño y el esfuerzo –y sacrificio, sabemos hoy– de millones de personas que creían o decían creer que construían un mundo nuevo, en un tiempo que también era nuevo para su nación. Para esos millones de seres humanos la construcción de una presa no era un acto de racionalidad técnica, ni tampoco una manifestación de alguna ideología del progreso a la que se encontraban sometidos por la «razón de la historia», simple y sencillamente la expresión de la convicción de que la «liberación» –como llamaban los chinos a la revolución– era un acto que modificaba su vida cotidiana, en la medida en la que ellos eran partícipes y no solo espectadores. Y no había mayor modificación de la vida y la cotidianidad, que entablar una relación distinta con la naturaleza, en este caso, mediada por un excéntrico voluntarismo.
En este texto enfrentamos dos grandes problemáticas. La primera, la reflexión que nos lleva a considerar la denominada «literatura de viajes» como un reservorio importante –una fuente, entre otras– para nutrir el corpus de la historia ambiental. Ese corpus se alimenta de lo producido por intelectuales, académicos, periodistas y políticos de origen latinoamericano en décadas anteriores. Ello implica que además de considerarle como un género flexible y abierto, localicemos con precisión las lógicas de operación que habitan este tipo de relatos, determinados, en gran medida, por los contextos históricos y los posicionamientos políticos de quienes escriben. La segunda problemática es la que refiere a los vínculos globales entre acontecimientos únicos y en gran medida irrepetibles, como lo son las revoluciones, respecto a su impacto en la historia ambiental.
Pensamos la historia ambiental como ese registro en donde se contemplan diversos mecanismos de modificación de la relación entre los seres humanos y el paisaje. Es decir, se trata de captar el espacio de reflexión sobre el cual podemos anclar prácticas, técnicas y procesos de transformación socioambiental. Siguiendo las ideas planteadas por Claudia Leal, podemos pensar esta manera de hacer historia a partir de la consideración del momento en donde la humanización del paisaje se da a través de distintos niveles de intervención, que pueden ser tanto amplia como escasamente tecnificados; más adelante daremos otras indicaciones sobre lo que se entiende por historia ambiental. Dichos niveles se aceleran en los instantes en los que las sociedades arriban a transformaciones radicales en donde, intencionalmente, buscan la modificación del conjunto de sus vínculos. Las revoluciones son, por definición, esos acontecimientos.
Este texto coloca el foco en uno de los episodios revolucionarios centrales del siglo XX, pero desde las múltiples miradas de los viajeros. Nuestro archivo se circunscribe entonces a la denominada «literatura de viajes», señalada por los estudiosos como un género flexible y abierto; es decir, que adopta múltiples modalidades: el diario, el informe, el reportaje periodístico, las memorias, etc. Para nosotros la «literatura de viajes» operó como el testimonio de un conjunto de lógicas que el proceso denominado como Revolución china emplazó en la relación entre los seres humanos y la naturaleza, en cuyo centro se encontró un voluntarismo extremo para transformar dicha relación. Entendemos por voluntarismo extremo las acciones de construcción de infraestructura en ausencia de un proceso de tecnificación. En este caso verificado, a partir de colocar en el núcleo de la transformación socioambiental la fuerza productiva cooperativa del trabajo de millones de personas. Se trata de un ejercicio de voluntarismo porque colocó en primer lugar la conciencia de que la actividad humana podía suplir la ausencia de técnica moderna, y es extremo porque se movilizó, intencionalmente, a millones de personas con determinados propósitos, a pesar de las desventajas que esto podría suponerse.
Desarrollaremos planteamientos que permitirán acceder a la comprensión de la importancia de la productividad de estos viajeros a la Revolución, en la medida en que el caso de China expresó bien una rareza dentro de las transformaciones socioambientales del siglo XX: la puesta al centro del voluntarismo de las «masas» y su dirigente, y la preeminencia de la movilización política antes que el desarrollo de la técnica, la maquinaria y las herramientas. En términos marxistas la Revolución china colocó el predominio de las relaciones sociales frente a las fuerzas productivas técnicas.
La bibliografía en torno a estos episodios de viaje y conexión ha aumentado en los últimos años. El estudio de Matthew Rothwell1 ha sido uno de los primeros en señalar el carácter transpacífico que convocó las energías revolucionarias tras el año 1949. A partir de las conexiones transatlánticas, coloca su estudio en una perspectiva «transnacional» que recupera los vínculos, los encuentros y los cruces de personas, ideas y textos. Brenda Rupar2 recientemente ha mostrado el inmenso peso de la «diplomacia de los pueblos» en el caso argentino respecto a la revolución en China; esto es, mostrando que los vínculos no se limitan a las relaciones entre los Estados, y que en el mundo moderno las conexiones parten desde diversos puntos de la sociedad. Rodolfo Hernández Ortiz3 lo ha hecho a partir del caso colombiano pensando en la clave de una «diplomacia popular», en un tono muy parecido; es decir, colocando el entusiasmo de las fuerzas políticas y sus emisarios en el tejido de redes que se anclaban tanto en China como en Colombia. En tanto, Luis Abraham Barandica4 realizó un sugerente esfuerzo comparativo en las figuras de Vicente Lombardo Toledano y Pablo Neruda, a partir de la construcción de la noción de utopía que ambos personajes compartieron en su experiencia de viaje.
