Ciencia Nueva. Revista de Historia y Política | e-ISSN 2539 - 2662

Vol. 8 Núm. 2 | Julio - diciembre de 2024 - Pereira, Colombia





ESTUDIOS HISTÓRICOS

DOI: https://doi.org/10.22517/25392662.25602 - pp 1-44



De superior a superado: egos, deslealtad y lucha de poder entre dos diplomáticos franquistas en el Paraguay de Stroessner (1954-1958)


The Surpassed Superior: Egos, Disloyalty and Power Struggle Between Two Franco’s Diplomats in Stroessner's Paraguay (1954-1958)




Recibido: 29/03/2024

Aceptado: 09/12/2024

Publicado: 31/12/2024


Resumen


El artículo analiza el conflicto interno sucedido en la legación española en Paraguay entre 1954 y 1958, cuando el embajador José González de Gregorio Arribas y el diplomático falangista Ernesto Giménez Caballero coincidieron en Asunción como representantes del régimen franquista ante el gobierno del general Alfredo Stroessner. Mediante el análisis de documentación diplomática de los archivos exteriores de España y de Paraguay y de la prensa del periodo de ambos países, se observan las causas de la tensión surgida, el desarrollo, la posición de los actores implicados y agentes decisorios en el conflicto y el desenlace de este choque de egos y lucha de poder interna del aparato exterior franquista. El enfrentamiento terminó en enero de 1958 con la salida deshonrosa de González de Gregorio de la legación y con el encumbramiento de Giménez Caballero al cargo de embajador en Asunción.


Palabras clave: diplomacia, lucha de poder interna, franquismo, España, Paraguay.


Abstract


This article analyzes the internal conflict that arose within the Spanish legation in Paraguay between 1954 and 1958, when Ambassador José González de Gregorio Arribas and the Falangist diplomat Ernesto Giménez Caballero coincided in Asunción as representatives of the Francoist regime before the government of General Alfredo Stroessner. Through the analysis of diplomatic documentation from the Spanish and Paraguayan foreign archives, as well as the press of the period from both countries, the causes of the tension, its development, the positions of the actors involved and the decision-makers in the conflict, and the outcome of this clash of egos and internal power struggle of the Francoist foreign apparatus are observed. The confrontation ended in January 1958 with the dishonorable departure of González de Gregorio from the legation and the elevation of Giménez Caballero to the position of ambassador in Asunción.


Keywords: diplomacy, internal power struggle, Francoism, Spain, Paraguay.


Los diplomáticos como objeto de estudio de la historia


Al calor del creciente interés general por los asuntos internacionales, en los últimos tiempos los estudios sobre el ámbito diplomático, de relaciones transnacionales y la política exterior de los Estados están recibiendo una mayor atención también por parte de los historiadores. En ese sentido, la relación de España con Iberoamérica siempre ha tenido cierto interés para los investigadores españoles, tanto por los vínculos históricos como por la propia intensidad y dinamismo de aquellos nexos. Sin embargo, son escasísimos los trabajos sobre las relaciones entre España y Paraguay que, no obstante, están recibiendo un impulso reciente.1

Al mismo tiempo, el renovado interés por los asuntos internacionales en la era de la globalización ha impulsado a los historiadores de la diplomacia y de las relaciones internacionales a reorientar y centrar sus temas de investigación. En este contexto, la nueva historia diplomática, planteada por Kenneth Weisbrode2, aunque no fuera tan innovadora, como apuntaba Carlos Sanz3, ha servido como catalizador para una reflexión más profunda.

A finales del siglo XX e inicios de la presente centuria la teoría y la historia de las relaciones internacionales coexistieron generalmente ocupando y discutiendo sobre lugares y periodos comunes, pero en constante recelo entre ambos campos, esgrimiendo incertidumbre acerca de los nexos metodológicos entre ambas disciplinas4. Existía, en palabras de José Luis Neila, «una división, pero no oposición, entre la historia y la teoría» que «devino» en una cierta «desconfianza, cuando no el rechazo, hacia la historia diplomática, como expresión de la reacción frente al historicismo en el que surgió la teoría y la tendencia de la historia a justificar los acontecimientos»5.

Esta situación terminó agitando el campo: los debates y el impulso de la nueva historia diplomática sirvieron para promover y reactivar la reflexión y el interés en este ámbito del conocimiento histórico. Lo que provocó e incitó el atractivo de nuevas investigaciones en la materia, o la continuación de otras con distintos enfoques. Así, los estudios sobre la labor de los diplomáticos están viviendo un cierto desarrollo en los últimos años, en su calidad de agentes a los que se confiere la cualidad de nodos exteriores, generadores a su vez de redes de contacto que provocan la multiplicación de los temas y asuntos a tratar, antes a menudo no abordados.

Explorar la actividad de estos agentes principales del ejercicio diplomático es fundamental para explicar el desarrollo de la toma de decisiones en los procesos de relación bilateral entre Estados, y también con la sociedad. A lo largo de la historia, son múltiples los casos —si no ocurre en todos los casos— en que el carácter, la ideología o el carisma de los representantes diplomáticos «ha influido en la forma y en el fondo» de la actividad diplomática, de manera que «la política y la diplomacia de sus respectivos países e instituciones no hubiera sido igual sin su marcada personalidad»6.

Al buscar las explicaciones a los fenómenos internacionales, el historiador debe examinar —en opinión de Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle— cada caso individualmente, como hipótesis independiente de trabajo, pero sin olvidar el juego de otras muchas influencias. Para Renouvin y Duroselle el investigador de la historia está «obligado a comprobar tanto la influencia dominante de las fuerzas económicas o demográficas» —la estructura— como a poner énfasis en las «fuerzas sentimentales o espirituales […], así como a concluir en el papel determinante de las iniciativas individuales»7 —o sea, la agencia—. Acerca de esta diferenciación entre la agencia individual y la importancia estructural en el estudio de la historia de las relaciones internacionales, la aportación y estado de la cuestión más recientes podemos encontrarlos en la obra de Laurence Badel8.

Además, Laurence Badel traza en su obra una panorámica general de la importancia de abordar la relación entre los individuos y las emociones, valorando la relevancia de lo que denomina «el retorno del individuo» desde comienzos del siglo XXI. Pone especial atención a la necesidad del abordaje de las emociones, las pasiones y la psicología de los agentes de la historia diplomática9. Lo hace en la línea de propuestas teóricas de otros ámbitos de la disciplina histórica, como la historia de las emociones, sobre la que puede encontrarse un referente actual en la obra de Rosenwein y Cristiani10, pioneros en este ámbito.

Las emociones, la pasión, la personalidad y el carácter constituyen categorías sobre la conceptualización de la naturaleza psicológica muy difíciles de ponderar en los actos y comportamientos de los sujetos, debido a la falta de pruebas o fuentes sobre estos elementos. Más complejo aún resulta la tarea de dimensionarlas o tratar de cuantificar su valoración. Volkan afirmaba hace una década que «el psicoanálisis ocupa una posición marginal en lo que respecta a la diplomacia internacional» —aunque en otros tiempos sí se le había dado importancia—. Posición que para Volkan debía revertirse, considerando que esta ciencia tiene como una de sus principales áreas de estudio «las fuerzas inconscientes que modelan la motivación humana, así como sus raíces en la agresión y el deseo»11.

Sin duda, un tema así resulta más difícil de encarar desde los estudios históricos de las relaciones internacionales que otro tipo de problemas que dejan fuentes tradicionales de la diplomacia, como las decisiones tomadas que quedan por escrito en los documentos oficiales. Sin embargo, es obvio que en la acción humana estos factores individuales —sean conscientes o inconscientes— tienen un peso importante en el proceso decisorio personal, y en alguna medida esto debe afectar también a la actividad profesional de los diplomáticos. No por ello existen trabajos que buscan encontrar desde el análisis psicoanalítico explicaciones a fenómenos de la actividad diplomática o del devenir de las relaciones internacionales12.

Duroselle advertía sobre la importancia que para el historiador tiene ser consciente de la «infinita diversidad de personalidades humanas» para entender la construcción de intereses nacionales. Así como el funcionamiento de la diplomacia y las relaciones internacionales, el historiador, en su opinión «tiende a examinar caso por caso y momento por momento» para comprender el sentido último que explica el proceso de decisión en cada acontecimiento y en cada proceso diplomático13. En opinión de Robert Frank, el historiador favorece un «juego de escalas» en el que se tienen en cuenta tanto la individualidad como la sociedad, en el sentido de que el investigador de la historia de las relaciones internacionales trabaja con la individualidad y la sociedad, y que:

no puede dejar de interesarse por el peso de los carismas individuales, por el papel de los hombres —habría que decir también de las mujeres, aunque la entrada de la historia del género en el campo de las relaciones internacionales es muy reciente—, o sea, por la forma en que las personalidades encarnan, con mayor o menor éxito, la identidad de un grupo, de una comunidad, o de una nación, a través de su acción exterior o internacional14.


Por ese motivo, conocer el carácter, la personalidad o el temperamento de los actores implicados en este proceso es importante. Pero dada la complejidad de alcanzar ese conocimiento —mucho más propio de la psicología que de la historia— lo que le resta al investigador del pasado sería el análisis y explicación de los actos y las decisiones tomadas —contrastables con fuentes históricas— de estos agentes decisores. Desde esa explicación pueden generarse preguntas e hipótesis más amplias sobre el desarrollo de las relaciones internacionales y el ámbito diplomático en el que se discuten y deciden algunos de sus asuntos. Es decir, el objetivo es analizar el comportamiento concreto de los actores, mediante el estudio de textos, testimonios, o actos probados de esas personas, para poder explicar el sentido amplio del proceso de toma de decisiones15.

Según Duroselle, «para el historiador el estudio de las decisiones adquiere un carácter primordial», que en una primera fase consiste en establecer los hechos probados para investigar las decisiones tomadas, quiénes las tomaron y en qué circunstancias. En una segunda fase, se busca explicar esa toma o secuencia de decisiones, cuya existencia está probada. Lo que constituye «un dominio infinitamente más complejo, pero también mucho más sugerente»16. Este artículo explora, justamente, las decisiones tomadas por dos agentes de la diplomacia franquista en Paraguay, con el fin de explicar el conflicto surgido entre ambos. En segundo término, esboza particularmente la actitud y carácter de Giménez Caballero, que tras el conflicto obtendría como premio una permanencia vitalicia en el puesto que indirectamente estuvo en discusión durante el conflicto.

Pero desde que Renouvin, Duroselle y otros de los principales referentes del campo de la historia de las relaciones internacionales teorizaron acerca de los paradigmas y estándares de investigación en el área o en la disciplina, este ámbito de estudio de la historia ha evolucionado en su proceso de investigación. Los cambios han sido en su metodología y especialmente en los actores y temas de interés, en relación con esa nueva historia diplomática. En esa línea, trabajos como el artículo de 2008 de Karl Schweizer y Matt Schumann17, la obra colectiva dirigida por Robert Frank en 201218, o el reciente libro de Laurence Badel, de 202419, aportan líneas de trabajo y objetos de investigación más actuales que los clásicos actores principales en los enfoques tradicionales de la historia de las relaciones internacionales.

Tampoco es nuevo dentro de los estudios sobre diplomacia en España, el interés creciente por otros objetos de estudio no tradicionales, como en este caso las tensiones o conflictos internos entre representantes diplomáticos de un mismo Estado en el proceso de su representación en el exterior. En 1996, María Dolores Elizalde Pérez-Grueso era muy explícita en este aspecto: «En los últimos años hemos presenciado una profunda renovación en la concepción, métodos de trabajo y objetos de análisis de la historia diplomática […], motivada por el rechazo que provocaban los anticuados planteamientos de trabajo utilizados en la disciplina ». Y afirmaba Elizalde, hace casi tres décadas, que ya entonces se estudiaban con mayor detenimiento…

los protagonistas de la diplomacia, lo cual implica tomar en consideración no sólo sus nombres y sus acciones, sino interesarse por el carácter del personaje o personajes […] las relaciones profesionales que mantienen […] o las razones personales e intereses privados detrás de sus acciones20.

En esa tarea de indagar y explicar en los métodos y prácticas de este reducido grupo de agentes estatales —y nacionales— que actúan en representación de un país y de su Gobierno, adquieren particular interés las categorías de grupo, red y medio. Muy a menudo, en la historia de las relaciones internacionales, «se confunde la acción de los Estados con la de los hombres autorizados para representarlos y hablar en su nombre»21. Son las personas encargadas de realizar la actividad quienes de manera efectiva y real la llevan a cabo, y por tanto es ese «equipo de toma de decisiones»22 sobre quienes hay que poner la mirada para explicar el proceso en la selección de la alternativa escogida para determinar la elección.

Debido a esto, existe al interior del equipo decisorio un proceso en la toma de postura respecto a múltiples asuntos que, obviamente, pone a prueba todo el sistema de relación profesional y personal interno, así como la propia funcionalidad de la estructura diplomática del país de origen. Se trata de un proceso de naturaleza relacional —donde se mezclan emociones, personalidades, amistades, intereses privados, o ideologías de los diplomáticos que comparten legación o equipo de trabajo— al que se añaden también factores exógenos al grupo, pero que provienen de la política interna del país de origen compartido por el equipo decisorio. O sea, la política del Estado y del Gobierno al que representan, una política interna que, ya hace tiempo, se estima fundamental para entender la configuración y aplicación de las políticas exteriores de los Estados y la capacidad de estos para relacionarse en la sociedad internacional23.

Los impulsos renovadores recientes del campo de la historia diplomática han supuesto una cierta revitalización de enfoques, rasgos y temas sobre la historia de las actividades de agentes, el personal diplomático oficial, ya sea analizado como grupo corporativo o personas individualmente. A pesar de que sí habían tenido un papel relevante en la formulación de objetos de estudio de la mayoría de los trabajos sobre diplomacia. Asimismo, el acceso progresivo a los archivos de ciertos periodos de la Guerra Fría ha reavivado la atención sobre estos actores diplomáticos. Tarea favorecida por la disponibilidad de nuevas fuentes, entre otros aspectos, en relación con la adecuación de su labor en las legaciones con los lineamientos de política exterior estatales y con los intereses políticos o económicos de los gobiernos de turno a los que servían.

A veces, las decisiones de estos actores no tienen una correlación directa con la política exterior, aunque siempre actúan dentro de los límites del gobierno que representan, sus acciones se fundamentan en otro conjunto de intereses o valores. Este conjunto de intereses o valores personales del agente diplomático pueden explicarse en numerosas ocasiones como motivados por predisposiciones cuya fuerza de activación reside en el análisis racional (al cual, no obstante, autores como Robert H. Frank24 conceden una influencia indirecta en la toma de decisiones)25. Sin embargo, otras veces, es preciso la observación de un conjunto de características más propias del estudio de las emociones, sentimientos o afinidades personales con el resto de la red profesional, ya sean representantes del Estado propio, o miembros extranjeros cercanos al sujeto objeto de estudio para explicar su comportamiento y las decisiones adoptadas26.

En el periodo posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial y en el contexto de nacimiento y reorganización geopolítica de la Guerra Fría, los contactos entre los gobiernos de España y Paraguay se fueron intensificando entre 1945 y 1950. Aunque desde 1945-1946 existía una cierta confianza y amistad del Gobierno paraguayo hacia el régimen franquista27, es a partir de 1950 cuando puede decirse con relativa certeza que las relaciones entre ambos países se establecieron de manera formal, con firmeza e incluyendo garantías de continuidad por ambas partes28.

No obstante, durante los años cincuenta y sesenta estos vínculos se fortalecieron y adquirieron una materialidad clara en forma de tratados y acuerdos. Con ellos, comenzaron a desplegarse los mecanismos clásicos de consolidación y dinamización habituales de las relaciones bilaterales del periodo: tratados culturales, acuerdos de comercio, convenios de transferencia tecnológica, de cooperación técnica, o de emigración, intercambios académicos, reconocimiento de la propiedad intelectual, etc.

La cronología de este artículo se enmarca en el contexto de este auge y dinamización de las relaciones hispano-paraguayas. El asunto abordado en las siguientes páginas solo puede explicarse dentro de un proceso de construcción de relacionamiento interestatal en plena efervescencia y desarrollo casi inaugural. Unas relaciones bien establecidas y consolidadas, con una estructura protocolaria clara y rígida, y con una red de intereses arraigada y sobradamente capilarizada, hubieran producido unas condiciones de contexto poco favorecedoras para la situación que se va a producir al interior de la legación española en Asunción a partir de 1954.

Desde ese año y hasta 1958 tuvo lugar en la Embajada de España en Paraguay un conflicto interno que casi podría calificarse de extemporáneo si se piensa como un conflicto ideológico. Una pugna entre un tradicionalista de familia requeté y diplomático de carrera, el embajador José González de Gregorio Arribas, frente a un convencido fascista, miembro de Falange y propagandista de profesión29, el escritor e intelectual Ernesto Giménez Caballero30, que había devenido por entonces en diplomático del régimen31.

Aunque ambos llegaron en 1955, sus nombramientos fueron en 1954 y hasta enero de 1958, Giménez Caballero y González de Gregorio fueron protagonistas de un singular episodio en la Embajada de España en Asunción. Esta legación vivió la reedición de un antiguo conflicto interno del franquismo, una tensión entre familias políticas de los sublevados en teoría ya superado dos décadas atrás, durante la Guerra Civil. Entonces, el Decreto de Unificación de 1937 aglutinó a todos los grupos políticos que conformaban el bando golpista de julio de 1936 para construir el denominado Movimiento, la nueva estructura burocrática que unificaría y consolidaría el poder político sublevado en manos de Franco. De hecho, el discurso pronunciado por Franco para difundir aquel decreto, emitido desde su cuartel general a través de Radio Nacional, había sido redactado prácticamente en su totalidad —salvo unas líneas de Serrano Suñer— por el propio Giménez Caballero32. Aquel discurso tuvo también el apoyo del sector tradicionalista, grupo adversario interno del falangismo dentro del Movimiento.

No obstante, las fuentes no apuntan a que fuera el elemento ideológico lo que generó el conflicto de manera directa, aunque pudiera haber activado cierto grado de tensión o acrecentado las suspicacias entre ambos. No en vano, Gregorio ya había tenido, una década atrás, un conflicto con otro falangista de por medio cuando actuaba como diplomático en China33. El conflicto fue, más bien, una lucha de egos y de poder en buena parte motivada por las diferentes concepciones sobre cómo debía funcionar el servicio diplomático español.

El encuentro entre un diplomático de carrera como González de Gregorio y un propagandista con un fuerte ego y ansias de demostrar su valía para el régimen, como era Giménez Caballero, hizo saltar las chispas en la legación de Asunción. Aunque su relación en Paraguay pasó por algunos momentos de calma tensa, el contacto entre ambos terminó con la salida del embajador Gregorio, indirectamente desdeñado o ignorado desde Madrid y el nombramiento de Giménez Caballero para ese mismo cargo en Paraguay en 1958.

Giménez Caballero terminaría siendo embajador en Paraguay desde enero de 1958 hasta su jubilación en enero de 1970. Fueron doce años de ejercicio del cargo en la Embajada en Asunción, siendo la voz de Franco ante el general Alfredo Stroessner, dictador paraguayo desde 1954 hasta 1989. Así, este artículo propone explorar el conflicto surgido en la legación franquista en el Paraguay, en un lugar tan remoto para la actividad exterior española, donde sin embargo reaparecieron rencillas que recuerdan los ecos de una difícil unificación. El texto constituye un ejemplo de la importancia que tiene el análisis de los egos entre diplomáticos del régimen franquista para explicar la génesis y consolidación de un estilo de Embajada franquista adaptado a las condiciones de Paraguay. A pesar de otros factores internacionales que hubieran podido conducir a una decisión diferente.


«A mesa puesta…» El contexto político paraguayo exterior y nacional


En el contexto internacional posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el sistema de relaciones de la Guerra Fría puede ser considerado un «sistema internacional bipolar flexible», determinado por una cierta «heterogeneidad sistémica»34. Pero en ese marco de conflicto intersistémico entre dos modelos de organización social, económica y política confrontados, España y Paraguay quedaban encuadrados en el mismo bloque, como países alineados, con mayor o menor intensidad según el periodo y la coyuntura, a los intereses internacionales de Estados Unidos. La Revolución Cubana marcó además un punto de inflexión en la política internacional estadounidense, especialmente tras la consolidación político-institucional de ésta en 1959, que acentuó la «obsesión» norteamericana con el comunismo35.

Aunque desde 1948, tanto la CIA como el Departamento de Estado norteamericanos estuvieron muy alerta acerca de los movimientos políticos en América Latina, región considerada como un espacio geográfico irrenunciable para sostener la hegemonía estadounidense internacional, fue desde mediados de los años cincuenta cuando esa atención se tornó en un intervencionismo mucho más evidente y profundo. La intervención de la administración Eisenhower en Guatemala en 1954 es paradigmático en este aspecto36. Esto hizo que países como España o Paraguay vieran muy condicionadas sus relaciones entre ellos durante esta etapa por los márgenes ideológicos que permitían el gobierno estadounidense. Aunque aún falta mucho por analizar en materia de relaciones internacionales del Paraguay, hay ya cierto camino recorrido37, especialmente para el caso estadounidense38, y también para el caso español39.

El alineamiento de Paraguay a Estados Unidos en las décadas centrales del siglo xx fue notable40, con un apoyo de los norteamericanos a los gobiernos paraguayos muy importante en el periodo de la Guerra Fría. De hecho, el 10 de mayo de 1954, en un mitin de comunistas y febreristas realizado frente al Cine Victoria, en Asunción, estos denunciaron la injerencia yanqui en el golpe de Stroessner de ese año41.

El alineamiento de Paraguay a Estados Unidos en las décadas centrales del siglo xx fue notable40, con un apoyo de los norteamericanos a los gobiernos paraguayos muy importante en el periodo de la Guerra Fría. De hecho, el 10 de mayo de 1954, en un mitin de comunistas y febreristas realizado frente al Cine Victoria, en Asunción, estos denunciaron la injerencia yanqui en el golpe de Stroessner de ese año41.

La «ayuda americana» fue importante en el contexto inmediatamente posterior a la finalización de la guerra mundial. Sobre todo, durante los primeros años de la dictadura stronista. Entre 1954 y 1960 Paraguay recibió alrededor de 30 millones de dólares, siendo el tercer destinatario en orden de recepción de fondos estadounidenses en ese periodo. Una cantidad que fue «muy considerable» y que se incrementó después con la participación del Paraguay en la Alianza para el Progreso a partir de 196142. Según afirman Jerry Cooney y Frank Mora, para fines de la década del cincuenta, Paraguay y Estados Unidos habían contraído una suerte de matrimonio de conveniencia propio de la Guerra Fría43.

Por su parte, las relaciones de Estados Unidos con el bando sublevado en España, iniciadas en los últimos años de la guerra mundial, vivían a la altura de los años cincuenta un crecimiento y dinamismo importantes. Acabado el conflicto, la falta de una alternativa política fiable en España, a los ojos de Estados Unidos, llevó a las administraciones norteamericanas a colaborar con el régimen franquista, aunque con algunos recelos y desconfianzas. Esta alianza, consolidada a través de los acuerdos de 1953 y con la definitiva incorporación de España a las Naciones Unidas un par de años después, resultó fundamental para el desarrollo económico y el reconocimiento internacional del franquismo y, posteriormente, régimen de Stroessner44.

En los años de la posguerra mundial y de consolidación del nuevo régimen franquista, España «siempre sufrió las consecuencias negativas de enfrentarse al gigante americano, básicamente porque no podía prescindir de sus productos ni de su know-how empresarial»45. Paralelamente, la ayuda norteamericana al Paraguay de Stroessner fue tan importante en los años cincuenta que «no sería exagerado afirmar que, en su ausencia, se hubiera puesto en jaque la consolidación de su régimen»46. Este doble alineamiento a la potencia hegemónica del bloque occidental, y las circunstancias político-ideológicas similares de ambos regímenes47, harían del escenario de encuentro entre ambos Estados, sus dictadores y los representantes diplomáticos de estos un espacio lleno de posibilidades económicas, culturales y políticas.

Las relaciones hispano-paraguayas se habían estrechado bastante a finales de los años cuarenta, después de cuatro hitos fundamentales en esta relación: en 1948, españoles y paraguayos iniciaron formalmente los acuerdos para un Tratado de Paz y Amistad que fue firmado en octubre de 1949, ratificado por España en agosto de 195148. El 12 de octubre de 1949 se fundó en Asunción del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica49. En marzo de 1950, se elevaron al rango de embajadas las representaciones diplomáticas entre ambos países50. Y en agosto de ese mismo año, se selló un importantísimo acuerdo comercial y de pagos que reactivó el intercambio mercantil hispano-paraguayo51, un comercio que prácticamente se había detenido a finales de los años treinta. Estos acuerdos fueron posibles, entre otros motivos, por el contexto geopolítico internacional, gracias al apoyo político compartido que ambos estados tuvieron por parte de Estados Unidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

España y Paraguay, ambos en la órbita norteamericana, terminaron por encontrar en esta década muchos puntos de interés conectados, así como las ventajas de establecer entre sus gobiernos una sincera y sólida vinculación. Las relaciones entre España y Estados Unidos estaban reestablecidas a finales de los años cuarenta y concretadas de manera pública a inicios de los cincuenta52. Aunque ya desde 1946-1947 los diplomáticos paraguayos venían detectando que dichas relaciones parecían bien encaminadas53, se disipaba toda sombra de dudas sobre este punto para el Gobierno paraguayo.

En 1946, de hecho, el servicio exterior francés había observado que Paraguay mantenía buenas relaciones con Madrid, aunque constataron que el Gobierno paraguayo no actuaría en ningún caso sin acuerdo previo de Estados Unidos54. A finales de 1955 las relaciones entre España y Paraguay eran buenas, estaban ciertamente consolidadas. Ambos países tenían el apoyo de Estados Unidos y un relativo reconocimiento internacional de sus regímenes políticos, con los generales Franco y Stroessner a la cabeza de dos gobiernos autoritarios, anticomunistas y muy beligerantes con los sectores de oposición interna55.

La comparecencia en Paraguay desde 1955 de los dos protagonistas de este texto, José González de Gregorio Arribas y Ernesto Giménez Caballero, fue una llegada que podríamos considerar «a mesa puesta» en términos políticos. El régimen que encontraron a su arribo al país respondía ideológicamente a los principios que regían desde casi veinte años atrás en España. Encontraron un Paraguay donde apenas comenzaba la que sería la dictadura más longeva de América, con treinta y cinco años de duración, pero que entonces estaba iniciando lo que fue su fase de consolidación56.

En aquel Paraguay, dos agentes de la representación franquista como Gregorio y Giménez Caballero, ambos en servicio a Franco desde la guerra y pertenecientes al aparato original del bando sublevado57, tenían fácil acomodo diplomático en un país gobernado por hombres de ideología muy similar, intereses parecidos y aliados en la geopolítica del momento. De hecho, con el tiempo, ambos regímenes terminarían pareciéndose bastante en muchos aspectos. No obstante, desde un primer momento ya coincidían en la necesidad de un gobierno paternalista, en la defensa a ultranza del nacionalismo, y en la lucha feroz contra el comunismo internacional58. Además, se dio y coexistió en los dos la utilización de un supuesto «patriotismo histórico» y del «heroísmo» (militar) para construir la legitimidad presente de sus sistemas políticos59.

A comienzos de 1954, el embajador de España en Asunción era Miguel Teus López, quien llevaba desde 1949 a la cabeza de la legación60. Sin embargo, cuando Stroessner asumió la presidencia en agosto de 1954, concentrando en su figura el poder político, el militar y el del partido hegemónico del país, el puesto de máximo representante español en Paraguay había cambiado de manos, aunque fuera por poco tiempo. Siendo embajador Fermín López-Roberts y de Muguiro, el marqués de la Torrehermosa, que ocupó el cargo sustituyendo a Teus, destinado a El Salvador, en marzo de 195461. Pero, López-Roberts fue embajador tan solo hasta finales de octubre de ese mismo año, cuando cesó por enfermedad, falleciendo pocas semanas después en Madrid62.

Este contratiempo supondría que al iniciar el gobierno de Stroessner a mediados de 1954 no hubiera en la legación española un embajador estabilizado que tuviera una adecuada relación con el presidente-militar ni con su gabinete. Hasta llegar a la presidencia, Stroessner era tan solo el general que dirigía las Fuerzas Armadas, es decir, no era político. Cuando se alzó al poder, no solo fue proclamado presidente del a nación, sino que retuvo la jefatura de las fuerzas armadas y se convirtió en líder del Partido Colorado gobernante. Por tanto, la relación personal con Stroessner se convertiría enseguida, en la segunda mitad de los años cincuenta, en un elemento crucial para mantener estrechas relaciones con el país en su conjunto. Giménez Caballero jugaría ese papel.

A la altura de 1954, Asunción era una pequeña ciudad con tintes casi rurales si se la compara con cualquier otra capital de América del Sur en esa época. En aquellos años cincuenta, en la capital paraguaya «se vivía casi como en una aldea, todo el mundo se conocía y las familias más destacadas estaban unidas por parentescos o lazos antiguos de relacionamiento »63. Desde la etapa del general Higinio Morínigo como presidente del Paraguay —durante los años cuarenta—, el país ya vivía un ambiente de fuerte censura cultural y de control de la opinión pública en la prensa, el cine, el teatro o la radio, ejercidos desde el Departamento Nacional de Prensa y Propaganda, institución «de corte fascista» en opinión de Ruiz Nestosa64, que promovía una política cultural nacionalista a la que dio continuidad el stronismo desde mediados de los años cincuenta65. Esta es la época en la que se conformó lo que Aníbal Orué Pozzo describe como el periodo de construcción y consolidación de un «Bloque Militar » en Paraguay (entre 1936 y 1954), sector que tendrá el apoyo social de un «Bloque Civil», entre quienes se encontraron miembros de la cultura, la intelectualidad y la academia66.