Finalmente, el número de Transmodernity coordinado por Jorge Locane y María Montt es uno de los aportes más significativos en la medida que junta voces diversas5. El dossier tiene trabajos de Mónica Ahumada apropósito del artista chileno José Venturelli; Rosario Hubert propone el tema del viaje a China con respecto a la infancia; Lacone habla del paso del orientalismo a la provincialización de Europa; Montt escribe sobre Mercerdes Valdivieso; Rothwell retoma el impacto del viaje en el líder guerrillero Abimael Guzmán, y Wei Teng aborda el diario de viaje de Eduardo Galeano y José Miguel Vidal y habla del poeta chileno promaoísta Pablo de Rokha. El estudio de los viajeros, específicamente, a la China popular, ha ido ganado atención en el mundo académico, generando un conjunto bibliográfico amplio. Los temas de la diplomacia y el vínculo con actores políticos tienen mucho peso. Pero como hemos reseñado brevemente, también aparecen temas artísticos y de involucramiento de otros actores, como las infancias. En cambio, no existe una problematización desde la dimensión ambiental. Este texto contribuye en dicha dirección.
¿Literatura de viajes?
La denominada «literatura de viajes» es muy antigua. Siguiendo a Juliana González6 podemos señalar que en el pasado esta forma literaria funcionó como parte de la «invención del mundo», hasta entonces desconocido e inaccesible para la gran mayor parte de la población global. En tanto, Tatiana Escobar7 nos recuerda que su función ha sido también la de presentar y construir un conjunto de imágenes en torno al «otro». No obstante, hacia el siglo XX la «literatura de viajes» se ha visto subordinada a los vaivenes de las nuevas condiciones sociales, que permiten un acceso más rápido a diversos testimonios dado el aumento de la productividad de la materialidad escrita. Una conexión creciente del mundo vinculada al crecimiento de las fuerzas productivas, así como la aparición de públicos cada vez más amplios y diversos, que son posibles receptores de esas representaciones. En la «literatura de viajes» se concentran, además, los usos diversificados de los impresos, la ampliación del acceso a la lectura, la utilización de la técnica (marítima primero, después aérea) para venceral espacio por medio del tiempo, como alguna ocasión escribió Karl Marx, así como la lenta pero imparable mercantilización de la práctica del viaje que ha arribado al turismo contemporáneo.
Sin embargo, ahora nos referiremos a un proceso peculiar de la centuria pasada, la cual permitió la creación de un nuevo tipo de viajero, aquel que era convocado por las grandes transformaciones sociopolíticas que ocurrieron en distintas naciones: las revoluciones sociales. La Revolución rusa y la mexicana generaron a comienzos del siglo este tipo de viajes, en los que se registraron sus impresiones con la palabra: los ritmos, problemas y perspectivas de lo que se auguraba como modificaciones del horizonte del sentido de la vida social.
Si bien es cierto que los principales objetos de descripción y reflexión por parte de los viajeros eran los dilemas políticos y las consecuencias que tenían en la estructura de la sociedad; también es cierto que con el tiempo se abrió paso a expresar cuestiones que involucraban la vida cotidiana. Ello sobre todo cuando las revoluciones comenzaron a asentarse como estructuras de poder e implementaron ambiciosos mecanismos de modernización que reorganizaron las relaciones sociales, modificando el rostro y cuerpo de las naciones. La literatura de viajes a la que nos referiremos, en realidad describe los procesos de modernización, pero los capta en clave de revoluciones en acto, es decir, mostrando la participación de conjuntos sociales como un dato central.
A esto, además, hay que añadir que el siglo XX permitió, con mayor claridad, eludir la centralidad o mediación europea. El relato sobre el «otro» ya no recaía exclusivamente en las nacionalidades del viejo continente que miraban a sus «otros» africanos, asiáticos o latinoamericanos. Una nueva mirada que esquivaba la geocultura dominante fue posible y permitió la formación de vínculos con las regiones del tercer mundo. Ello convoca a movilizar una idea que aparece repetidamente y que tiene que ver con la búsqueda de la equivalencia entre procesos políticos. Los viajeros se sentían interpelados ante el fenómeno asiático por varias razones. Los visitantes latinoamericanos encontraban similitudes de sus países respectivos con China: al igual que las naciones de las que eran origen, la sociedad china compartía una historia de dominio colonial. Los países en ambos lados del océano se encontraban, en general, con limitada industrialización y eran habitadas por un importante contingente campesino.
A pesar de esto, aunque existe un abanico más amplio de viajeros que registran visitas a sus «otros», sin la mediación europea, lo cierto es que este sigue siendo un núcleo muy limitado y focalizado. Suele estar compuesto por personalidades de la cultura, la política y el mundo de la producción artística. También es mayoritariamente masculino. Existen diversas razones que permiten comprender el por qué un viajero dejó un testimonio escrito. La mayor parte de ellas tiene que ver con lo exótico y único de una situación, en este caso lo atractivo de las revoluciones, pero también existe la constante idea de trasmitir impresiones favorables, es decir, que el testimonio opere como propaganda. Y, por supuesto, el viaje supone prestigio, asociado a una experiencia política única. La «literatura de viajes», en este caso, está a medio camino entre el panfleto político y la constancia de que alguien experimentó, en carne propia, un acto excepcional vedado para las mayorías, lo que le otorga prestigio. Esta situación es la que explica por qué una gran cantidad de estos libros son autoeditados, pero también por qué el tema de la objetividad suele desaparecer en la escritura.