En los años anteriores a la llegada de Stroessner al poder, los protoideólogos del régimen autoritario paraguayo, Juan E. O’Leary y Natalicio González, en su proceso de crítica al liberalismo político, retomaron la tradición nacionalista del siglo xix y la mezclaron con elementos propios del fascismo67, un fascismo que no fue novedoso en el Paraguay de los años cincuenta68. A pesar de eso, el gobierno de Stroessner, devenido muy pronto en dictadura, fue la «consumación histórica del proyecto autoritario» iniciado por estos intelectuales paraguayos del Partido Colorado69. Hay que entender que el contexto de arbitrariedad decisoria del régimen stronista dependía de manera casi integral de la voluntad del dictador70, y esto tenía también un fuerte impacto entre los intelectuales, académicos y personalidades de la cultura.

Sirvan como ejemplo de lo anterior los episodios rescatados por el historiador Claudio Fuentes Armadans, quien afirma que «enfrentarse a los conceptos oficiales de historia del stronismo podía acarrear consecuencias funestas»71. En 1957, el historiador liberal Benjamín Velilla dictó una conferencia criticando a uno de los «héroes nacionales» del aparato ideológico stronista, el mariscal Francisco Solano López, y aquellas palabras le costaron el inmediato arresto y destierro72. En contrapartida, afirma Fuentes Armadans, «ser leal con el stronismo y su versión de la historia acarreaba honor y gloria», y expone como ejemplo el caso del historiador colorado de ideología nacionalista Juan O’Leary, alineado con la dictadura. El 3 de marzo de 1955, fue homenajeado por el propio Stroessner en el centro de Asunción, descubriéndose en aquella fecha un busto con la efigie de este intelectual del régimen73.

Fueron varios los historiadores liberales paraguayos exiliados desde los años cuarenta y durante el stronismo74, evidenciando la dificultad de muchos de los académicos e intelectuales para permanecer activos en Paraguay en esta época. El historiador uruguayo Matías Borba Eguren ha estudiado particularmente la figura de uno de ellos, Carlos Pastore, y la red de contactos y enlaces internacionales con los que mantuvo relación epistolar durante su actividad política transnacional en el exilio75. Un buen ejemplo de los caminos renovados de la historia diplomática y de las relaciones internacionales que vinculan al Paraguay con el escenario internacional del momento.

Sin embargo, otros de estos intelectuales paraguayos liberales, como es el caso de Julio César Chaves, encontraron un razonable acomodo social en el régimen stronista gracias a una producción cultural y académica próxima a los relatos de la dictadura, con el hispanismo nacional católico como nexo, asunto investigado recientemente por Mariano D. Montero76. Esas posiciones hispanistas nacionalcatólicas unen a un referente de la cultura y la academia paraguayas como Julio César Chaves con un pensamiento como el de Ernesto Giménez Caballero. De hecho, Giménez Caballero y Julio César Chaves compartieron espacio intelectual en Asunción, en el marco de la actividad del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica (IPCH), del cual Chaves fue presidente en los años de Giménez Caballero en Asunción.

Y si en Asunción Chaves tuvo interlocución directa y regular con Giménez Caballero durante años, en su calidad de presidente del IPCH también la tuvo en Madrid. En Asunción pasaron de visita con importantes referentes intelectuales y políticos de la cultura española77, como Joaquín Ruiz-Giménez, del sector aperturista y liberal del régimen, a pesar de su afiliación a Falange78, o con miembros afines al sector más ultranacionalista e inmovilista, como el falangista Blas Piñar López, director del Instituto de Cultura Hispánica entre 1957 y finales de 196279. De hecho, Blas Piñar viajó al Paraguay en mayo 1961, y estuvo acompañado tanto por Chaves como por Giménez Caballero80.

El stronismo fue un contexto que propició distintas estrategias de militancia político- intelectual y de producción o actividad académico-cultural. Por un lado, la táctica de Pastore pasó buena parte de su vida en el exilio siendo crítico con el autoritarismo paraguayo81, y Chaves cuyo giro hispanista, aunque no ideológico, le dio un espacio preeminente en el ambiente cultural del régimen82.

No obstante, durante el stronismo, los principales intelectuales y propagandistas políticos o culturales del régimen naciente fueron construyendo progresivamente una imagen sólida del binomio Gobierno-Stroessner, que no era discutible. Un imaginario que relacionaba al dictador con el equilibrio, el progreso, el final del caos y la paz interna en el país83. Los años de José González de Gregorio y Ernesto Giménez Caballero en Asunción coincidieron con la etapa que Andrew Nickson califica como la «fase de consolidación» del régimen stronista. Fue un periodo marcado por el auge del autoritarismo, la represión y el desarrollo de la ideología nacionalista en Paraguay, en el contexto de fortalecimiento de la figura de Alfredo Stroessner y de la intensa centralización del poder en el país84.

El país al que llegaron González de Gregorio y Giménez Caballero era un lugar muy proclive, especialmente en el segundo, para diplomáticos de derecha, ya fuera una derecha conservadora o reaccionaria. Ambos eran hombres leales a un Estado dominado por una política autoritaria, castrense, personalista y anticomunista, como eran la España de Franco y el Paraguay de Stroessner. No le faltaron motivos a Ernesto Giménez Caballero para escribir su obra Revelación del Paraguay, publicada en 195885, una oda al relato imperial falangista y a la noción de hispanidad franquista, en casi completa consonancia con el nacionalismo paraguayo desplegado por la entonces naciente dictadura stronista86. Giménez Caballero llevaba unos años conociendo de primera mano el régimen, con ello hizo los méritos.

A lo largo de los años cincuenta, apenas una cuarta parte de la población paraguaya se ocupaba en sectores que no fueran la agricultura, la ganadería, la manufactura o la construcción87. Paraguay era eminentemente rural, con escasa industrialización, ausencia de partidos programáticos, con desmovilización social y corporativa, además de carente de debates políticos profundos por miedo a la represión88. Un país regido por un sistema socioeconómico donde la corrupción estaba institucionalizada89, fenómeno acentuado durante el stronismo90, la educación carecía de estructural y presentaba un déficit crónico de financiamiento91. «La dominación estaba basada en un sistema calculado de recompensas y castigos, [cuyo orden legal] se ajustaba a los deseos discrecionales del Jefe del Estado»92.

En un escenario tal, las capacidades y el abanico de posibilidades de un propagandista nato como Giménez Caballero fueron seguramente mucho más efectivas, en casi todos los sentidos imaginables, que las de un diplomático de carrera como González de Gregorio. Además, la sobrada formación intelectual y el conocimiento de la modernidad artística de Giménez Caballero, lo harían destacar de sobremanera en el Paraguay de los años cincuenta, en un país poco dado a experimentar las novedades de la modernidad, marcado por un «ambiente pueblerino en el que dormía su amodorrada siesta colonial Asunción, ciudad donde era suficiente apenas un tenue movimiento para llamar la atención de todos»93.


Llegada de González de Gregorio y Giménez Caballero a Asunción


Al embajador español Fermín López-Roberts, que abandonó Paraguay en octubre de 1954, le sucedió en el cargo el diplomático de carrera José González de Gregorio y Arribas, designado por Franco como nuevo embajador en Asunción en noviembre de 1954. Cesó a fines de año en su puesto anterior como embajador en Bonn ante la República Federal de Alemania94. La noticia del nombramiento fue pública desde temprano, y aparece recogida en varios diarios paraguayos el 29 y 30 de noviembre de 195495. Sin embargo, Gregorio, como firmaba y era conocido en el servicio diplomático, no presentó credenciales a Stroessner hasta el 4 de marzo de 1955, en compañía también de su segundo, el secretario de embajada Carlos M. Fernández- Shaw96.

A mediados de mayo de 1954, cuando Stroessner se abría camino para obtener el poder político en Paraguay, el diplomático español Ernesto Giménez Caballero, fascista convencido al que Rodríguez Puértolas califica como «fascista extremoso»97, fue designado para ser agregado cultural de España en Paraguay, según consta en la documentación de su expediente personal del Ministerio de Asuntos Exteriores98. Por lo tanto, el nombramiento de Giménez Caballero ocurrió varios meses antes a la designación del embajador Gregorio. A pesar de ello, y como sucedería con Gregorio, Giménez Caballero también tardó en personarse en Asunción.

En algunas ocasiones Giménez Caballero ha agradecido99 aquel destino al que fuera ministro de Educación, Joaquín Ruiz-Giménez, con quien tenía buena amistad y a quien solicitó ese puesto100. Él solicitó ir a Paraguay y fue Ruiz-Giménez quien le ayudó desde su Ministerio para lograrlo, su salario se pagó hasta 1958 desde esta Cartera. Sea como fuere, aunque Giménez siempre dependió económicamente de Educación en esta época101, su paso por Hispanoamérica le sirvió para posicionarse como diplomático en la rama cultural del ámbito del Ministerio de Asuntos Exteriores, a través de la Dirección de Relaciones Culturales102 del régimen.

Además, Giménez Caballero era amigo del padre de Carlos Fernández-Shaw103, que fue secretario de embajada y encargado de negocios de España en Paraguay entre 1953 y 1956, seguramente a través de él recibió buena información sobre el país desde muy temprano. Giménez Caballero seguro comenzó desde un primer momento a informarse sobre el país, y probablemente pudo establecer algunos primeros contactos en el destino antes de llegar, algo que no ocurrió hasta julio de 1955104. A pesar de llegar unos meses más tarde que Gregorio, GeCé, como llamaban a Giménez Caballero, ya conocía de antemano que en Asunción encontraría a su nuevo caudillo, Stroessner. Para Giménez Caballero, con casi veinte años de experiencia cortejando a un dictador, conectar con Stroessner no parecería tarea muy complicada, y no lo fue.

Sin embargo, Giménez Caballero no tuvo prisa por aparecer en Paraguay: los meses previos a su llegada a Asunción los utilizó para realizar una gira por América Latina, que le llevó a visitar casi veinte ciudades de cerca de una decena de países americanos.105 El viaje inició después de que en octubre de 1954 se autorizaran los viáticos para desplazarse hacia Asunción106, y el periplo concluyó en julio de 1955, cuando arribó finalmente a la capital paraguaya. Allí se encontró con su amigo Fernández-Shaw, con el embajador Gregorio, y con un Stroessner en pleno proceso de consolidación de su poder personal, por entonces no llevaba ni un año como presidente.

Esta gira se la «sacó de la manga» el propio Giménez Caballero: a mediados de 1954 se puso en contacto con el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid, concretamente con Alfredo Sánchez Bella, para solicitar a esta institución que le ayudasen a cubrir su recorrido por varios países hispanoamericanos en su camino hacia Asunción, cosa que fueron haciendo o logrando «en todo lo que les fue posible»107. Iniciada a fines de 1954, la gira de Giménez Caballero fue cubierta en cada destino, hasta que hubo problemas en Cuba, donde estaba Juan Pablo de Lojendio108 como embajador, también diplomático de carrera, igual que Gregorio. Lojendio indicó al Instituto, intuyéndose su disconformidad, que solo dispondría fondos para Giménez Caballero si la Dirección de Relaciones Culturales así se lo ordenaba expresamente, razón por la que Sánchez Bella escribió a Luis García de Llera para solicitar ese apoyo.

Esta gira se la «sacó de la manga» el propio Giménez Caballero: a mediados de 1954 se puso en contacto con el Instituto de Cultura Hispánica en Madrid, concretamente con Alfredo Sánchez Bella, para solicitar a esta institución que le ayudasen a cubrir su recorrido por varios países hispanoamericanos en su camino hacia Asunción, cosa que fueron haciendo o logrando «en todo lo que les fue posible»107. Iniciada a fines de 1954, la gira de Giménez Caballero fue cubierta en cada destino, hasta que hubo problemas en Cuba, donde estaba Juan Pablo de Lojendio108 como embajador, también diplomático de carrera, igual que Gregorio. Lojendio indicó al Instituto, intuyéndose su disconformidad, que solo dispondría fondos para Giménez Caballero si la Dirección de Relaciones Culturales así se lo ordenaba expresamente, razón por la que Sánchez Bella escribió a Luis García de Llera para solicitar ese apoyo.

Este episodio con Lojendio podría evidenciar que en 1955 aún no estaban del todo cerradas algunas viejas heridas entre el falangismo y el sector de la derecha tradicional española, que aglutinaba a conservadores, monárquico-liberales y a los tradicionalistas, todos ellos no fascistas. Asimismo, puede explicar también las tensiones internas en el Ministerio de Asuntos Exteriores entre estos grupos. De hecho, Lojendio, que nunca estuvo afiliado a la Falange y era francófilo109, intensificó sus afinidades con el político José María Gil Robles durante la ii República Española110. Había acumulado algunos desencuentros con falangistas antes de cruzarse con Giménez Caballero en Cuba, como fueron su enfrentamiento a Ramón Serrano Suñer, importante dirigente falangista y germanófilo, que llevó a Lojendio a perder muchas de sus responsabilidades políticas111. O el conflicto que tuvo con Nicolás Quintana, jefe territorial de Falange en Argentina, cuando Lojendio fue destinado como representante del Gobierno sublevado de Burgos en Buenos Aires112, que se saldó con la sustitución de Quintana.

No en vano, la sección Exterior de Falange en este país se quejó aduciendo que «las conocidas tendencias poco falangistas del agente oficioso del Estado, el Sr. Lojendio, hace que los medios acomodados argentinos estén en pugna con la obra de Falange»113. Por tanto, las tensiones entre Juan Pablo de Lojendio y varios personajes falangistas venían de atrás, y como diplomático de carrera que tampoco tendría especial sintonía con un advenedizo del servicio exterior como era entonces Giménez Caballero, inmerso en su gira americana previa a su instalación en Paraguay.

El paseo que dio Giménez Caballero por América no estaba planificado desde el ámbito de la acción exterior cultural en un país concreto, como hubiera correspondido a su nombramiento como agregado cultural en Paraguay. El viaje debe entenderse, probablemente, concebido directamente por Giménez Caballero como la idea política de recuperar parte de la influencia española en Hispanoamérica, la célebre restauración del Imperio114 mediante influencia cultural, en lo que parece ser un proyecto muy personal de Giménez Caballero, aunque probablemente compartido por Franco.

Como actividad, el viaje encaja perfectamente dentro de la concepción cuasi imperial que Giménez tenía de lo que debía ser la actividad exterior española en territorio de sus antiguas colonias. Este entendía la influencia hispana como parte de un gran proceso de integración regional en el que cabía perfectamente la participación de España como mediadora, impulsora o directora de algunos asuntos en aquella región. Esta idea puede entenderse de diferentes formas según el libro, el artículo o el informe que se lea de Giménez Caballero entre 1932 y 1988115.

En aquella gira, Giménez se dedicó a hablar de España, de Franco, de Cervantes, de conquistadores, de la herencia cultural española en América, de la raza hispánica, del imperio, etc. En definitiva, traía el discurso falangista, o fascista, de la hispanidad116, pero con el natural gracejo que acompañaba al personaje. Lo combinó con la suficiente dosis de inteligencia como para enlazar ese discurso con la mención y valoración de figuras esencialmente latinoamericanas, como Bolívar o San Martín, y llevó el heroísmo y la patria como elementos fundantes de una cultura hispanoamericana compartida.

Sin embargo, la gira exasperó los ánimos del embajador González de Gregorio, que desde marzo de 1955 esperaba a su agregado cultural en Asunción. Puesto que recibía de él incontables anuncios de su prolífica actividad por tierras americanas, sin llegar a Paraguay a desempeñar su trabajo117. Tras la queja de Gregorio a García de Llera en abril de 1955, le afirmaba entender su molestia con la gira de Giménez Caballero y el retraso en la llegada a Asunción, pero le hacía saber que aquel viaje del nuevo agregado cultural se había producido con independencia del Ministerio de Exteriores. Añadía García de Llera que la iniciativa se había debido principalmente a la «tenacidad del interesado» pero con la connivencia del Ministerio que le financiaría en Asunción (Educación).

En consecuencia, le hacía entrever que no había alternativa a la paciencia, en la espera de que su agregado llegase al Paraguay, ni tampoco posibilidad de réplica a que mientras tanto anduviera de gira, cobrando por sus conferencias. No obstante, García de Llera sí aseguró a Gregorio que Giménez Caballero no podría cobrar por la actividad en Paraguay, que entraba estrictamente dentro de sus honorarios en calidad de agregado a la Embajada, aunque su sueldo proviniera de otra Cartera ministerial118.

Aquella gira significó el principio de una disputa: Giménez Caballero venía a hacer su guerra: llegaba cuando él quería y lo hacía para realizar lo que él entendía por «pensar en grande» y por «concepción integral»119 se refería a condensar lo político en lo cultural a través de la acción española en la América hispana en su conjunto. Giménez Caballero no parecía llegar a Asunción para ser un mero agente de la cultura dentro del aparato administrativo exterior español, sino que iba a hacer política, hoy diríamos transnacional, en Hispanoamérica, o más bien en Latinoamericana, si tenemos en cuenta que sus contactos en Brasil no fueron pocos entre 1955 y 1970.

Para explicar lo que significó aquella gira en términos internos de la diplomacia española, hay que atender algunos detalles señalados en las cartas enviadas por los embajadores. A ese fin, resulta particularmente demostrativo lo que escribió Luis Soler (embajador en Quito) en una carta de junio de 1955 dirigida a Antonio Villacieros y Benito120, nombrado director de Relaciones Culturales en abril de ese año, apenas unas semanas antes de la llegada de Giménez a Asunción.

Soler describe de manera aséptica lo que fue la «pasada» de Giménez Caballero por Quito, pero al final de la misiva a Villacieros, le señala con complicidad: «al sujeto ya lo conoces, un poco cabatín (sic)121 y con argumentos hispanoamericanistas ya un poco trasnochados, pero que al Presidente le halagaron en su perfil bolivariano»122. En otras ocasiones, antes y después de la pasada por Quito, otros diplomáticos se habían referido a Giménez Caballero como alguien a quien no consideraban como la persona idónea para ejercer la representación de España, o no en aquellos años. El propio Villacieros así se lo afirmó a Luis Soler123, y también resulta esclarecedora en ese mismo sentido la opinión de Manuel Aznar Zubigaray, embajador en Buenos Aires, en febrero de 1954124.

Giménez Caballero tenía la idea de reeditar el Imperio, bien que con otra forma, a través de una acción española en América amplia y ambiciosa125. En cierto modo, esto no desentonaba con la ideología oficial, quizá no tanto con la oficiosa, del régimen franquista en el periodo, que «incluía entre sus puntos programáticos la reconstrucción de un imperio español, aunque sin precisarse los instrumentos»126 para lograrlo. Sin embargo, diplomáticos de carrera como José González de Gregorio tenían, hasta cierto punto, una forma más administrativa y sectorizada de entender la acción exterior: lo cultural, lo político, lo económico, etc.

En una carta a Villacieros, Giménez Caballero instaba al director de Relaciones Culturales a que se tuviera en la política cultural exterior de España «una concepción integral para que sean eficaces las realizaciones parciales»127. Giménez Caballero no entendía las partes sin el todo, y el todo era, en última instancia, la recuperación de la gloria perdida por España, que él pensaba que podía recobrarse practicando una política exterior muy intensa de relación directa con los gobernantes y agentes decisorios de los países hispanoamericanos. A estos países que tiempo atrás habían conformado lo que Fernando Olivié, sucesor de GeCé al frente de la embajada española en Paraguay en 1970, denominó «un imperio roto»128. Ernesto Giménez Caballero creía poder ofrecer un servicio de mediación política; esa mediación se construía en su imaginación como una suerte de imperio que Giménez Caballero añoraba, el «sueño imperial»129 decía, y que a su manera buscaba reconstituir.


La excesiva independencia de Giménez Caballero en Asunción


Después de su periplo por varios países latinoamericanos, Giménez Caballero dio por finalizada su gira el 18 de julio de 1955 y viajó a Asunción130, tomando posesión del cargo el día 19131 (en sus memorias indica, quizá por error, que fue el 19 de julio de 1956)132. Una fecha muy significativa en el imaginario franquista, que seguro él mismo escogió, lo que podría interpretarse como una muestra simbólica de que sentía con total convicción que su llegada al Paraguay se producía para representar al régimen naciente en aquel 1936.

Según consta en la carta de González de Gregorio al ministro de Exteriores el 30 de julio de 1955, Giménez Caballero tomó posesión de su puesto de agregado cultural en Asunción el 19 de julio, y menciona que éste «mostró desde el primer momento su mejor deseo de cooperar en toda clase de trabajo y actividades beneficiosas para nuestras relaciones culturales ». Asimismo, señala haberle puesto en contacto «con los elementos universitarios, y con las autoridades literarias y científicas del país», y consideraba que «teniendo en cuenta su actividad y condiciones sobresalientes, ha de llevar a cabo una beneficiosa labor»133.

Aquellas primeras impresiones positivas enviadas al ministro de Exteriores ocultaban en realidad una cierta incomodidad que ya tenía el embajador en Asunción. En otra carta fechada cuatro meses antes, y enviada por Gregorio a Luis García de Llera (entonces director de Relaciones Culturales), se refería a Giménez Caballero como «mi flamante agregado cultural, que me acribilla mandándome notas, recortes de prensa, etc. etc. sobre sus actividades y proyectos»134. El lenguaje empleado en esa carta denota una cierta incomodidad o una queja sutil hacia esa actividad y hacia el propio Giménez Caballero durante los meses de su gira.

Las labores de Giménez Caballero en Paraguay desde su llegada en julio de 1955 hasta febrero de 1956 no fueron pocas. Sobre todo si se tiene en cuenta que, como él mismo advierte en el informe donde aparece la relación de sus actividades135, en esos primeros meses hizo también, dando continuidad a su gira de llegada a Asunción, otros dos viajes, uno a Bolivia y otro a Buenos Aires y Montevideo. Su objetivo de ser influyente política y culturalmente en el continente seguía estando presente. A esto hay que añadir que los meses de diciembre y enero suelen ser en Paraguay casi inhábiles para las actividades culturales debido al fuerte calor y la humedad local, a lo que el propio Giménez Caballero hace alusión136, máxime en una época en la que no existían allí aires acondicionados y en que los ventiladores eran muy escasos137.

Entre sus tareas «generales o diarias», como se describen en el documento mencionado, estaban atender dos radios: Radio Nacional, esporádicamente, y Radio Cháritas, diariamente; escribir semanalmente algún texto en prensa, por entonces en los diarios El País y Patria, este era el portavoz del régimen; colaboraciones en varias revistas, y actividad en el ámbito del cine, con proyecciones de películas. Si a eso se le añaden las conferencias impartidas en la capital y en casi una decena de localidades repartidas por toda la geografía del país (con lo que implicaba realizar desplazamientos largos en el Paraguay de aquella época), se podría inferir que el desempeño de Giménez Caballero como agregado cultural fue razonablemente satisfactorio, al contrario de lo que afirmaba Gregorio, que no lo clasificaba de eficaz en una de sus cartas138.

En opinión de quien suscribe, es complicado imaginar un Giménez Caballero esquivando o dejando de hacer trabajo de su ámbito de acción, aunque quizá lo que le demandaba Gregorio no respondía a tal naturaleza. Cuesta describir esa actuación como un pobre desempeño, por lo que queda más bien dar cierta credibilidad a la hipótesis de un problema de fondo distinto: el amplio margen de autonomía o independencia, podríamos decir política, no cultural, con que Giménez Caballero se movía por Asunción, y que no gustaba a su superior. Esta autonomía fue en buena parte permitida y fomentada desde el Ministerio de Educación, tanto por Joaquín Ruiz-Giménez como por su sucesor, Jesús Rubio García-Mina (falangista como Giménez Caballero) y también desde Exteriores por Alberto Martín-Artajo. No obstante, en aquella situación, una buena dosis de autonomía seguro se la arrogaba el propio interesado.

Alberto Quintana, que también ha estudiado y analizado parte de la documentación de Giménez Caballero139, afirma que «se ocupaba de todo, y debía de trabajar como veinte horas al día […] A cada uno lo suyo: fascista, sí, pero aplicado»140. No parece que Giménez Caballero fuera a dejar de atender tareas de propaganda o de actividad cultural por pereza o por dejadez, aunque no puede descartarse que estuviera demasiado ocupado en otros asuntos, o que quisiera marcar distancia con su superior, haciendo lo ordenado, pero no más allá. Si dejó de hacer alguna tarea con el ímpetu habitual al que estaba acostumbrado sería, con mucha probabilidad, por decisión propia e interés personal por no hacerlo, lo que abunda en la consolidación de la hipótesis del alejamiento entre ambos.

Sobre el desempeño de Giménez Caballero en el ámbito cultural disponemos también de una carta141 en la que el historiador Benigno Riquelme García, a la sazón vicepresidente del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica. Allí informa al ministro Joaquín Ruiz-Giménez, de cuyo Ministerio, recordemos, dependía económicamente la asignación mensual de Giménez Caballero142, como sigue:

Giménez Caballero es, a mi parecer y al de todos los paraguayos, el español de más fuerte intelectual que ha venido a nosotros en muchos, muchísimos años. Su labor aquí es sencillamente impresionante. Ha vivificado nuestro ambiente cultural con la tónica generosa e indesmayable de su esclarecido talento. Todo lo que se diga de su actuación será siempre poco y pobre reflejo de su actividad incesante, erudita, de tan española simpatía. Ha recorrido todos los ámbitos de nuestra tierra obsequiándonos con su palabra diserta, cálida, plena del sentimiento hondamente misional del hispanismo. Nunca terminaremos de agradecerles el magnífico presente de su envío a Paraguay, caro Joaquín143.

El nivel de adulación de la misiva es casi más propio de una jubilación o de un funeral que de una carta usual a un colega. Riquelme y Ruiz-Giménez se conocían, compartían intereses y eran buenos amigos y no puede pasar inadvertido el hecho de que esa información se le trasladaba al máximo superior del interesado en el Ministerio. Es más que probable que a la altura de diciembre de 1955, cuando se redactó la carta, Giménez Caballero ya hubiera detectado que la tensión con el embajador González de Gregorio le podía costar el puesto, apenas llevaba unos meses en Asunción, y probablemente se lo había hecho notar a su amigo Benigno, que le echó un cable.

La actividad de Giménez Caballero en los meses que van de julio de 1955 a enero de 1956 no parece que pueda calificarse de baja o de poco profesional. Las fuentes ofrecen la imagen de un Giménez Caballero activo en lo que a la acción cultural de España en Paraguay se refiere. Sin embargo, a su papel como agregado cultural en Asunción se superpuso una actividad regional que no era, hasta cierto punto, lo que se esperaba de un diplomático del servicio exterior español. Él mismo escribe a Villacieros a finales de octubre de 1955 una carta desde Asunción en la que afirma:

He cubierto toda América [en referencia a su gira y sus viajes, que continuaron después de tomar posesión del cargo en Asunción] desde Nueva York, Centroamérica y Suramérica hasta fijarme en esta querida Asunción a la que he logrado —gracias al cielo— ganarla el corazón desde su Presidente [Stroessner] hasta el lustrabotas. Y como Dios es justo, este país le da a uno para su misión lo que nuestro Estado no ofrece. No tengo ni mecanógrafa, pero sí fe y entusiasmo y en tres meses que llevo atiendo diariamente a radio, prensa y conferencias, visito colegios, viajo a las provincias y cultivo todos los medios sociales144.

Es preciso señalar que Giménez Caballero, al hablar de su actividad en Asunción, hace referencia de manera notable a su actividad regional. Además, que cuando se refiere a Paraguay, aunque acaba mencionando su actividad cultural, inicia la frase señalando que ha «ganado», en otras ocasiones dice «conquistado», a Paraguay «desde su Presidente hasta el lustrabotas». Esto insiste en la consideración de que él entendía que su papel allí distaba mucho de ser el de un simple agregado cultural. Pocos meses después, a finales de enero de 1956, Giménez Caballero escribe a Ruiz-Giménez para informarle de su inminente viaje a Brasil, donde se encontrarían ambos para verse con el presidente carioca. En esa carta le confiesa:

Me voy emocionado [de Paraguay]; ayer quiso abrazarme el propio presidente y me dijo que os iba a escribir al gobierno para que yo volviera. Sus palabras textuales fueron: «se ha ganado usted al gobierno y al pueblo paraguayo desde el primer día». También los demás ministros. Ahí verás en ese artículo [que le adjuntó] que el canciller [paraguayo] viene a mis reuniones. El embajador [José de Gregorio] no sé lo que hará ahora, el pobre, hasta la secretaria y la cocinera se le marcharon145..

Era evidente que Giménez Caballero había desarrollado en aquellos meses una actividad político- diplomática al más alto nivel, paralela a sus tareas como agregado cultural, y que aquélla le sirvió para granjearse una posición de máxima cercanía y complicidad con el presidente Stroessner. Esto terminaría por generar serias dificultades en su relación con el que era su superior, el embajador de Gregorio, que a finales de 1956 se tornarían en fuertes desavenencias. Este enfrentamiento obligó a forzar la salida temporal de Giménez Caballero del Paraguay. Además, eran dos agentes del régimen con características ideológicas y profesionales distintas, que se hicieron notar.

A finales de enero de 1956 Giménez Caballero viajó a Brasil, y después a España, deteniéndose por un tiempo su presencia en Asunción, aunque no su actividad sobre Paraguay, que continuó desde Madrid.