La «literatura de viajes» vinculada a los procesos de transformación sociopolítica del siglo XX suele ser producida por militantes políticos, periodistas y artistas. En el caso de la revolución en China, claramente hay una diversidad de motivos por los cuales los latinoamericanos pudieron asistir a presenciar los cambios que se asociaban a ella. Sugerimos una periodización inicial: en la década de 1950 encontramos sobre todo a viajeros de ideas de izquierda claramente definidas, ya fueran socialistas o comunistas. En la década de 1960, en gran parte por la expansión diplomática, pero también por la crisis con la Unión Soviética, se suma también el espectro de los políticos adscritos a las distintas corrientes nacionalistas y un mayor número de periodistas, cuya identificación ideológica se vuelve más nebulosa. Hacia las décadas de 1970 y 1980 se pluraliza aún más el perfil, en la medida en que China deja de encontrarse aislada y comienza a reestablecer más vínculos diplomáticos. Es de suponer que el ingreso de China a la Organización de las Naciones Unidas y el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos permite un mayor flujo de conexiones con el globo.
Los diarios de viajes permiten acercarnos a la impresión que generaban las grandes transformaciones en el ámbito político, cultural y ambiental. Así como las diversas formas en que era pensada una modernización en curso, producto de una revolución en un país al que se consideraba clave en la historia de la humanidad. Ello generó en más de uno la sensación de que todo era posible y que aquel «pueblo milenario» –frase que suele aparecer con cierta recurrencia– se levantó y comenzó a andar, dejando tras de sí una lección que otros pueblos podían aprender o incluso imitar.
Claramente los estudios contemporáneos en términos históricos sobre el proceso de la Revolución china y las distintas modernizaciones que ocurrieron en su nombre, son mucho menos optimistas que lo que en la década de 1960 o 1970 circulaba como información pública. Violencia, despojo, autoritarismo son también marcas indelebles de este proceso (o quizá de toda modernización), así como un conflicto permanente al interior de la estructura política que buscaba reforzar liderazgos o sustituirlos. Pero como todo conocimiento, este siempre es parcial. A su manera, los relatos de viaje nos dicen algo sobre lo que ocurría en China, pero también de lo que el imaginario sociopolítico de la segunda mitad del siglo XX construía como referentes discursivos y ejemplos de cambios sociales. Por supuesto que, como cualquier otra literatura, esta tiene sus puntos ciegos, pero ellos nos alertan, cuando se vuelven recurrentes de un espíritu de época de lo que se consideró relevante y de lo que no.
Es preciso adelantar algunos elementos que perfilen el tipo de textos que se revisaron. Son obras publicadas por editoriales universitarias, privadas, también existen algunos trabajos autopublicados. Los autores y sus trabajos provienen de Argentina, Colombia, Costa Rica, México, Perú y Uruguay. Los trayectos de cada uno de estos personajes son muy variables. Por colocar algunos ejemplos que ilustren esta diversidad, podemos mencionar a los mexicanos Fernando Benítez, un periodista de gran trayectoria; a la poeta Margarita Paz Paredes y al economista Moisés T. de la Peña. En el caso de Argentina, a Bernardo Kordon, líder de la Asociación de Amistad Chino-Latinoamericana, quizá uno de los autores con más publicaciones apropósito de la República Popular China. En el caso de Costa Rica, se utiliza el testimonio del legendario dirigente comunista y escritor Luis Carlos Fallas, cuya visita fue en la década de 1950, pero se publicó 20 años después. En Colombia, los testimonios del escritor afrocolombiano Manuel Olivella Zapata y el del político liberal Diego Montaña, durante los primeros años de la década de 1950. En el caso del Perú, contamos con los testimonios del profesor universitario Luis Orbegoso y del líder de izquierdas César Guardia Mayorga. Sin duda, el escritor de diario de viaje más conocido es Eduardo Galeano, aunque particularmente no es una obra referida en su amplia bibliografía.
Todos los textos se produjeron en contextos diversos, algunos dentro de encuentros globales como los Congresos de la Paz y otros tantos por invitación de Federaciones (como la de mujeres). Van desde 1952 hasta 1972 y atraviesan los años de mayor aislamiento de la República Popular frente al mundo, hasta su paulatina apertura. En algunos de ellos es más claro el impacto de sucesos de importancia, como es el caso de Galeano, que se da en medio de la ruptura con los soviéticos. El conjunto nos parece representativo, en la medida que expresa convergencias de intereses, temáticas y personalidades.
Revolucionar el paisaje: los dragones domados
No podemos avanzar hacia el tema que nos convoca en específico sin antes problematizar el sentido que hace posible comprender los relatos de viaje en el horizonte de la historia ambiental. Como lo ha señalado en repetidas ocasiones Claudia Leal8 –tanto en trabajos individuales como colectivos–, el campo de la historia ambiental se encuentra echando raíces, abarcando todo aquello que tiene relación con la humanización del paisaje y el vínculo entre los elementos de la sociedad y su ambiente. En el sentido de conformación de una historia ambiental, hay que destacar el uso de los relatos de los viajeros, tal como lo hace Stefania Gallini9, aunque en este caso no trataremos con los «primeros naturalistas». La historia, escribe Leal10, se comprende mejor cuando se incorporan las montañas, los ríos, la tierra, el viento y los terremotos; en este caso a partir de los registros dejados por viajeros, especialmente interesados en trasmitir su experiencia.
El cruce entre elementos, como la ideología y lo ambiental, amplían la mirada no solo a lo fáctico, a los hechos, sino también hacia lo que pudo haber sido, lo que se pensó e imaginó como una posibilidad y que en cierta manera marcó el derrotero de los acontecimientos. Es decir, aquellos proyectos inconclusos que pararon o se realizaron solo parcialmente, pero que nacieron de un acto ideológico que buscaba modificar las relaciones sociales radicalmente. Este es el caso de la relación entre las revoluciones y el paisaje, que involucra grandes proyectos de transformación, intencionalmente proyectados. Algunos de ellos llevados hasta su fin, otros comenzados y abortados en algún punto.
Como en pocos casos, las revoluciones en la sociedad suelen asumirse con plenitud como transformaciones de gran calado en la relación entre la naturaleza humana y la no humana. No es casual que los padres de la ideología revolucionaria moderna, Karl Marx y Friedrich Engels, tuviera tan presente a la naturaleza11, tanto la que se encontraba mediada por el trabajo humano (sobre todo Marx), como aquella que no lo estaba (sobre todo Engels). No es de extrañar que un concepto como «metabolismo social-natural», tan común en la crítica ecológica contemporánea, debe su formación a las trayectorias enraizadas en el pensamiento marxista. De tal manera que, con variaciones y particularidades, los procesos históricos que se decían inspirados por estas ideas encontraron en la naturaleza un elemento a descifrar como parte del despliegue de grandes cambios en el seno de las relaciones sociales.
Efectivamente, las revoluciones socialistas del siglo XX cargaron con un legado ambivalente. Pues al tiempo que se propusieron modificar las relaciones sociales imperantes en la época moderna, también heredaban una noción ilustrada y encarrilada en cierta acepción de progreso. No era la ciencia, la técnica o el puro conocimiento-dominio de la naturaleza lo significativo, sino el control racional y consciente de los procesos de modernización, en donde ciencia, técnica y conocimiento eran útiles para conjuntos humanos más amplios. Desde el punto de vista de quienes encabezaron las revoluciones sociales, no era el progreso lo que conducía a una mayor libertad, sino el carácter racionalizado de los proyectos sociales que dirigían los artificios técnicos. Esto es particularmente evidente en el triunfo de la revolución soviética, a partir de la cual se popularizó la frase de Lenin de que el socialismo era igual a la implantación de los soviets o consejos de decisión más la electrificación. Este elemento –el de la técnica– se equiparaba al concepto de fuerzas productivas. Una sociedad socialista solo era posible en plenitud, en donde unas reorganizadas relaciones sociales permitieran el despliegue de las fuerzas productivas, particularmente de las que eran estrictamente técnicas.
Así, las revoluciones caminaron tanto por la senda de la modernización –es decir, de la aceleración y universalización de relaciones sociales impersonales a partir de la técnica y la ciencia– como por una consideración profunda del papel que tenía el ambiente y la humanización del paisaje en cualquier formulación de un proyecto de transformación de las relaciones sociales. Un caso emblemático fue el de Tomas Sankara, icónico líder anticolonial, quien fue uno de los defensores más férreos de los bosques12. En tiempos recientes Reinaldo Funes13 nos ha recordado la proyección en clave del «viaje a la luna» que marcó el horizonte de la revolución cubana.
En el caso que desarrollamos adelante se da cuenta de las impresiones de los viajeros del ánimo voluntarista que prevaleció en la modernización promovida por la Revolución china con respecto a la naturaleza, particularmente los ríos. Modificar el paisaje y humanizarlo implicaba un esfuerzo técnico e instrumental frente al cual China se encontraba en desventaja al no contar con los insumos instrumentales suficientes. La necesidad ideológica que movilizaba la aspiración revolucionaria era la de «desarrollar las fuerzas productivas»; es decir, los instrumentos, máquinas y técnicas que permitieran un mayor control sobre la naturaleza. Pero se encontraba con la limitante propia de una nación pobre y severamente atrasada en términos económicos. La herencia del colonialismo pesaba mucho en esta proyección. ¿Cómo resolvería la Revolución china la contradicción de «desarrollar las fuerzas productivas» a partir de una marcada situación de escasez? El voluntarismo, comúnmente endilgado al pensamiento del líder de la revolución, Mao Tse-Tung, fue la clave.
Si algo distinguió la modificación del paisaje durante la Revolución china es esta acepción del voluntarismo. Las «fuerzas productivas» no eran sobre todo técnicas, es decir, no se referían a tuercas, tornillos ni máquinas, sino a millones y millones de seres humanos que por voluntad, necesidad o coacción, acudían a los llamados del líder revolucionario, quien con alguna frase que solía tornarse popular sintetizaba un proyecto de amplio calado histórico y social. Esto fue captado por los viajeros latinoamericanos, quienes registraron la muy peculiar humanización del paisaje en sus distintos diarios de viaje.
A continuación, desarrollaremos algunos de estos ejemplos. Puesto que consideramos que el tema central no es el viajero ni el «diario» de viajes (en sus distintos formatos) no pretendemos concentrarnos en las biografías de cada uno de ellos ni en sus adscripciones ideológicas. Porque una parte del argumento es que, durante un periodo amplio, independientemente de los formatos de escritura y las ideologías de adscripción, el tema de la humanización voluntarista del paisaje impactó a quienes visitaban la nación china. Así, el periodo de producción de estos relatos se da entre las décadas de 1950 y 1970 y se compone mayoritariamente de hombres y minoritariamente de mujeres. Todas y todos con adscripciones ideológicas variadas, así como ocupaciones múltiples en la política, el periodismo, la educación y las artes.