Quejas del embajador González de Gregorio sobre Giménez Caballero


En el origen del enfrentamiento entre Gregorio y Giménez se ha planteado la posibilidad de que existieran rencores internos propios de la pluralidad ideológica dentro del Movimiento. Giménez Caballero era fascista desde su juventud y un reconocido propagandista de Falange146, mientras que González de Gregorio era monárquico y tradicionalista, de familia requeté y de diplomáticos147. Si bien aquellas discrepancias ideológicas pudieron haberse mezclado en su relación profesional en Paraguay, el factor ideológico interno del franquismo no explica el fondo de este enfrentamiento.

Un elemento para tenerse en cuenta es que, en apenas unos meses de estadía en Asunción, Giménez Caballero había comenzado a armar una red de contactos y fieles amigos lo suficientemente nutrida como para hacerle sombra a su superior. Esto, independientemente de la familia o sector del Movimiento al que se perteneciera cada uno, conjugaba mal en un servicio diplomático.

Además, esa batalla interna no se dio solo en el escenario paraguayo. En marzo de 1956, Giménez Caballero se reunió en Madrid con Villacieros, un encuentro en el que muy probablemente salió a la luz la tensión creciente con Gregorio, así como el rol que jugaba, o debía jugar, Giménez en Asunción. La clave de aquel encuentro fue que Villacieros estuvo en esa ocasión a merced del habilidoso falangista y, como suele decirse, «atado de pies y manos ». En el telegrama de Giménez Caballero solicitando la reunión a Villacieros, el primero le escribe a su amigo de manera muy escueta: «Tengo el gusto de solicitarle una audiencia tras haber ya hablado con el Caudillo y el ministro». Esa misma semana Villacieros le atendió en su despacho148.

No está claro si por «ministro» Caballero se refería a Martín-Artajo o a Rubio García- Mina, que ya había sustituido a Ruiz-Giménez. En todo caso, siendo como eran Martín-Artajo y Ruiz-Giménez amigos íntimos149, ambos eran muy próximos a Giménez Caballero. Siendo Rubio también falangista, y teniendo en cuenta que el «ministro» de marras era un superior para el director de Relaciones Culturales, poco cambia en el diagnóstico. Lo más probable es que Villacieros escuchara más que hablara en aquella reunión con su subordinado destinado en Paraguay, máxime cuando Giménez no dependía directa o completamente de Exteriores.

Giménez Caballero había abandonado Asunción a finales de enero de 1956 para viajar a Brasil con motivo de la toma de posesión del presidente brasileño. De allí viajaría a España, según refiere González de Gregorio, «en uso del permiso que le ha sido concedido por el señor ministro de Educación Nacional para permanecer allí tiempo indefinido existiendo, según me dijo, la posibilidad de que no se reintegre a este puesto»150. Sin embargo, aquel «permiso indefinido» lo utilizaría Giménez Caballero para desarrollar gestiones de toda índole que después le permitirían volver al Paraguay, unos meses más tarde, con varios proyectos en mente para desarrollar en Asunción desde la Embajada española. Aquellos meses le sirvieron, sobre todo, para continuar estrechando lazos entre los gobiernos de Franco y Stroessner, con él mismo como pivote o bisagra de aquel vínculo151.

En aquella carta, pese a algunas notas elogiosas anteriores durante el año 1955 sobre la habilidad y el trabajo demostrados por Ernesto Giménez Caballero en Asunción. El embajador Gregorio deja entrever que no estaba predispuesto a cumplir las labores que, como agregado cultural, el embajador consideraba que debía realizar:

Indudablemente las actividades del Señor Giménez Caballero han sido beneficiosas para nuestra propaganda, pues son sobradamente conocidos sus méritos y elocuencia, habiendo logrado hacerse bastante popular e incluso formarse un grupo de seguidores. Sin embargo, su labor como agregado cultural no puede considerarse tan plenamente eficaz, pues si bien en aquellos casos concretos en que he solicitado su cooperación puso la mejor voluntad, lo hizo siempre con carácter circunstancial y limitado a la gestión concreta del momento. Cuestiones importantes tales como el funcionamiento y organización del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica, establecimiento de cursos en universidades y colegios, enseñanza del castellano en las escuelas, libros de texto, organización de la distribución de propaganda, folletos, etc., etc., no fueron objeto de permanente interés ni de su atención, más que en forma esporádica152.

Sorprende leer que Giménez Caballero no se estuviera interesando, por ejemplo, en aspectos como la propaganda de España en Paraguay o en la organización del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica, que años después parasitará y cooptará completamente. Esto solo puede explicarse, dando por buena la versión de Gregorio, si se asume que Giménez Caballero tenía su propia agenda en Asunción, y que ésta por decisión propia o por falta de tiempo eclipsaba su labor como agregado cultural.

Todos esos asuntos a los que se refiere la carta del embajador Gregorio formaban parte de algo que estaba en su mente de intelectual y propagandista hispano, pero no en su proyecto de crecimiento profesional y en su visión integral de lo que debía ser la acción exterior española en Hispanoamérica. En aquellos meses, probablemente GeCé dedicó más tiempo a establecer los contactos y a conformar la red de colaboradores, fieles y afines de toda índole que a las labores estrictamente correspondientes a su cometido como agregado cultural de la Embajada.

Giménez Caballero se movió con soltura entre la élite política, social e intelectual asuncena. Lo hizo con notable éxito, a tenor de los acontecimientos. De hecho, en sus informes a Madrid, se jactaba de ser un «factótum» en Asunción, donde aseguraba poder conseguir cuanto quisiera o necesitara, y hablar con cualquier miembro del Gobierno de cualquier tema que fuera necesario tratar. Cuando Giménez Caballero se traslada a Madrid en febrero de 1956 siguió en contacto con Gregorio, informando de su actividad desde España en pro de las relaciones con Paraguay. Mantuvo una intensa y estrecha relación con paraguayos afincados en el país153, seguramente muchos de ellos representantes o muy bien relacionados con el Gobierno de Stroessner.

Cuando el «permiso indefinido» que le había permitido regresar a Madrid tuvo que ser reconsiderado, Giménez Caballero ya estaba moviendo los hilos para intentar escoger bien su destino, y su puesto. En junio de 1956, desde Madrid, Giménez Caballero le indica a Martín-Artajo: «yo regresaré a mi Asunción, con Gregorio, si no dispones otra cosa»154, escribiendo con cierto desdén sobre su superior en Asunción. Lo hacía con desgana, entre otros motivos, porque entendía que en Asunción casi había «agotado lo cultural», como volverá a escribir al ministro de Exteriores unas semanas después, cuando le afirmó, en relación con su posible regreso a Paraguay, que «allí hay que desarrollar algo más»155. Lo que le exigía su embajador en Asunción no respondía a sus aspiraciones personales, como en aquellas mismas fechas le expresó Giménez Caballero a su amigo propagandista Fernando Martín-Sánchez Juliá, a quien escribe:

Empiezo a disponer mi regreso a Paraguay en circunstancias bien precarias […] y afrontar otra vez la separación de mi mujer y mis hijos, y hacer de soltero otra vez en Asunción donde el embajador lo es y el secretario lo es… Y ya vegetar. Mi plan grande, mi visión clara de lo que hablamos: nada. Mi embajador allí exige ir a la oficina mañana y tarde para hacer bien poco. Todo lo cultural ya lo rebasé allí. Pero lo prefiero porque me conocen y me estiman más que en mi país donde veo que valgo poca cosa…156.

Cuando finalmente se resolvió su regreso a Asunción, en el verano de 1956, Giménez Caballero había logrado que, pese a no poder ascender con otro destino donde tuviera un cargo mayor, o con otro cargo en Paraguay, su posición en Asunción fuese mucho más fuerte, merced a los contactos y proyectos que llevó desde Madrid157. Parece claro que Giménez Caballero aprovechó su estadía en España para desarrollar una labor que podríamos clasificar de diplomacia paralela, pues resulta muy improbable que informara demasiado de esta actividad al embajador en Asunción. Además, aprovechó sus redes de contacto personales en Madrid y en Asunción para posicionarse mejor. Quizá, aquellas gestiones de los meses centrales de 1956 le valieron a Giménez Caballero, a medio plazo, el puesto de máximo representante en la Embajada de Asunción, logrado apenas un año después, cargo que ostentaría más de una década.

Ya en Asunción, aquel impulso a su agenda propia, a su diplomacia paralela, estaba condenada al conflicto con el embajador Gregorio. El 28 de septiembre de 1956, el embajador paraguayo en Madrid, el general de división Emilio Díaz de Vivar, escribía a su canciller en Asunción, Raúl Sapena Pastor, informándole de que Giménez Caballero partía de Madrid hacia Asunción, donde llegaría el 1 de octubre. Lo hacía, según Díaz de Vivar, «designado Consejero Cultural a la Embajada de España en el Paraguay», y lo que es más importante, informaba el embajador paraguayo que «el señor Giménez Caballero, bien vinculado a las altas esferas oficiales, ha estado sondeando la posibilidad de una eficaz cooperación de España en el Paraguay, y tengo entendido que como resultado de sus gestiones ha de llevar interesantes proposiciones»158.

El conflicto interno en la legación española estaba ya servido, y los acontecimientos se sucedieron ciertamente rápidos. Poco quedaba a finales de 1956 de aquellas buenas palabras de José González de Gregorio sobre Ernesto Giménez Caballero al llegar a la Embajada en julio de 1955159. Las suspicacias del embajador a comienzos de 1956 por la supuesta falta de actitud de Giménez y la incomodidad por la autonomía de éste en Asunción, se tornaron amargas quejas a Madrid al regresar el agregado cultural después de su largo permiso de ese año.

Apenas dos semanas duró la paz caliente entre González de Gregorio y Giménez Caballero en Asunción. El 18 de octubre de 1956, el embajador envió una dura carta al ministro de Exteriores Martín-Artajo solicitando el cese inmediato del que, en teoría, era su agregado cultural, ya muy empoderado a estas alturas. En octubre de 1956, las propuestas e iniciativas que estaba gestionando Giménez Caballero excedían lo que eran las expectativas habituales de un agregado cultural, e incluso superaban las intenciones y acaso las posibilidades políticas de su embajador. La situación no resultó del agrado del superior, que con toda razón se sintió superado, y expresó así a Martín-Artajo los motivos por los que correspondía cesar a su agregado cultural:

Por la necesidad de mantener los principios de autoridad, orden y unidad esenciales para el buen funcionamiento de una Representación Diplomática, considerando también el importante aspecto de mantener el prestigio de la misma y especialmente el del Embajador ante el Gobierno160.

González de Gregorio asevera en esa carta que Giménez Caballero estaba causando mal efecto en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Paraguay por su independencia y sus movimientos paralelos a su propia Embajada. Utiliza unas palabras muy elocuentes para expresar lo más profundo de su incomodidad al hablar de una de las faltas de Giménez Caballero al decoro diplomático:

En dicha ocasión disculpé al Sr. G. Caballero debido al espíritu de independencia de que con frecuencia hacen gala los escritores y periodistas, pero advertí al agregado cultural en forma muy seria y categórica acerca de sus deberes y obligaciones destacándole su completa subordinación debida al Jefe de la Misión Diplomática161.

Las palabras fueron francamente duras, aunque las actuaciones o actitudes que las motivaron probablemente las justificasen, dentro de la lógica y el ordenamiento administrativo en un servicio estatal tan jerarquizado y protocolario como la diplomacia. La diferenciación que hace Gregorio en su carta entre lo que es Giménez Caballero, «escritor y periodista», y su cargo en la Administración del Estado, «agregado cultural», es definitoria del sentido del conflicto.

Además, la carta de González de Gregorio menciona que se habían producido en Madrid unas «instrucciones verbales» del mismo ministro Martín-Artajo en las que, implícitamente, se interpreta que al embajador en Asunción se le solicitó cierta ayuda para «contener» a Giménez Caballero en Asunción sin impedir su actividad. No hay que olvidar que la personalidad de Giménez Caballero convertía su actividad en un cierto riesgo comunicativo. No en vano, ya durante la Guerra Civil la mismísima Junta de Burgos, cuartel general de los sublevados durante la conflagración, le había prohibido hablar en público sin autorización162.

La relación de Giménez Caballero no solo resultaba conflictiva en el aparato diplomático profesional, sino que también su actitud había resultado «problemática» en Falange163. Lo fue hasta el punto de motivar su depuración en el partido, que no terminó de llevarse a efecto, en el marco de la desfascistización de Falange. El proceso de enjuiciamiento de Ernesto Giménez Caballero por parte del Tribunal Depurador de Jerarquías, creado en 1942, es a la fecha muy poco conocido y menos explicado, al no constar su expediente de depuración en el Archivo Arrese164. A pesar de todo, a las luces del trabajo que después fue capaz de realizar para el régimen en Paraguay, parece que su ideología y sus formas todavía tenían un lugar en el escenario internacional de la Guerra Fría, aunque tuviera que ser en Paraguay.

No resulta difícil de imaginar que Martín-Artajo fuese consciente de que la actividad de Giménez Caballero podía ser beneficiosa para el régimen en varios sentidos. Al mismo tiempo, de que sus ideas, sus actitudes y sus formas, poco diplomáticas en el sentido profesional del concepto, podrían llegar a causar algún problema allí donde éste hablara o interviniera. Es posible que esto le motivase a encomendar a Gregorio, mediante instrucciones verbales y no por escrito, que vigilara y domeñase a su agregado, cuando la intuición y conocimiento del diplomático de carrera lo estimase oportuno.

El 24 de octubre de 1956, Villacieros certifica al director de Política Interior el cese de Giménez165, pero no explicita que es cesado por solicitud de su embajador, ni se mencionan las causas de fondo de la decisión. Se informa de que cesa «por haber sido designado para desempeñar el mismo cargo en la embajada de España en Río de Janeiro»; esta era una fórmula de cortesía habitual166, que en este caso adquiere mayor relevancia dadas las circunstancias. Tras su cese, Giménez Caballero le indica a Villacieros el pesar que tiene por dejar un Paraguay donde, en sus propias palabras, «están conmovedores los paraguayos conmigo, que se han sentido interpretados a fondo»167.

Aquello puso solución al problema, enviándose a Giménez a un destino elegido por él, Brasil, donde se encontraba como jefe de Misión Tomás Suñer Ferrer, a quien ya conocía168, quien era un «buen amigo, de años», en sus propias palabras169. Así describió en sus memorias Giménez Caballero su salida de Asunción en 1956:

Una mañana —estando de Agregado Cultural, 1956, en Asunción— me llamó el Embajador, un diplomático solterón muy calvo y que por flotarle con el viento un largo mechón en forma de coleta le llamaban algunos El Chino. Hablaba con tono levemente gangoso, y sin andarse con rodeos protocolarios me comunicó haber pedido al ministro Artajo prescindiera de mí o me trasladara.

— ¿Por qué, Embajador?

— El Gobierno, y el Presidente sobre todo, le atienden a usted más que a mí, y eso no es tolerable.

Le hubiera respondido que debería premiarme, pero a los pocos días salía trasladado a Río de Janeiro170.