El río y el dragón
Las y los viajeros que dejaron algún testimonio suelen referirse a los ríos como la gran calamidad en la China prerrevolucionaria. El agua, el río y la presa son constantes tanto en los relatos como en la manera de constatar el avance de la revolución. En los ríos se contabiliza, en realidad, el nuevo tiempo que se asocia al cambio social. Lo que las y los viajeros presenciaban con cada presa construida o con cada río controlado era la certeza de que la revolución avanzaba en un sentido claro: el progreso era para todos los habitantes y ellos hacían parte de la construcción de este.
Tempranamente, en 1952, el colombiano Manuel Zapata Olivella tituló a uno de los capítulos de su relato «Cómo se ha domado al río Huai». La sola imagen del «domar» remite a esa versión natural que es humanizada, domesticada, controlada. Zapata Olivella no fue el único, por supuesto, que se percató de la importancia de esta situación. El peruano César Guardia Mayorga remite la situación de los ríos con la concepción mágico-religiosa: «Como creían que las lluvias dependían del Dragón, se le rendía culto y se celebraba la fiesta de la Barca del Dragón...»14. En tanto, el boliviano Gualberto Pedrazas, otorgaba a sus lectores datos espeluznantes: «En 3,000 años ocurrieron 1,500 inundaciones»15. Bernardo Kordon, argentino, lacónico pero firme dice de este tema: «Este mundo acuático que es China»16. El peruano Manuel Jesús Orbegozo recurre al recurso de citar a su intérprete, a la que hace hablar cuando están pasando por el río de Wuhan:
Lu me contó una historia: «Hace algunos años, Wuhan iba a ser devorado por el río igual que en 1931 que anegó veintisiete millones de fanegadas y ahogó a miles de personas. De 300 mil habitantes que había en la ciudad, sólo se salvaron 80 mil»17.
De todos los testimonios existentes, el del costarricense Luis Carlos Fallas es el que mejor sintetice lo que hemos venido registrando con los otros autores:
El horror de las sequías chinas, que calcinaban la tierra y mataban de hambre a millones de campesinos chinos, corrió en alas del relato hasta los más apartados rincones del mundo. Y por siglos y milenios, los legendarios dragones, esos ríos gigantes de China, se desbordaron periódica y libremente inundando extensiones inmensas, arrasando aldeas y causando millares y millares de víctimas […] Y con la organizada ayuda de centenares de miles heroicos campesinos, está realizando la doma de los dragones más implacables, de los ríos más turbulentos. […] Y en un futuro no muy lejano todos esos furiosos dragones, todos esos enormes ríos de China, serán domados definitivamente y puestos al servicio de la felicidad del pueblo18.
El testimonio de Fallas –afamado escritor, autor de la célebre Mamita Yunai que describe el horror de las bananeras– sintetiza los testimonios previos y nos permite discutir el enlace entre la historia ambiental y la temporalidad inaugurada por la revolución. Como es bien sabido, este tipo de acontecimientos se suele asociar a un nuevo tiempo en donde las calamidades o agravios del pasado comienzan a ser resarcidos. Sin embargo, aquí no estamos ante bandidos, burócratas, corruptos o burgueses colocados en el juzgado de la «historia» o alguna versión similar. El agravio y el sufrimiento está provocado a partir de la fortaleza y aparente capacidad indómita de la naturaleza, que condenó a los pobladores de china –durante milenios– a una situación doble, contradictoria ella misma: la sequía o la inundación. ¿En estas condiciones cómo se puede pensar la historia ambiental?
El primer punto es el que refiere a la figura del río como un dragón, sobrenatural y poderoso, al que hay que adorar por miedo. El segundo tiene que ver con un tiempo previo, no solo asociado a la mitología, sino a la incapacidad de los chinos, que son víctimas permanentes. El tercero tiene que ver con la necesidad de hacer un recuento de esas calamidades, abriendo el paso justamente a observar cómo lograr resarcir el agravio milenario. Aquí está el punto crucial en el relato de los viajeros: la evocación de esa situación encuentra sentido solo en la medida que el tiempo nuevo brinda la oportunidad de «domar» a esa naturaleza que ha castigado a los habitantes por generaciones. No es casual que el colombiano Diego Montaña escribiera: «En tres años de esfuerzos increíbles el pueblo chino ha realizado el sueño multisecular de dominar los ríos»19.
En este momento entran en las escenas de los relatos las nuevas relaciones que se han establecido entre los campesinos, el Estado y el paisaje, específicamente los ríos. Zapata Olivella dice a este respecto: «La hazaña del control y aprovechamiento de las aguas del Río Huai hace parte de una de las grandes epopeyas realizadas por el hombre en la historia de la humanidad»20. El peruano Guardia Mayorga escribe sobre un documental en donde se muestra la construcción de una presa en el río Huai, que tuvo un primer momento de construcción en 1953 y que ahora, ya en un segundo momento, presenta un paisaje radicalmente distinto: «Las aguas represadas sirven para la irrigación de nuevas tierras, mueven turbinas eléctricas y forman canales para la navegación. El río ha sido domado y ahora sirve dócilmente al hombre, como el buey o el caballo»21. Gualberto Pedrazas, el boliviano, presenta una presa construida en apenas 160 días:
¿Por qué sucedió este milagro? Porque la dirección del partido fue acertada y firme y porque los campesinos y los obreros se liberaron de la superstición de creer que sólo los ingenieros y los técnicos pueden hacer pesas de consideración y porque los mismos trabajaron con audacia y sin miedo a los errores […] Pero lo que admira y emociona, es que esta obra se ha realizado en base al trabajo absolutamente gratuito y voluntario de todas las organizaciones sociales de Pekín y sus alrededores […] 400.000 brazos habían diarios en trabajo22.