Veinte años después del episodio, el menosprecio en la descripción de su embajador deja claro que el desafecto fue mutuo y hondo. Sin embargo, es improbable que Gregorio le contestara eso aunque solo fuera por orgullo, o al menos con esas palabras, aunque lo pensase. Aunque fuera cierto que le explicó a Giménez su cese, probablemente adujo los mismos motivos que Gregorio había dado al ministro Artajo: indisciplina y la falta de decoro o rigor diplomático, apelando a «principios de autoridad, orden y unidad esenciales»171.

Lo que menos convencía a Giménez Caballero del destino en Río era que allí tenía «escasa situación y vida cara». Además de que en aquella legación había exalumnos suyos de Periodismo y «sería deprimente estar peor que ellos»172, esto habla de su fuerte orgullo y vanidad. En el fondo, Giménez Caballero nunca dejó de desear, quizá sí dejó de esperarlo, un puesto a su altura intelectual y de su compromiso con Franco. En noviembre de 1956 se gestionó desde Exteriores el cambio de destino173, aunque Giménez Caballero siguió dependiendo de Educación174. Cesó formalmente en Asunción el 31 de enero de 1957,175 y pasó a Brasil como agregado cultural de Suñer Ferrer en Río de Janeiro.


Desenlace del conflicto: de superior a superado


Aquel exilio de Giménez Caballero en Río fue solo temporal, y desde su misma partida de Asunción ya se estaba fraguando su regreso al Paraguay. El día de la despedida en el aeropuerto, a Giménez lo acompañaron el jefe de protocolo y el secretario oficial de Stroessner, Raúl Nogués, quien le anticipó que tendría noticias de ellos más adelante176, como así terminó siendo. A finales de 1957, y a petición del propio presidente Alfredo Stroessner, Giménez Caballero fue nombrado embajador de España en Asunción; según indicó el embajador paraguayo en Madrid Emilio Díaz de Vivar, en carta desde Asunción del 27 de noviembre, «ninguna persona tendría tanta aceptación del presidente de la República como el Sr. Giménez Caballero»177.

El nombramiento de Giménez Caballero como nuevo embajador en Asunción fue dispuesto en el Consejo de Ministros del 23 de diciembre de 1957, aunque su plácet diplomático se había solicitado a Paraguay un par de días antes178. El día 24 de diciembre, el ministro de Exteriores español, por entonces ya Fernando Castiella, que llevaba unos meses en el cargo tras sustituir a Martín-Artajo, invitó a su despacho al encargado de negocios paraguayo en Madrid, al estar el embajador de vacaciones. Allí le informó de manera oficial del nombramiento, antes incluso de notificárselo a los propios interesados, por lo que le pidió discreción, por aquellas mismas fechas Gregorio ya había regresado a Madrid179.

Giménez Caballero había tenido muy buena relación con el anterior ministro de Exteriores, Martín-Artajo, pero también la tuvo con Castiella. En sus memorias se refiere a él cariñosamente como «el inolvidable Castiella»180, para él, que el miedo al olvido era tan importante181, ese calificativo es muy relevante. De hecho, según refiere Villacieros en sus memorias, Castiella «quería en lo cultural una política mucho más integrista y enérgica»182, y eso allanaba la elección para cargos relevantes de un hombre como Giménez Caballero, a pesar de sus ideas nostálgicas o trasnochadas. Además, el Gobierno español confiaba con aquella designación en Asunción agradar al Gobierno paraguayo, concediendo el puesto a solicitud del mismo Stroessner, a sabiendas de que el Gobierno paraguayo tenía mucho interés en ese nombramiento y que cursaría el plácet diplomático de manera inmediata183. No era, por otra parte, un destino especialmente deseado por los diplomáticos de carrera.

En aquellas conversaciones de diciembre de 1957 entre el encargado de negocios paraguayo y el ministro de exteriores español también salió a la luz el conflicto de los dos protagonistas de este texto. Según indicó Castiella a Silva, «lo que a su parecer había pasado entre el embajador Gregorio y el Señor Giménez Caballero fue un cierto celo del superior con respecto al subalterno, a quien veía cobrar mayores simpatías», y le restaba importancia afirmando al diplomático paraguayo que «lo consideraba un rozamiento sin mayor trascendencia»184. Sin duda lo era dentro del tamaño de un servicio exterior español ocupado entonces en asuntos internacionales mucho más importantes que la representación en aquella pequeña república latinoamericana. Sin embargo, la elección de Giménez Caballero como embajador en Asunción tuvo después una importancia capital en el estado de las relaciones hispano-paraguayas de la Guerra Fría.

Lo cierto es que las palabras de Castiella, sin dejar de faltar a la realidad, probablemente pretendían también diluir aquel conflicto y evitar el deterioro de imagen del servicio exterior español. No obstante, cuando el enfrentamiento tuvo su máxima ebullición, desde finales de 1955 hasta finales de 1956, Fernando Castiella no estaba al frente de Exteriores ni estaba en el Consejo de Ministros, por entonces ocupaba el cargo de máximo representante ante la Santa Sede. Probablemente su conocimiento del enfrentamiento vino ya rebajado de tensión por tratarse de una anécdota contada y pasada.

Sea como fuere, y pese a que el conflicto no llegó a mayores ni tuvo recorrido posterior, hasta donde se sabe, para los dos directos implicados probablemente no significó «un rozamiento sin mayor trascendencia». De hecho, en la diplomacia española es habitual la fórmula de cortesía por la que el cese de un diplomático se oficializa en el Boletín Oficial del Estado con la expresión «cesa por pase a otro destino»185, y en el caso de José González de Gregorio, al salir de Asunción en enero de 1958, esa fórmula no aparecerá recogida en el BOE186. Todos los demás ceses informados en esa misma página del BOE incluyen esa fórmula de cortesía.

Y esa falta de cortesía se produjo a pesar de que, al menos desde el 2 de enero, estaba decidido, ordenado y notificado que José González de Gregorio pasara a ocupar un nuevo cargo en el Consulado General en Amberes187, de modo que no había razón para no haber empleado la fórmula también en su caso. De hecho, para mayor humillación, en la misma página del BOE del 4 de enero de 1958 aparece recogida también la designación de Giménez Caballero como embajador en Asunción, tan solo unas líneas después del cese sin honor de González de Gregorio. Podría uno preguntarse si Giménez Caballero no copió, enmarcó y colgó aquella página en la pared de su despacho de la Embajada de España en Asunción.

Las diferencias en la elección de las fotografías del diario Patria, vocero del régimen stronista, para dar las noticias sobre la toma de posesión de González de Gregorio en 1955 y de Giménez Caballero en 1958 resultan particularmente elocuentes (Figura 1 y Figura 2).


Figura 1. Presentación de credenciales de González de Gregorio a Stroessner, 1955
Figura 1. Presentación de credenciales de González de Gregorio a Stroessner, 1955

Fuente: Patria, 5 de marzo de 1955.


Figura 2. Presentación de credenciales de Giménez Caballero a Stroessner, 1958
Figura 2. Presentación de credenciales de Giménez Caballero a Stroessner, 1958

Fuente: Patria, 11 de marzo de 1958.

La cercanía entre Stroessner y GeCé al principiar 1958 quedaba ya patente en la misma fotografía de la presentación de credenciales en marzo de ese año, una amistad de la que el diario Patria quiso dejar evidencia, y que además se fortalecería con el paso de los años. No debe olvidarse que «el protocolo de acreditación forma parte del ceremonial de la política internacional » contemporánea, y que esa aceptación del plácet corresponde a la Jefatura del Estado de destino del representante, de modo que «la condición diplomática es instrumental» y «el proceso de acreditación es de ida y vuelta»188.

La importancia de la cercanía y la confianza entre el embajador recibido y el jefe del Estado receptor no son contingentes ni coyunturales, sino que se encuentran en la esencia misma del buen quehacer en el oficio diplomático. En el caso de las relaciones hispano-paraguayas durante la representación de Giménez Caballero, apenas en algunas ocasiones la buena sintonía entre Stroessner y el embajador español, así como entre el régimen franquista y el stronista, tuvo alguna fisura, generalmente motivada por un contexto internacional complejo189, siendo por lo general muy productiva para todos los interesados.

Ernesto Giménez Caballero ha sido un personaje al que la historia ha tratado mal en un sentido. En contra de su mayor deseo, fue relativamente ignorado, teniendo en cuenta sus expectativas de juventud, durante buena parte de su vida, y ha sido bastante olvidado tras su muerte. Aunque últimamente está resurgiendo el interés por el personaje a ambos lados del Atlántico, como atestiguan los recientes trabajos de Enrique Selva Roca190, autor también de una biografía del personaje como ya se indicó; Figallo191; Castro192; Quintana193; Sansón194; Tamayo195, o Thomàs196. Álvarez Chillida, valorando lo que fue la carrera política de Giménez Caballero, concluye que ésta tuvo «una pobre cosecha de resultados»197.

Sin embargo, este episodio en la Asunción de los años cincuenta, y lo que fue su actuación posterior como embajador de Franco en Paraguay nos obligan a matizar, al menos para su papel como diplomático, esa «pobre cosecha» que es indiscutible en su rol como político e intelectual del régimen. No en vano, la historiadora española Rosa Pardo señalaba en 2016 que la etapa de Giménez Caballero en el Paraguay del general Stroessner constituye «un caso interesante» a estudiar198.


Conclusiones


Se ha descrito y analizado la tensión surgida entre 1955 y 1958 en la legación española de Asunción entre el embajador José González de Gregorio y el diplomático y propagandista falangista Ernesto Giménez Caballero. Asimismo, se han explicado los condicionantes que determinaron la naturaleza de ese conflicto y el contexto interno en que se produjo, así como las características biográficas de ambos protagonistas, que también pudieron tener alguna incidencia en el enfrentamiento. Además, se ha analizado el distinto rol o posición que ambos tenían en Asunción y su relación con el gobierno paraguayo, en especial con el presidente Alfredo Stroessner, en la convicción de que estos vínculos fueron relevantes en el desenlace del encontronazo interno entre ambos.

Una de las conclusiones, al margen de la disputa con González de Gregorio, es que el régimen español, y particularmente Franco, encontró en Paraguay el lugar ideal para Ernesto Giménez Caballero, convertido en un jarrón chino a finales de los cincuenta para el franquismo. Obsesionado con su visión conjunta, integral, imperial, de lo que debía ser la acción exterior del Estado español. Probablemente eran escasas las legaciones donde un reconocido intelectual fascista como Giménez Caballero, propagandista durante la Guerra Civil Española, con ese discurso en parte neocolonial, anticuado incluso a los ojos de los diplomáticos españoles coetáneos, y con esa tendencia a destacar y llamar la atención, habría tenido encaje político en una España ya incorporada a la ONU y con la mirada puesta en la inserción en Europa.

Darle acomodo interno en puestos de mucha visibilidad era algo que quizá ya no pasaba por la cabeza de Franco ni de sus principales ministros, aunque parece que aún tenía el apoyo del Caudillo y cierto aprecio dentro del Consejo de Ministros199. Al mismo tiempo, probablemente varios de los miembros del régimen eran conscientes de que le debían a Giménez Caballero una salida profesional honrosa, por los servicios prestados y por haber sido durante la guerra, antes, y después, uno de los suyos sin el menor género de dudas. Teniéndole lejos, además, evitaban que produjera problemas en otros ámbitos de la administración española.

Paraguay se presentó como un lugar ideal que solucionaba al menos tres asuntos. Primero, compensar a Giménez Caballero con una posición a la altura de su nivel intelectual y de su compromiso con el Movimiento. Devolverle a su puesto como maestro nacional hubiera sido un golpe muy bajo, mientras que los puestos en el Gobierno tenían que dejar de tener a reconocibles fascistas a la cabeza, y en un puesto de segundón habría sido una piedra en el zapato para cualquier ministerio.

Segundo, ubicarle allí donde no entorpeciera políticamente el proceso de apertura internacional del régimen, en aquel lejano Paraguay, un país con escasísimos contactos con Europa, y junto a otro dictador personalista, militar y anticomunista, que ya hacía suficiente ruido autoritario por sí solo.

En tercer lugar, esta solución permitía aprovechar la coyuntura para fortalecer de manera óptima las relaciones con un país con el que, si bien las relaciones eran buenas, no necesariamente habrían sido tan estrechas como lo fueron desde mediados de los cincuenta. Giménez Caballero fue embajador durante más de una década, aprovechando para el régimen español su actividad en un Paraguay que aparentemente tenía poco que ofrecer, y en el que los diplomáticos españoles no habían mostrado mucho interés.

Por el camino, el enfrentamiento se cobró la satisfacción y la gratitud hacia José González de Gregorio. Su salida se produjo hasta cierto punto de manera humillante, y se podría decir que casi fue premiada, o al menos obviada en última instancia, la deslealtad y desobediencia de Giménez Caballero hacia su embajador. Que GeCé no abandonara su función en Paraguay hasta no poder retrasar administrativamente por más tiempo su jubilación, invita a pensar que el régimen encontró para él el lugar idóneo, junto un Alfredo Stroessner que lo terminaría visitando oficialmente en julio de 1973200.

Durante su estancia en Paraguay simultaneada con el embajador González de Gregorio, Giménez Caballero probablemente entendía, y solo hasta cierto punto acataba, que Gregorio era el embajador diplomático oficial del Estado español en el país. Sin embargo, era él el embajador del régimen, quien llevaba y debía transmitir al Paraguay los principios morales y políticos encarnados por la España de Franco, quien representaba los intereses y el valor cultural de la hispanidad ante Paraguay.

Este es un punto interesante que podría abrir otras líneas de reflexión sobre este y otros sujetos de la diplomacia franquista en América Latina. En el sentido que incursiona en uno de los aspectos que Karl Schweizer y Matt Schumann proponían hace unos años como nuevos posibles caminos de los historiadores de la diplomacia y sus agentes: «Hay mucho por hacer acerca de las comunidades que los diplomáticos y ministros imaginaron que representaban, como también con las construcciones y discursos que emplearon para representar esas comunidades imaginadas»201. No era lo mismo representar a España que a Franco, como no era lo mismo representar al Estado español o al Régimen, que entonces controlaba y dirigía sus instituciones.

La visión imperial de la imagen de España y de la hispanidad que tenía Falange fue permanente en el pensamiento de Giménez Caballero202 y esto tuvo también un cierto impacto en su comportamiento como diplomático durante el franquismo que conviene ponderar. Quizá sirva pensar en la definición de diplomacia ofrecida por James Der Derian, como «la mediación del extrañamiento entre individuos, grupos o entidades»203, una definición que a todas luces complejiza y amplía mucho la concepción del fenómeno de la diplomacia. Definida de este modo, y al margen de otras consideraciones, en lo que aquí nos compete. Entonces, la mediación de actores o grupos con diferentes niveles o concepciones del extrañamiento hacia los otros, con los que se relaciona diplomáticamente, no tendría que estar determinada únicamente por la adscripción a un mismo régimen político o la pertenencia a un mismo Estado, adquiriendo también cierto peso los factores emocionales, personales, o de relación social y experiencia vital.

La victoria militar en la Guerra Civil enseñó a falangistas y tradicionalistas que la Unificación era un instrumento fundamental para conseguir objetivos. Entre 1943 y 1945, la deriva de la guerra mundial aceleró un proceso de desenganche político del Eje que llevó a la Falange a perder toda perspectiva de influencia dentro del régimen en su acción exterior. Franco intentó utilizarla como baza de estabilidad en la política interior, al considerar relativamente arriesgado un declive definitivo del poder falangista en el juego de contrapesos que aseguraban su poder personal.

Por eso mantuvo una fantasmal Falange Exterior que apenas tuvo resonancia en el extranjero y que se dedicó más bien al asesoramiento político y cultural dentro del reducido y básico servicio diplomático español204, aunque estuvieran deseosos de afianzar la dimensión internacional del partido205. Para finales de 1945, el que más había aprendido era Franco, que de hecho «había aprendido mucho, lo suficiente para saber aprovechar los movimientos de los demás»206. A la altura de 1957, Franco sabía lo necesario como para intuir que Giménez Caballero le haría mejor servicio, y le enredaría menos entre las filas del régimen, antes en Paraguay que en ningún otro lugar. Allí lo dejó hasta que hubo que jubilarlo en 1970 a la fuerza, de hecho.

El episodio que aquí se ha recorrido puede entenderse como una rémora anacrónica de aquella histórica unificación de 1937, poniendo de relieve algunas de las diferencias ideológicas internas que aún existían en el régimen franquista. Sin embargo, lo que realmente manifestó aquel conflicto entre González de Gregorio y Giménez Caballero fue la importancia que tienen los egos, el orgullo, los intereses o las ambiciones en el ámbito diplomático. Con todo, entre 1955 y 1958, el enfrentamiento personal que tuvo lugar en Paraguay entre José González de Gregorio y Ernesto Giménez Caballero seguro que produjo en sus pensamientos resonancias de una unificación imperfecta, como un eco de aquellos días de abril de 1937.

A partir de 1958, nombrado embajador en Asunción, Giménez Caballero tuvo la oportunidad de poner a prueba su diagnóstico: en una carta a Martín-Artajo en mayo de 1956, Giménez Caballero señalaba que «necesitamos allí gente que haya vivido América y ‘pensado’ América. Es ya lo que nos queda. Hay que volcarnos allá»207. Él fue uno de esos enviados allá y, ciertamente, esa apuesta le terminaría saliendo bien al régimen. Probablemente, Giménez Caballero vivió sus mayores días de gloria personal y profesional, acabada la Guerra Civil, durante sus años al frente de la legación española en Asunción.

Además, el estudio de este caso permite dar cuenta de la importancia de la personalidad y las emociones o intereses concretos y privados de los diplomáticos para explicar sus comportamientos durante el ejercicio de su cargo. Las fricciones entre representantes pueden llegar a resultar tan relevantes como la conjunción de los intereses de todas las partes implicadas a la hora de explicar el desarrollo de los acontecimientos: ¿Habría sido Ernesto Giménez Caballero embajador de España en Paraguay durante doce años de no haber actuado de manera tan independiente a su superior entre 1954 y 1957? No corresponde al historiador dar respuesta a ese contrafacto, pero sí parece claro que en esos años de tensiones internas Giménez Caballero acumuló una buena carga de afectos y amistades en el régimen paraguayo que utilizó a su favor, empezando por la del propio dictador paraguayo.

Además, el concepto de refuerzo, o bolstering, permite interpretar cómo la repetición de un comportamiento puede deberse a la magnificación de las ventajas de la decisión tomada frente a otras posibles alternativas no escogidas por el decisor208. Esto puede ser útil para explicar comportamientos posteriores de Ernesto Giménez Caballero desde su posición de embajador en Asunción. Aunque no corresponde aquí, huelga decir que durante su actividad como embajador en Paraguay viajó muy a menudo a otras repúblicas latinoamericanas, donde también generó suspicacias e incomodidades entre los embajadores españoles en esos otros países. Justamente por una injerencia desmedida, o una actitud independiente, impropia de las reglas internas de la diplomacia.

Antonio Villacieros habla en sus memorias de ciertos «casos bochornosos» por la manera en que España eligió sus embajadores, sin mencionarlos, cargos que en su opinión no deberían ser «de fuera de la carrera diplomática», al menos en el caso de los máximos representantes209. Es muy probable que cuando escribió aquellas líneas a comienzos de los años ochenta, siendo ya octogenario, se acordara de Ernesto Giménez Caballero, que también vivía entonces, y de su nombramiento como embajador en Asunción. Seguramente tampoco pudo evitar acordarse de la humillación a su colega de profesión y amigo José González de Gregorio.



* Realiza un doctorado sobre la historia de las relaciones hispano-paraguayas de la Guerra Fría en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Graduado en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid (España) y magíster en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Asunción (Paraguay). Pertenece al Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH) y a la Comisión Española de Historia de las Relaciones Internacionales (CEHRI). Forma parte del grupo de investigación "Conflictos y relaciones internacionales en el mundo actual: análisis histórico" (CORIACTUAL, UAM) y al "Grupo de Investigación en Relaciones Internacionales" (GERI, UAM).


1 Un estado de la cuestión sobre la historia de las relaciones hispano-paraguayas puede leerse en: Eduardo Tamayo Belda, «Historia e investigación de las relaciones entre España y Paraguay: un estado de la cuestión», en Vínculos culturales entre España y Paraguay desde la historia y la literatura, ed. por Eduardo Tamayo Belda, Eduardo (Madrid: Ediciones UAM, 2023), 9-72.

2 Kenneth Weisbrode, Old Diplomacy Revisited: A Study in the Modern History of Diplomatic Transformations (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2014).

3 Carlos Sanz, «Agentes, redes y culturas. Senderos de renovación de la historia diplomática», en Pensar con la Historia desde el siglo XXI, coord. Pilar Folguera et al. (Madrid: Ediciones UAM, 2015), 687-706.

4 Brunello Vigezzi, «Teóricos e historiadores de las relaciones internacionales. Discusiones y perspectivas», en Todo imperio perecerá. Teoría sobre las relaciones internacionales, dir. Jean Baptiste Duroselle (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1998), 440.

5 José Luis Neila, «La Historia de las Relaciones Internacionales: Notas para una aproximación historiográfica», Ayer 42 (2001): 25-26.

6 Juan Luis Manfredi, Diplomacia. Historia y presente (Madrid: Síntesis, 2021), 54.

7 Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle, Introducción a la historia de las relaciones internacionales (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2000), 446.

8 Laurence Badel, Écrire l’histoire des relations internationales. Genèses, concepts, perspectives. XVIIIe-XXIe siècle (Malakoff, París: Armand Colin, 2024), 140-149.

9 Badel, Écrire l’histoire…, 150-161.

10 Barbara H. Rosenwein y Riccardo Cristiani, What is the History of Emotions? (Cambridge: Polity Press, 2018).

11 Vamik D. Volkan, Psicología de las sociedades en conflicto. Psicoanálisis, relaciones internacionales y diplomacia (Barcelona: Herder, 2018), 9.

12 Ver, por ejemplo: Rubén Herrero de Castro, La realidad inventada. Percepciones y proceso de toma de decisiones en Política Exterior (Madrid: Plaza y Valdés Editores, 2006); Volkan, Psicología…

13 Jean Baptiste Duroselle, «Segunda Parte: el estadista», en Introducción a la historia de las relaciones internacionales, Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2000), 283.

14 Robert Frank, «Penser historiquement les relations internationales», Annuaire français de relations internationales IV (2003), 64. El original está en francés, la taducción es del autor de este artículo.

15 Duroselle, «Segunda Parte: el estadista», 283.

16 Duroselle, «Segunda Parte: el estadista», 406.

17 Karl W. Schweizer y Matt J. Schumann, «The Revitalization of Diplomatic History: Renewed Reflections», Diplomacy & Statecraft 19, n.º 2 (2008): 149-186.

18 Frank, Robert, dir., Pour l’histoire des relations internationales (París: Presses Universitaires de France, 2012).

19 Badel, Écrire l’histoire…

20 María Dolores Elizalde Pérez-Grueso, «Diplomacia y diplomáticos en el estudio actual de las relaciones internacionales», Historia Contemporánea 15 (1996): 44-45.

21 Pierre Jardin, «Groupe, réseau, milieu», en Pour l’histoire des relations internationales, dir. por Robert Frank (París: Presses Universitaires de France, 2012), 511-512.

22 Jardin, «Groupe, réseau, milieu», 512-514.

23 Pierre Guillen, «La puissance et le pouvoir: facteurs internes et facteurs externes dans la vie politique», en Pour l’histoire des relations internationales, dir. Robert Frank (París: Presses Universitaires de France, 2012), 217-229.

23 Pierre Guillen, «La puissance et le pouvoir: facteurs internes et facteurs externes dans la vie politique», en Pour l’histoire des relations internationales, dir. Robert Frank (París: Presses Universitaires de France, 2012), 217-229.

24 No confundir con el profesor francés del mismo nombre, Robert Frank, especialista en la teoría y la historia de las relaciones internacionales.

25 Robert H. Frank, Passions within Reason. The Strategic Role of Emotions (Nueva York: W.W. Norton, 1988), 11.

26 Herrero, La realidad…, 118.

27 Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, Diplomacia franquista y política cultural hacia Iberoamérica. 1939-1953 (Madrid: CSIC, 1988), 126. 118.

28 AGA-82.11230.

29 El carácter propagandista de Giménez Caballero queda perfectamente expuesto a lo largo de la obra: Luis Castro, «Yo daré las consignas». La prensa y la propaganda en el primer franquismo (Madrid: Marcial Pons, 2020).

30 A la fecha, la principal biografía de Giménez Caballero: Enrique Selva Roca de Togores, Ernesto Giménez Caballero, entre vanguardia y fascismo (Valencia: Pre-Textos, 2000). También se recomienda una reciente obra que aborda el personaje, entre otros aspectos analizando la cronología de sus años paraguayos: Alberto Quintana, El fascista estrafalario (Madrid: Bubok, 2021).

31 Para contextualizar la política exterior franquista hacia América Latina en este periodo y las lógicas internas del régimen en su dimensión iberoamericana se recomiendan varios trabajos: Delgado Gómez-Escalonilla, Diplomacia…; Rosa Pardo, ¡Con Franco hacia el Imperio! La política exterior española en América Latina. 1939-1945 (Madrid: UNED, 1995); Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, Imperio de papel. Acción cultural y política exterior durante el primer franquismo (Madrid: CSIC, 1992); Isidro Sepúlveda, El sueño de la Madre Patria. Hispanoamericanismo y nacionalismo (Madrid: Marcial Pons, 2005); Julio Gil, La política exterior del Franquismo (Barcelona: Flor del Viento Ediciones, 2008).

32 Así lo afirma Ramón Serrano en sus memorias: Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue. Memorias (Barcelona: Planeta, 1977), 186.

33 Florentino Rodao, «Relaciones Hispano-Japonesas, 1937-1945» (tesis doctoral, Universidad Complutense de Madrid, 1993).

34 José Luis Neila Hernández et al., Historia de las relaciones internacionales (Madrid: Alianza, 2019), 171-172.

35 Odd Arne Westad, La Guerra Fría. Una historia mundial (Barcelona: Galaxia Gutemberg, 2018), 361 y 368-370.

36 Westad, Guerra Fría…, 361-366.

37 Para un abordaje general de la historia de las relaciones internacionales paraguayas se recomienda la obra básica de Ricardo Scavone y Liliana M. Brezzo, de las Relaciones Internacionales del Paraguay (Asunción: El Lector/Abc Color, 2010).

38 En un reciente trabajo de Brezzo y Scavone se hace un extenso y nutrido repaso sobre el estado de la cuestión de la historia de las relaciones internacionales del Paraguay, en el cual se profundiza también en el caso específico de la historiografía de las relaciones paraguayo-estadounidenses: Liliana M. Brezzo y Ricardo Scavone, «La historia de las relaciones internacionales en el Paraguay: notas para un balance historiográfico», Revista Historia Autónoma 25 (2024): 36-60.

39 Tamayo Belda, «Historia e investigación de las relaciones entre España y Paraguay: un estado de la cuestión».

40 Andrew Nickson, La Guerra Fría y el Paraguay (Asunción: El Lector / Abc Color, 2014), 33-39.

41 Bernardo Coronel, Breve interpretación marxista de la historia paraguaya (1537-2011) (Asunción: Arandurã / Base IS, 2011), 174.

42 Nickson, La Guerra Fría…, 35.

43 Frank O. Mora y Jerry W. Cooney, El Paraguay y Estados Unidos (Asunción: Intercontinental, 2009), 165-204.

44 Misael Arturo López, «Cuando Marte se cruza con Mercurio: las relaciones económicas de España con Estados Unidos desde la guerra civil española hasta el nuevo orden de posguerra», en Alianzas y propagandas durante el primer franquismo, coord. por Encarnación Lemus y Manuel Peña (Barcelona: Ariel, 2019), 55.

45 López Zapico, «Cuando Marte se cruza con Mercurio», 95.

46 Nickson, La Guerra Fría…, 33.

47 Eduardo Tamayo Belda, «Franco y Stroessner, el reflejo de la dictadura a ambos lados del Atlántico», en Imágenes y percepciones. La inserción de España en el mundo actual, coord. José Luis Neila Hernández y Pedro Martínez Lillo (Madrid: Sílex, 2021), 485-507.

48 BOE, del 9 de agosto de 1951, pp. 3761-3762.

49 Efe, «Inauguración del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica», ABC, 14 de octubre de 1949, 1.

50 AGA-82.11230.

51 AGA-82.11230.

52 José Mario Armero, La política exterior de Franco (Barcelona: Planeta, 1978), 158; Pardo Sanz, ¡Con Franco hacia…, 310-337.

53 AGA-82.04164.

54 Delgado Gómez-Escalonilla, Diplomacia…, 126.

55 Tamayo Belda, «Franco y Stroessner, el reflejo de la dictadura a ambos lados del Atlántico».

56 Andrew Nickson, «El régimen de Stroessner», en Nueva historia del Paraguay, ed. por Ignacio Telesca (Buenos Aires: Sudamericana, 2020), 297-300.

57 AGA-12.04103; Castro, «Yo daré…, 199-200.

58 Tamayo Belda, «Franco y Stroessner, el reflejo de la dictadura a ambos lados del Atlántico».

59 Tomás Sansón Corbo, «Entre cruzadas y mesianismos. Alfredo Stroessner, Francisco Franco y la legitimación histórica», Cuadernos de Historia. Serie economía y sociedad 26/27 (2021): 277.