Aquí, en esta primera tanda de testimonios, comenzaron a aparecer los elementos que configuran el relato que los viajeros hacen de la especificidad de la humanización del paisaje. Para el colombiano el problema del «control» de la naturaleza es leído como «epopeya», es decir, como algo que debería de recordarse dado el esfuerzo generado, pues la historia había tardado en posibilitarlo. El peruano sigue la misma línea al reclamar una obediencia similar a la del caballo. En estos dos fragmentos se evidencia la noción más clásica de la humanización del entorno: es decir, su subordinación para los fines exclusivamente humanos. En cambio, en el relato del boliviano ya se comienza a ver la noción de voluntarismo, que implica por un lado la crítica de la especialización y tecnificación, y por el otro colocar en el centro la voluntad de obreros y campesinos por lograr el dominio de las fuerzas de la naturaleza.
Esto que denominamos aquí el voluntarismo por humanizar el paisaje no es sino un gran rodeo. En lenguaje marxista podríamos señalar que los seres humanos suplantan la escasez de fuerzas productivas técnicas a partir de fuerzas productivas cooperativas, como las llama Jorge Veraza23. Y es que la concepción marxista se encuentra siempre partida entre una interpretación que coloca el aspecto técnico como el central, y una versión minoritaria y marginal que asume que la «comunidad es la principal fuerza productiva». Veraza, perteneciente a esta segunda corriente, nos permite pensar el tema de la transformación del paisaje en China, al presentar otro tipo de fuerzas productivas que él denomina procreativas y que refieren a la coordinación y cooperación humanas como eje fundamental. Como dice en su relato de viaje el peruano Luis Gordillo: «Las fuerzas productivas en el campo chino están todavía basadas en el músculo […] la praxis económica china viene dirigida por el principio de «la más grande fuerza productiva es la clase revolucionaria misma»24
Esto es más claro en Orbegozo, quien en el recorrido por ciertas obras que se realizan, abiertamente explicita la pregunta que habría animado el voluntarismo maoísta: «¿Depender de técnicas o apoyarnos en nuestras propias masas?»25. Ello lo lleva a señalar con respecto a las formas concretas en donde observa que ocurre esta dicotomía:
La obra hidráulica «Bandera Roja» que también es un símbolo colectivo como son Tachay y Tachín, no es sólo la construcción del canal a campo traviesa. Ha habido que levantar acueductos que son extraordinarios obras de ingeniería popular y túneles también, asombrosos26.
Ahí, el punto está en la creatividad e ingenio que proporcionan «las masas». Antes que el técnico y el especialista, antes que la maquinaria y la automatización, el ingenio de la población y su coordinación para hacer posible lo que por siglos fue imposible.
Fernando Benítez, mexicano, también se refirió a esto, cuando escribió: «Veinte mil hombres, veinte mil obreros ordenados en hileras o agrupados en el centro del cauce, componente del ballet del trabajo»27. El trabajo no es sufrimiento, sino goce artístico. El economista mexicano Moisés de la Peña certifica esto cuando relata la construcción de la presa que «domeñó» al río Huai, hablando de «impresionante disciplina como interminables filas de hormigas [que] se dividen el trabajo por sectores sin que nadie se estorbe…»28. El periodista mexicano Natividad Rosales, alejándose de esta perspectiva lúdica, apuntala la noción de originalidad, escribe: «En muchísimos lados el hombre sustituye a la mula. Enormes obras de irrigación, prodigiosos puentes, bordos, edificios, carreteras, etc., han sido construidos con la ayuda de los métodos “ autóctonos” como los llaman ellos»29.
Así, podríamos seguir buscando referencias sobre la sustitución de la técnica por la vía del ingenio y la astucia, pero, sobre todo, por la utilización consciente de una fuerza productiva que no está mediada por tuercas y tornillos: la cooperación. Si esta cooperación fue forzada o libre, no queda claro en ninguno de los relatos. Lo que sí queda asentado es que el dominio de la humanización del paisaje, particularmente de los ríos, quedó en manos del voluntarismo impulsado desde el Estado.
A un lado de este aspecto de sustitución técnica por la cooperación, se observan relatos que colocan la solidaridad y la reciprocidad como elementos para la sobrevivencia y después la construcción. El peruano César Guardia Mayorga hace énfasis en la solidaridad frente a la catástrofe «natural»: «Por ello se contaba con la tradicional solidaridad de los grupos campesinos. Desde antiguo ya se organizaban colectivamente para el laboreo de la tierra y en tiempos de calamidades naturales se ayudaban mutuamente»30. Eduardo Galeano, en su texto, escribe: «Al medirse con los gigantescos obstáculos que la naturaleza lanzó contra su paso, los chinos fortalecieron los ya sólidos vínculos comunitarios, y alimentaron la mística del esfuerzo colectivo…»31. Olivella Zapata, lo escribe así: «Las masas comenzaron a despertar las milenarias reservas de energía dormidas en su seno...»32.
Finalizamos esta sección haciendo referencia al breve, pero sustancial comentario que hiciera el expresidente y general revolucionario Lázaro Cárdenas. En un viaje realizado en 1959, escribió en sus apuntes personales:
También China, carente de sus antiguos bosques que sufrieron una tala continua durante siglos, ha registrado tragedias frecuentes ocasionadas por las precipitaciones torrenciales de las aguas de sus grandes ríos que rebasan sus cauces azolvados y que han arrasado poblaciones enteras; por ello llaman en China a su famoso y gran río Amarillo, el «río de las Calamidades». Pero hoy la China popular, la China de Mao Tse-tung, ha emprendido la movilización del pueblo para una intensa y programada reforestación por todo su territorio33.
Resulta llamativa la apreciación de Cárdenas, pues durante su mandato emprendió en México una política de administración de bosques y aguas que no recaía sobre el concepto del «conservacionismo»34, entendido no como la exclusión de la interacción humana con el entorno, sino, antes bien, de la entrega de estos espacios a comunidades con capacidad de decisión sobre ellos, y con la idea de que sirvieran como punta de lanza para el desarrollo local y nacional. La política de Cárdenas era una novedad y no dejaba de resonar esa experiencia con la de la Revolución china. El bosque, en este caso, era una contención a la fuerza del agua.
Entonces, el río y el dragón quedaban como signos de un tiempo nuevo, en donde la población se deshacía finalmente de las calamidades de siglos. Para ello no era necesario más que su cooperación, su sacrificio, su ingenio y su heroísmo. La revolución significaba un cambio en la vida de generaciones, pero era posible gracias a la participación de las «masas». El voluntarismo maoísta tenía su lado productivo, constructor, de sustitución de técnica. Sin embargo, no fue el único ejemplo.
Un voluntarismo destructivo: la lucha contra las plagas
Los diarios de viaje de las revoluciones son un crisol de experiencias, vivencias e impresiones. Algunas de ellas se encuentran claramente pasadas por los filtros que diseñaban quienes financiaban los viajes o bien por los gustos de los traductores e intermediadores fundamentales, según se lee en distintas páginas de estos relatos. La diferencia del idioma y la presencia de acompañantes locales –los guías, otra figura recurrente en los relatos– revela bien esta codificación, pues ante la imposibilidad de comunicarse directamente, la figura del traductor operaba como detonante de acciones, visitas o de recolección de testimonios.
En algunas ocasiones los viajeros cuentan sobre actos de rebeldía para con sus anfitriones, al mostrarse deseosos de asistir a lugares aparentemente prohibidos o al menos por fuera del itinerario oficial. Además de ello, las preferencias políticas e ideológicas pesan en su escritura. La poeta Margarita Paz Paredes35, por ejemplo, se centra en el lugar de las mujeres en todos los lugares que visita, haciendo menor énfasis en otros temas. Y si bien la situación social de la mujer es un tema recurrente en todos los relatos de viaje a China, suelen ser subsidiarios de otros, particularmente la incorporación al trabajo, la obtención de derechos o la ruptura con formas opresivas preexistentes. Otros temas recurrentes que suelen ser referidos son los que se convocan a partir de la salud pública, la universalización de la educación, la expansión de la cultura y el ensanchamiento de la producción. Las impresiones varían según el momento de la visita. Antes de 1958 todo está teñido por la reforma agraria y la cooperación soviética, después de ese año todos visitan «comunas populares» y observan el desprecio hacia la URSS.
En el caso de lo ambiental, además de los ríos, hay otro tema que devela la preminencia del voluntarismo: la campaña en contra de las distintas «plagas». Este caso devela no un voluntarismo constructivo, sino uno destructivo. Se trata del plan consciente de acabar con determinados insectos que hacen un tormento de la vida cotidiana. Se trata de un ejemplo de humanización del paisaje que parte de decretar como indeseables a elementos vivos y movilizar a una cantidad importante de seres humanos para erradicarlos.
Podemos comenzar con el testimonio del boliviano Gualberto Pedrazas, quien expresa otro lado de la moneda, la destrucción de un entorno ambiental:
El Partido Comunista de China, lanzó la consigna contra las cuatro plagas: «ratones, gorriones, moscas y mosquitos». Las cuatro plagas fueron exterminadas en poco tiempo. China es un país, donde aquella fecha, sin ratones, gorriones, moscas y mosquitos. Pero ¿Cómo se exterminaron estas plagas? ¿Utilizando insecticidas, venenos u otros medios costosos? No. Abierta la campaña, sin que falte un solo ciudadano, ni estudiante ni mujer, emprendieron la lucha matando moscas, mosquitos, ratones y gorriones. Utilizaron todas las armas y artimañas que el hombre puede idear para dar fin con estas plagas. En Pekín salieron armados en hondas, sonajas, bombos y pitos estridentes para hacer volar gorriones sin dejarlos descansar dos días y dos noches. Una gran parte de la población se situó sobre los tejados. El cansancio agotó a los animalitos. Caían muertos por inanición. Otro tanto se hizo con los ratones, las moscas y los mosquitos […] El cumplimiento de estas consignas ha traído consigo las siguientes ventajas: un mayor rendimiento de la agricultura y la disminución de las enfermedades y ahorro de vidas humanas consiguiente, así como el robustecimiento de los hábitos higiénicos del pueblo. La tarea consiste en movilizar a las masas36.