60 BOE, del 18 de septiembre de 1955, p. 5687.

61 BOE, del 22 de marzo de 1954, p. 1710.

62 Redacción, «Ha fallecido en Madrid el Marqués de la Torrehermosa», ABC, 25 de noviembre de 1954, 38.

63 Silvio Adalberto Codas Friedmann, La pelota con picho (Asunción: Servilibro, 2002), 27.

64 Jesús Ruiz, Madre de ciudades, la del no me acuerdo y la del no sé (Asunción: Servilibro, 2016), 27-28.

65 Nickson, «El régimen de Stroessner», 319-321.

66 Aníbal Orué, Estudios sobre el Stronismo en el Paraguay (Asunción: Arandurã, 2024), 23-28.

67 Coronel, Breve interpretación…, 178.

68 Sobre la aparición y despliegue de ideas fascistas en Paraguay se recomiendan la obra clásica de Alfredo Seiferheld, Nazismo y fascismo en el Paraguay. Los años de la guerra 1936-1945 (Asunción: Servilibro, 2016); y el reciente capítulo de David Velázquez Seiferheld, «Los orígenes del fascismo en el Paraguay: desde la crisis del liberalismo a la Constitución de 1940», en Fascismos iberoamericanos, ed. por Gabriela de Lima Grecco y Leandro Pereira Gonçalves (Madrid: Alianza, 2022), 201-234.

69 Domingo M. Rivarola, Una Sociedad Conservadora ante los Desafíos de la Modernidad (Asunción: Ediciones y Arte Editores, 1991).

70 Ver: Benjamín Arditi, Adiós a Stroessner: la reconstrucción de la política en Paraguay (Asunción: CDE/RP Ediciones, 1992), 17-28; Nickson, «El régimen de Stroessner», 323-325.

71 Claudio J. Fuentes Armadans, La maldición del legionario. Cómo se construyó un estigma político autoritario en el Paraguay (Asunción: Tiempo de Historia, 2016), 148.

72 Fuentes Armadans, La maldición…, 148.

73 Fuentes Armadans, La maldición…, 148-149.

74 Tomás Sansón, «La historiografía liberal y la época de El Semanario. Una aproximación interpretativa», en Nación y Modernidad en Moldes de Plomo. La época de El Semanario de Avisos y Conocimientos útiles (1853-1868), ed. por Herib Caballero Campos y Carlos Gómez Florentín (Asunción: CONACYT / PROCIENCIA / UNA, 2018), pp. 41-56.

75 Matías Borba Eguren, «Carlos Pastore y la campaña internacional contra Higinio Morínigo (1942-1946)», Revista Historia Autónoma 25 (2024): 300-322.

76 Mariano D. Montero, «Soldado de la Hispanidad: Julio César Chaves y su giro hispanista (1956-1972)», Revista Historia Autónoma 25 (2024): 323-347.

77 IPCH, Cuatro años de labor del Instituto Paraguayo de Cultura Hispánica (1958-1963). Congreso de Instituciones Hispánicas. Madrid - 1963 (Asunción: Talleres Gráficos Emasa, 1963), página III.

78 Ver: «Joaquín Ruiz-Giménez Cortés», Real Academia de la Historia, acceso el 15 de diciembre de 2024, https://dbe.rah. es/biografias/5501/joaquin-ruiz-gimenez-cortes.

79 Ver: «Blas Piñar López», Real Academia de la Historia, acceso el 15 de diciembre de 2024, https://dbe.rah.es/biografias/9721/blas-pinar-lopez.

80 IPCH, Cuatro años…, 27-28.

81 Matías Borba Eguren, «Estrategias de militancia. El largo exilio de Carlos Pastore y el Partido Liberal paraguayo (1942- 1974)», Anuario de la Escuela de Historia Virtual 25 (2024): 61-93.

82 Montero, «Soldado de la Hispanidad: Julio César Chaves y su giro hispanista (1956-1972)».

83 Orué, Estudios sobre…, 116.

84 Nickson, «El régimen de Stroessner», 297-300.

85 Ernesto Giménez, Revelación del Paraguay (Madrid: Espasa-Calpe, 1958).

86 Eduardo Tamayo, «Nostalgia por el imperio y nacionalismo paraguayo: el pensamiento del embajador español Ernesto Giménez Caballero en Revelación del Paraguay», Historia y Sociedad 43 (2022): 141-180.

87 Domingo M. Rivarola y Guillermo Heisecke, Población, urbanización y recursos humanos en el Paraguay, (Asunción: CPES, 1969), 121.

88 Nickson, «El régimen de Stroessner», 323.

89 Alejandro Mazacotte, El Estado Paraguayo y la Corrupción (Asunción: edición del autor, 1994).

90 Nickson, «El régimen de Stroessner», 316-319.

91 Rivarola y Heisecke, Población, urbanización…, 187-190.

92 Nickson, «El régimen de Stroessner», 325.

93 Ruiz Nestosa, Madre de ciudades…, 73.

94 AGA-12.04103.

95 AGA-12.04103.

96 Redacción, «Presentó Ayer Credenciales al Jefe de Estado el Nuevo Embajador Español», La Tribuna, 5 de marzo 1955.

97 Julio Rodríguez, Historia de la literatura fascista española, tomo i (Madrid: Akal, 2008), 122.

98 AGA-12.04036.

99 Carlos García y Mª Paz Sanz Álvarez, eds., Gacetas y meridianos. Correspondencia: Ernesto Giménez Caballero y Guillermo de Torre (1925-1968) (Madrid: Iberoamericana, 2012), 337.

100 Ernesto Giménez, Memorias de un dictador (Barcelona: Planeta, 1979), 242.

101 AGA-82.12521.

102 Hasta mediados de 1955, la Dirección de Relaciones Culturales fue dirigida en este periodo por Luis García de Llera Rodríguez; después, en abril de 1955 pasó a manos de Antonio Villacieros Benito, y desde finales de 1957 la dirigió José Miguel Ruiz Morales.

103 Philip D. Webb, «O Paraguai como destino atípico da inmigración española; o caso dos galegos (1850-1960)» (tesis doctoral, Universidad de Santiago de Compostela, 2022), 302.

104 AGA-82.12521.

105 AGA-82.12521.

106 AGA-82.12521.

107 AGA-82.12521.

108 Juan Pablo de Lojendio e Irure era entonces embajador de España en La Habana entre 1952 y 1960. Ver: «Juan Pablo de Lojendio e Irure», Real Academia de la Historia, acceso el 15 de diciembre de 2024, https://dbe.rah.es/biografias/47363/juan-pablo-de-lojendio-e-irure.

109 Adela María Alija, «El control diplomático de la imagen de España en la prensa cubana de la década de los cincuenta», Revista Electrónica Iberoamericana 9, n.º 1 (2015): 11..

110 María Jesús Cava, «Juan Pablo de Lojendio e Irure (1906-1973). El balcón de las apariencias», en Cruzados de Franco. Propaganda y diplomacia en tiempos de guerra (1936-1945), coord. por Antonio César Moreno Cantano (Gijón: Ediciones Trea, 2013), 246..

111 Alija, «El control diplomático de la imagen de España en la prensa cubana de la década de los cincuenta»: 11.

112 Alejandra Noemí Ferreyra, «La acción propagandística a favor del Franquismo durante la Guerra Civil Española: la actuación de Juan Pablo Lojendio en Buenos Aires (1936-1939)», Páginas 8, n.º 16 (2016): 132-138.

113 Ferreyra, «La acción propagandística a favor del Franquismo durante la Guerra Civil Española», 137.

114 A pesar de los años, la obra de referencia sigue siendo el trabajo de Rosa Pardo Sanz, ¡Con Franco hacia…

115 Tamayo Belda, «Nostalgia por el imperio y nacionalismo paraguayo»; Ernesto Giménez, Genio hispánico y mestizaje (Madrid: Editora Nacional, 1965).

116 Sepúlveda, El sueño…, 173-175.

117 AGA-82.12521.

118 AGA-82.12521.

119 AGA-82.12521.

120 Antonio Villacieros fue jefe del Gabinete Diplomático del Régimen Franquista en diciembre de 1954, y posteriormente fue nombrado director general de Relaciones Culturales, cargo que ocupó desde abril de 1955 hasta diciembre de 1957. Ver: Real Academia de la Historia, «Antonio Villacieros y Benito», acceso el 15 de diciembre de 2024, https://dbe.rah.es/biografias/62966/antonio-villacieros-y-benito.

121 Seguramente se refiere a la palabra francesa cabotin, que en castellano puede traducirse como histriónico.

122 AGA-82.12521.

123 AGA-82.12521.

124 AGA-82.12521.

125 Se puede inferir su visión del asunto en su obra Revelación del Paraguay (1958), analizado en: Tamayo Belda, «Nostalgia por el imperio y nacionalismo paraguayo».

126 Armero, La política…, 156.

127 AGA-82.12521.

128 Fernando Olivié, La herencia de un imperio roto. Dos siglos en la historia de España (Madrid: Marcial Pons, 2016).

129 Giménez Caballero, Memorias…, 67-81.

130 Redacción, «Presentó Ayer sus Cartas Credenciales al jefe de Estado el Nuevo Embajador de España», Patria, 11 de marzo 1958.

131 AGA-82.12521

132 Giménez Caballero, Memorias…, 242.

133 AGA-82.12521.

134 AGA-82.12521.

135 AGA-82.12521.

136 AGA-82.12521.

137 Bridget M. Chesterton, «Aire acondicionado, ventiladores y heladeras en Paraguay durante la época de Alfredo Stroessner », en Historia del Paraguay. Nuevas perspectivas, ed. por Ignacio Telesca y Carlos Gómez Florentín (Asunción: Servilibro, 2018), 14-30.

138 AGA-12.04036.

139 Esta documentación revisada por Quintana, sita al menos hasta 2023 en dependencias de la residencia de la embajada de España en Asunción, corresponde no obstante a su etapa como embajador, a partir de 1958.

140 Quintana, El fascista…, 420.

141 AGA-82.12521.

142 AGA-82.12521.

143 AGA-82.12521.

144 AGA-82.12521.

145 AGA-82.12521.

146 Castro, «Yo daré…

147 Redacción, «Crónica de Sociedad», El Debate (Suplemento Extraordinario), 1 de julio de 1934; V. H., «In Memoriam: Aurelio José González de Gregorio», El Avisador Numantino (Soria), 4 de marzo de 1939.

148 AGA-82.12521.

149 Antonio Villacieros, Así vi mi tiempo. Recuerdos de un diplomático (Burgos: Dossoles, 2007), 182.

150 AGA-12.04036.

151 AMRE-DPD.561.

152 AGA-12.04036.

153 AGA-82.12521.

154 AGA-82.12521.

155 AGA-82.12521.

156 AGA-82.12521.

157 AMRE-DPD-561.

158 AMRE-DPD-561.

159 AGA-82.12521.

160 AGA-12.04036.

161 AGA-12.04036.

162 Joan Maria Thomàs, «Actas de las reuniones de la Junta de Mando provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936 al 30 de marzo de 1937», Historia Contemporánea 7 (1992): 350.

163 Thomàs, «Actas de las reuniones de la Junta de Mando provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936 al 30 de marzo de 1937», 94-95.

164 Thomàs, «Actas de las reuniones de la Junta de Mando provisional de Falange Española de las JONS celebradas durante el periodo 5 de diciembre de 1936 al 30 de marzo de 1937», 238-242.

165 AGA-82.12521.

166 Villacieros, Así vi…, 193.

167 AGA-82.12521.

168 Giménez Caballero, Memorias…, 254.

169 AGA-82.12521.

170 Giménez Caballero, Memorias…, 253-254.

171 AGA-12.04036.

172 AGA-82.12521.

173 AGA-12.04036.

174 AGA-12.04036.

175 AGA-82.12521.

176 Giménez Caballero, Memorias…, 254.

177 AMRE-DPI-072.

178 AMRE-DPI-072.

179 AMRE-DPI-072.

180 Giménez Caballero, Memorias…, 242.

181 Quintana, El fascista…

182 Villacieros, Así vi…, 189.

183 AMRE-DPI-072.

184 AMRE-DPI-072.

185 Villacieros, Así vi…, 193.

186 BOE, del 4 de enero de 1958, p. 85.

187 AGA-12.04103.

188 Manfredi, Diplomacia…, 56.

189 Eduardo Tamayo, «Límites diplomáticos de la amistad hispano-paraguaya durante la Guerra Fría: desacuerdo en torno al Peñón de Gibraltar (1967-1969)», Revista Diplomática 11 (2023): 31-74.

190 Enrique Selva Roca de Togores, «La insólita aventura de Ernesto Giménez Caballero», Revista Universitaria de Historia Militar, vol. 7, n.º 13 (2018): 196-214.

191 Beatriz Figallo, «Estrategias diplomáticas de la España del desarrollo en Sudamérica. Los escritores Giménez Caballero y Alfaro en Paraguay y Argentina», Claves. Revista de Historia, vol. 4, n.º 7 (2018): 89-128.

192 Castro, «Yo daré…

193 Quintana, El fascista…

194 Sansón Corbo, «Entre cruzadas y mesianismos».

195 Tamayo Belda, «Nostalgia por el imperio y nacionalismo paraguayo».

196 Thomàs, Posguerra y Falange…

197 Gonzalo Álvarez, «Ernesto Giménez Caballero: unidad nacional y política de masas en un intelectual fascista», Historia y Política 24 (2010): 289.

198 Rosa Pardo, «De puentes y comunidades: balance historiográfico sobre las relaciones con América Latina», en La apertura internacional de España. Entre el franquismo y la democracia, 1953-1986, ed. por Lorenzo Delgado Gómez-Escalonilla, Ricardo Martín de la Guardia y Rosa Pardo (Madrid: Sílex, 2016), 148.

199 AMRE-DPI-072.

200 Eduardo Tamayo Belda y Jazmín Duarte Sckell, «Perspectivas en torno a la dictadura de Stroessner en Paraguay (1954- 1989); masculinidad, militarismo y colonialidad, un juego de espejos entre los regímenes franquista y stronista», en Derechas, historia y memoria: teoría y praxis de las dictaduras en el poder, ed. Misael Arturo López Zapico, Marta Caro Olivares, Diego S. Crescentino, Francesco D’Amaro y Enrico Giordano (Madrid: Instituto Universitario de Estudios Internacionales y Europeos Francisco de Vitoria, 2023), 175-202.

201 Schweizer y Schumann, «The Revitalization of Diplomatic History», 172.

202 Tamayo, «Nostalgia por el imperio y nacionalismo paraguayo».

203 James Der Derian, On Diplomacy: A Genealogy of Western Estrangement (Oxford: Basil Blackwell, 1987).

204 Eduardo González, «La propaganda exterior de FET y de las JONS (1936-1945)», en El ocaso de la verdad. Propaganda y prensa exterior en la España franquista (1936-1945), ed. Antonio César Moreno Cantano (Gijón: Trea, 2011), 186.

205 Pablo del Hierro, Madrid. Metrópolis (neo)fascista. Vidas secretas, rutas de escape, negocios oscuros y violencia política (1939-1982) (Barcelona: Crítica, 2023), 104.

206 Ismael Saz, Fascismo y franquismo (Valencia: Universidad de Valencia, 2004), 150.

207 AGA-82.12521.

208 Herrero, La realidad…, 197-200.

209 Villacieros, Así vi…, 84.



Referencias



Fuentes primarias


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Fuentes secundarias



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