La lucha contra las plagas, su ausencia, es una muestra de cómo el voluntarismo de la Revolución china (aquí hemos dicho maoísta, pues muchas de las inspiraciones de las acciones colectivas se inspiraban en sus discursos) avanzaba en un plano distinto. El de la erradicación de elementos que se consideraban dañinos. Cabrera Parra, un periodista mexicano, apunta: «En China no hay moscas. Yo visité sus más populosas ciudades: Pekín, Cantón, Shanghái, sus más escondidas comunas, y no encontré un solo espécimen del "pueblo pardo"»37.
Pero al igual que con los ríos, de nuevo el tema parece ser de una cierta temporalidad nueva. El periodista mexicano ya citado, Fernando Benítez, apuntala bien esta situación que refiere a la temporalidad:
Parece ser que Pekín era una ciudad sucia y llena de insectos. Ahora no se ve un papel en las calles, ni una mosca en los mercados y se puede dormir con las ventanas abiertas, sin temor a la aguada lanceta de los mosquitos38.
Sorprendido de la actitud de un niño que cuenta el número de moscas que ha matado, escribe: «Intrigado me dirijo al dueño de la tienda: "¿su hijo lleva una lista de las moscas que mata?". "No sólo mi hijo –responde el anticuario– sino todos los de la casa»39. Higienismo, voluntarismo y racionalidad se conjugan en el escrito de Benítez. El mexicano José Natividad Rosales relata en el mismo tono:
Primero se dio la sentencia de muerte a las moscas. Todo mundo se proveyó de matamoscas y de medios de destrucción y el suelo se ennegreció con tanto cadáver que después se envió al fuego […] Después prosiguieron los mosquitos en la lista fatal. Los chinos salieron a los campos y atacaron a los animalitos en sus lugares de origen. La tarea no ha sido completada y en algunos sitios el viajero todavía tiene que dormir en mosquiteros […] También los ratones han pasado a la historia. China fue vuelta al revés hasta sus cimientos, a fin de que todos los bichos saliesen de sus madrigueras […] El caso más dramático es el de los gorriones. Los simpáticos animalitos eran una plaga constante para las sementeras. Cada gorrión, cuando hay grano y tiene mucha hambre, es capaz de comer 50 gramos de arroz, de trigo, de sorgo o del cereal que encuentra40.
El texto de Rosales es uno de los que más énfasis hace en esta dimensión. La consigna lanzada por Mao-Tse-Tung de luchar en contra de estos insectos tuvo una respuesta inesperada, al menos para los periodistas, es decir, que la población se lanzara, efectivamente, en contra de las «cuatro plagas». Describiendo sus técnicas, podemos darnos una idea de lo que significaba este ejercicio movilizador de voluntades al por mayor: «Había ruido en la ciudad, en el campo y en todos sitios. Grandes explosiones lograban que los pobres pájaros que comenzaban a dormitar, despertasen súbitamente, sin poder huir a lugar preciso»41. Orbegozo también deja constancia de esta campaña, cuando refiere a lo que su traductora y acompañante le dice: «"Li Wen se refirió a la higiene […] Hemos desarrollado campañas masivas de importancia como las emprendidas contra las moscas, mosquitos, ratones o cucarachas". Dijo Li Wen que eliminar esos animales significaba eliminar las fuentes mismas de las enfermedades»42.
Es Natividad Rosales quien da cuenta del fracaso a largo plazo que tuvo la acción movilizadora de millones de voluntades en contra de los cuatro enemigos:
Meses después los campesinos comenzaron a enviar quejas al Comité Central del Partido, afirmando que la «medida había sido errada». Y era cierto porque, habiendo exterminado al enemigo del aire, quedaban ahora el subterráneo y el de las superficies. Millones de lombrices e insectos, aquellos que antaño eran comidos golosamente por los gorriones amenazaban ahora las cosechas43.
Efectivamente, el día de hoy se sabe con exactitud que aquella campaña no representó un «salto adelante». En un tono pesimista, un estudioso contemporáneo como lo es Frank Dikötter dice:
«Mao estaba fascinado por el poder de las masas para imponerse a la naturaleza y en 1958 hizo un llamamiento para la eliminación de ratas, moscas mosquitos y gorriones […] Todo el país se movilizó en guerra abierta contra estas aves, en lo que fue uno de los episodios más estrafalarios y más dañinos para la ecología de todo el Gran Salto Adelante. Es probable que los gorriones llegaran al borde de su extinción y, fueron muy pocos los que se vieron en el país durante los años siguientes»44.
Apuntes finales
La literatura de viajes, género considerado abierto por sus múltiples formatos, es una expresión de la autoconciencia de los seres humanos con respecto a su propio presente. Dejar constancia de lo que está ocurriendo en un sitio a partir de determinadas premisas, resulta clave para los estudiosos del pasado. Por supuesto, es una versión muy subjetiva del presente, pero no por ello menos relevante. En el caso que hemos analizado, nos interesa insistir en su carácter de fuente para una historia ambiental latinoamericana, en este caso en su manera de encarar las transformaciones del paisaje en otro espacio.
Los viajeros que aquí estudiamos respondieron por igual a la impronta modernizadora de la Revolución china. Se sorprendieron de que el tiempo nuevo, inaugurado por la Revolución en un país pobre, lograra salir adelante a pesar del aislamiento, los conflictos con antiguos aliados –como la URSS– y sin el apoyo de Occidente. La trama no es menor, y una parte de ella pasó por la humanización radical del paisaje y su transformación profunda.
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Notas
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